Cuando la lealtad, el hacer las cosas desinteresadamente, estar dispuesto a dar sin recibir y a servir sin servirse, cae en manos de un desgarramantas o es utilizado por la truhanesca escondida en la zahúrda, para hablar de traición y dañar a quien honradamente actúa, se convierte en la más zafia y repugnante de las ingratitudes.

Si observas cómo se perjudica un hijo y no actúas, no llamas su atención y permites que se estrelle, ¿tú considerarías que el que así actúa es un padre fiel o un traidor? Si contemplas cómo tu hermano se dedica al trapicheo, a la droga, al alcohol y las mujeres, sin actuar y ponerlo en conocimiento de tus padres para que adopten las medidas oportunas, ¿eres un buen hermano o un ingrato?

Así, deberán de actuar las personas que defienden los valores de la honradez, el trabajo, la familia, el derecho y la verdad, como defendían los devotos, mediante la reprensión fraterna, lo demás es sólo enarbolar una bandera, defender una imagen y no cumplir con lo indicado, pues no puedes defender la familia y estar de putas, ni la honradez y el derecho practicando el trapicheo.

Son ejemplos duros, pero ciertos, extremos, pero reales, de lo que sucede en la política, en la que se enardecen las masas defendiendo la igualdad de la mujer mientras, en la intimidad, se prefiere profesionales masculinos o que la mujer sexualmente utilizada es un método eficaz y garantía de resultados para obtener “información vaginal”, sin que la vergüenza y tus correligionarios te hagan abandonar la posición.         Resulta sumamente enervante, y por supuesto síntoma de cooperación necesaria en el delito, en la zafiedad moral y la inconsistencia personal, que el superior acepte, admita y no actúe ante tamaña situación.

Nos repugna un padre que no toma medidas con un hijo díscolo o con procederes torcidos, pero en pos de un partido, de una posición, aceptamos que quien nos dirige sea un truhan y que su superior, conocedor de la situación, se convierta en un traidor a los ideales y un colaborador en la basura, renunciando a exigir la excelencia al líder, ocultando la incoherencia del dirigente que clama un valor y ejerce su antónimo.

Muchos indicarán lo ilusorio del planteamiento de exigencia de coherencia, de la búsqueda de la auténtica regeneración e incluso me tacharán de traidor o simplemente de estúpido; pero, en la vida, en la política, en el actuar de las personas se puede obtener la excelencia no solo con el mejor trabajo, sino con la máxima exigencia de responsabilidad y el correcto proceder.

En la política actual, se busca la juventud, la imagen y la posición, pero nos olvidamos de que, antes de ello, debe de estar la coherencia, la defensa de los valores, la solvencia y el servicio, que muchas veces es incompatible con tanta juventud, que precisa de servirse para poder sobrevivir, traicionar los valores o apuñalar al cercano para mantener caliente su pan.

ver para cuando los “perritos sin alma” exigimos más responsabilidad y seriedad y menos juventud y fanfarria, más servicio y menos imaginería, más lealtad y menos grandilocuentes expresiones faltas o hambrientas de contenido, más solvencia y menos “putillas y chaperines” a los que se unen los “pillos y trapicheros” en todos los partidos… mira cómo están los que venían a regenerar. “! Por Dios ¡”.