"La gente no tiene ni idea, pero el capador hace un trabajo fundamental" se defienden los tradicionales capadores en estos tiempos de modernismos y modos sociales que, antaño, serían imposibles de entender. Modos que se disfrazan de sensibilidad engañosa ante profesiones que, cuando se entienden, se comprende su necesidad. La castración de los machos consiste en la extirpación de los testículos o en la inhibición de la función testicular. Aunque la prevalencia de la castración en porcino varía según cada país, en general es una práctica rutinaria que se realiza mediante intervención quirúrgica sin anestesia durante la primera semana de vida del lechón. El objetivo principal de la castración en porcino es evitar el olor sexual, presente en la carne de algunos machos enteros cuando llegan a la pubertad. Otras ventajas de la castración serían la prevención de la reproducción no deseada en sistemas extensivos, la reducción de los comportamientos agresivos y consecuentes heridas y las conductas de monta, y la posibilidad de fabricar productos elaborados de mayor calidad, explican los diversos manuales.
Los oficios tradicionales desaparecieron al mismo tiempo que el siglo XX llegaba a su fin. Por el camino, los traperos, molineros, pregoneros o afiladores, han dejado paso a nuevas tecnologías y formas de trabajar, sucumbiendo ante los cambios de la sociedad. Uno de los oficios que también claudicó, prácticamente con el cambio de siglo, fue el de los capadores, cuya función es ahora realizada por los veterinarios principalmente, aunque quede algún capador, pero con ese régimen de auxiliar veterinario. "Las hembras es lo difícil; los machos los capa cualquiera", asegura Antón el capador de La Ribera, que explica este siempre necesario oficio. Los conocimientos de un capador se transmitían por la experiencia y de viva voz y estaban vetados a las mujeres. Por tradición, el capador era hijo o amigo de capador y aprendía con él a sujetar al animal, a cortar, a extirpar y a coser. "Sin más libros para aprender que los ojos y la práctica", argumenta Antón.
Es que, en aquellos tiempos de primera mitad del siglo pasado muchas familias tenían burras o yeguas que apareadas con burros o caballos daban origen a una cría híbrida, los mulos ‘romos’ o ‘yeguatos’. Los primeros procedían de la unión burra con caballo y los segundos yegua con burro. Estos mulos en el primer o segundo año de haber nacido debían de ser castrados para que su resistencia y mejor rendimiento en el trabajo se adaptara al deseo de sus propietarios. Y, además, un oficio que tenía mucho que ver, por no decir principalmente, con el cochino para sustento familiar.
Oficio ambulante antaño
El de capador era un oficio ambulante, que se desarrollaba en una temporada de cuatro meses, de febrero a junio cuando se compraban los cerdos para cebarlos, en la que recorrían los pueblos, al igual que los afiladores, con sus herramientas, tenazas, cuchillos, navajas y el chiflo, con el que anunciaban su llegada a los pueblos.
Glosemos a un capador tipo, porque estos hombres, ante todo, también eran ‘culos de mal asiento’, por eso que iban de pueblo en pueblo y, cuando llegaban, hacían sonar el chiflo… Estos profesionales solían nacer en familias humildes, como casi todo por esas épocas de los tres primeros tercios del siglo XX. Antón, que nació allá por los años 20 del pasado siglo, estuvo varios años en el seminario estudiando para cura –el primer estudio en todas las familias humildes- dejándolo cuando el sustento de la casa dependió de sus manos. En esos tiempos, en su pueblo había un capador que alcanzaba ya la senilidad y deseaba que alguien aprendiera ese oficio que se perdía con su retirada. Y allí estaba el ‘casi cura’ –como lo llamaban en el pueblo- para coger el cuchillo y, a sus 25 años, echarse la manta a la cabeza y salir por esos pueblos de Dios a castrar cerdos, cerdas, mulos o burros, pero también cabestros. Por entonces se capaba caballos a pulgar, es decir con el puño, cerdas, para que la carne fuese mejor, bueyes y "castrones", utilizando para ello tenazas, cuchillos o navajas. Las épocas del año aptas para capar eran primavera y otoño, y para avisar de su llegada a los pueblos usaba un chiflo, al que le daba un toque distinto para diferenciarse del afilador.
Cuando comenzaban a reponerse los cerdos en las casas era preciso caparlos, pero por desgracia era algo que no todo el mundo era capaz de hacer. Entonces, por la mañana, sonaba el chiflo, señal de que llegaba el capador. Era acompañado a la cuadra en cuestión y “sacaba del bolso de su chaqueta, que solía ser de cuero negro, una navaja especial 'pal' oficio y ¡zas! le metía una cortada en las partes genitales, les sacaba los testículos, los retorcía y retorcía y volvía a retorcer y luego los cortaba, luego les echaba agua con sal, después llegaron unos polvos blancos y, finalmente, una especie de spray de color morado, y les ponía unos puntos de sutura, y los soltaba y a correr”, explica Antón.
El miedo de los niños del pueblo cuando sonaba el chiflo del capador
Aún recuerda El Carrilano cuando los niños del pueblo escuchaban el chiflo del capador, hasta para eso tenían en el pueblo oído agudo los rapaces, les entraba un miedo que ni ‘paqué’. Tanto era así que cuando aparecía el capador toda la chiquillada corría a esconderse y no aparecía hasta que se iba, para que no le hiciese lo mismo que a los cochinos. Es un oficio, por suerte digamos en estos tiempos, que ahora ya no se ve en los pueblos ya que los cerdos vienen castrados de origen.
A modo de resumen y con datos ya económicos para el descargo de los capadores y las conciencias de ahora no exentas de cierta excentricidad, decir que en países como España, donde la ganadería porcina es uno los baluartes de la economía -zonas de Salamanca, Extremadura y Andalucía-, la castración de cerdos machos y hembras ibéricas es elemental, ya que determina el olor posterior de la carne. De igual forma, es una labor que se realiza en otros países de Europa, pues el ganado porcino es la segunda explotación ganadera del continente, con 21,7 millones de toneladas de carne porcina en 2007, sólo superado por la producción de carne de gallina. Alemania, Grecia, Bélgica, Holanda e Irlanda son los países que más producen.