¡De orden del señor alcalde, se hace saber…!
En esta nueva edición de Oficios de Antaño que se pierden en las brumas de la memoria, recordamos a los tradicionales pregoneros, esa figura imprescindible en los tiempos antiguos. Un hombre –aunque también había alguna mujer- que con recia voz era el encargado de anunciar, avisar e informar de cuanto podía interesar a los vecinos, o que las diversas autoridades desearan dar a conocer. Estos últimos eran, por así decirlo, los bandos del señor alcale o de la Alcaldía.
Pregoneros y pregones hunden sus raíces en la sociología popular de la España medieval. El pregonero es ingrediente esencial del paisaje humano de la sociedad española tradicional, y sus pregones eran las instrucciones, anuncios y noticias que, por vía oral, recibía la colectividad.
El paso de los siglos ha hecho de esta figura un residuo del pasado. La sociedad moderna, cada vez más invadida por una información instantánea y efímera, que llega con igual velocidad a los hogares más recónditos y humildes que a las instituciones más poderosas del planeta, ya no necesita dotarse de ese canal informativo tan rudimentario y artesanal como el representado en otros tiempos por el pregonero. La sociedad de la información ha prescindido del oficio de pregonero, de igual forma que la sociedad postindustrial ha arrumbado otros dignos oficios, como sastres, hojalateros, herreros, cesteros, afiladores y otros muchos.
Otra característica indivisible del pregonero era su trompeta o corneta –en algunos lugares se hacía con redoble del tambor, pero no era uso común por las tierras de esta región-, con la que anunciaba el comienzo del pregón. Quién no recuerda ese toquecillo ‘Tarariiii Tararáaaaa…’ que seguía con la estrofa ‘De orden –o parte- del señor alcalde, se hace saber…’. Pero también estaban los pregones privados, ‘Se hace saber a todos los vecinos que…’ se venden productos, locales o de comerciantes forasteros que se acercaban al pueblo. Pero también cuando se perdía una vaca, se extravíaba una cabra o una oveja, cuando se quería vender ganado o se realizaban las subastas o sorteos de los ‘quiñones’.
En Villarino, esta función la realizaba el alguacil, pero también Garrito
Se da la circunstancia que en los pueblos –como acontecía en mi pueblo, Villarino de los Aires- eran varios los pregoneros, unos de pregones particulares y otro el pregonero oficial que en el lugar conocíamos como el alguacil. Ambos tipos tenían un denominador común, eran elegidos y gozaban con el beneplácito de la Autoridad y el vecindario. Además, tenían asignados unos lugares concretos desde los que ‘echaban’ el pregón para que llegara a todo el pueblo y tenían marcado el precio del mismo.
De pronto se hacía el silencio en cualquier esquina y sonaba un largo toque de corneta. Los niños éramos invitados a guardar silencio:
- Calláus yaaa, me cagüen todu laaa hostia... Demonius de rapacis!
Acto seguido el alguacil iniciaba el pregón con un gesto circunspecto y severo:
- ¡De orden del señor alcalde, se hace saber...!
Los presentes mostraban una expresión de asombro con rostros curtidos de grietas y manchas solares; hasta los perros detenían su camino con mirada perruna y triste -propia de los perros de aquel tiempo-, correspondiendo a la solemnidad que rodeaba al pregón, que casi siempre era el anuncio de juntas, reuniones y cosas por el estilo, que tanto nos aburrían a los chavales.
Al acabar el pregón, siempre había un despistado que pasaba por allí, sin haberse enterado de nada:
- ¿De qué ha siu el bandu...?
No faltaba tampoco el que contestaba sin estar enterado del todo:
- No sé..., creu queeeeee de alguna juntaaa... o alguna hostia de ésas... me paeci habel oíu.
Por último, aparecía un tercero, con voz grave y firme, que disolvía toda duda:
- Junta a las diez de la nochi, pa' la Media Trabanca, en la cámara agraria...
Quién no recuerda en Villarino a Román el alguacil, a Lorenzo y toda la familia de los Pregoneros, e incluso, a uno que aún queda vivo pero que ya no pregona, como José Garrito que se especializó en vender su pescado que traía en la furgoneta del mercado de Salamanca dos o tres veces por semana. Se hizo tan entrañable que daba gusto en las mañanas del pueblo, cuando el carrilano pasaba sus vacaciones, escuchar esa canción…
- Tarariiiii Tararaaaaa se vende pescado, sardinas, mero, besugo, chicharro, escabeche…!!
Los muchachos los seguíamos de calle en calle, más atentos al rito y al toque metálico que al contenido del mensaje. Era suficiente que se enterasen unos cuantos vecinos en cada calle porque al poco el boca a boca había extendido la novedad por todo el pueblo. Algunas mujeres salían a la puerta con el delantal recogido y la escoba en la mano al oír el aviso metálico del pregón. Las tiendas eran lugares donde la información se propagaba como fuego en rastrojo. Los hombres, generalmente en el campo en ese momento, recibían las noticias al llegar al anochecido a sus casas y también se propagaban en los tabernas, cuando no en las sombras de la plaza o en los paseos al Pozo Concejo donde los más ancianos, ociosos si es que estaban –porque el trabajo terminaba cuando iban en la caja de madera camino de San Roque- comentaban esos pregones.
Es que el pregonero en mi pueblo era otra de esas profesiones más populares entre los vecinos, como en el resto de pueblos de España. Román o José o Lorenzo el Cartero llegaban con su corneta a las diversas plazas, esquinas y torales, y haciéndola sonar reunía, por entonces, a todos los habitantes de la barriada para escuchar el pregón en el que le comunicaba los bandos de la Alcaldía o les narraba los acontecimientos extraordinarios del pueblo. Este fue el medio de comunicación y, a su vez, de publicidad a lo largo de los años hasta que llegaron los estridentes altavoces del Ayuntamiento o la iglesia. Pero la voz de José Garrito seguía ‘echando’ pregones resistente a una repelente modernidad. Tiempos estos donde la voz de los pregoneros y los vendedores ambulantes, además de los sones de las campanas, eran los canales de comunicación que, a través del aire, interrumpían la rutina diaria.
Aún quedan en las telarañas de la memoria, aquel pregón de Lorenzo que en ‘broma’ era voz y cháchara en los seranos del pueblo.
- Tarariiii Tararaaaaaaaaaa ‘Se hace saber que por orden del señor alcalde que la calle la Cumbre se pasará a llamar calle de las mulas, porque todas las mozas del pueblo por ella pasean…
Eran las cosas de la mocedad de antaño, cuando "se oyi, se oyi?" -eran los altavoces de los toros que se cortaban a medio pregón, no como el pregón a viva voz. Imposible realizar semejantes guasas hoy en día por eso de los nuevos modos en cuanto a feminidad y modernidad en el respeto.
El pregonero ha sido despojado de sus tradicionales atributos, pero en el moderno imaginario popular perdura su nombre y su primera función comunicadora. Hoy no es oficio permanente, pero se oficia en circunstancias y honrosamente de pregonero por encargo de la Corporación o Comisión de Festejos de un pueblo para anunciar el comienzo de las fiestas, cual le ha ocurrido al Carrilano en diversos municipios. La palabra del pregonero, la glosa que hace del pueblo, de su historia, de sus tradiciones y de sus gentes sirven cada año de solemne entrada de una celebración festiva, casi siempre emparejada a la fiesta del Patrón o fiestas de verano.
Así, como todas las cosas, se nos fueron los antiguos pregoneros, que andarán de voceros en las ágoras celestiales, por esos planos livianos y desconocidos de las alturas. Quizá no sea difícil encontrarlos al mirar hacia arriba, confundidos entre las nubes, con sus boinas hechas de cúmulos y sus cornetas de cirros, pregonando cosas sencillas y verdaderas, de las que, a buen seguro, ya serán conocedores, ay!