El 23 de abril de 1521 aconteció uno de los episodios más tristes de la historia castellana, la derrota de Villalar. Desde 1976, los habitantes de esta región olvidada y olvidadiza conmemoran un fracaso como la representación de lo que buscan y, después de casi cinco siglos, aún no han encontrado. La revuelta de los Comuneros, que comenzó como un movimiento urbano contra el poder real y nobiliario, se extendió por pueblos y aldeas castellanas generalizándose más el carácter popular del levantamiento.
Aquella revuelta de Castilla contra la llegada de un niño extranjero a la Corte y toda su camarilla de señores, ajenos a la vida y a la lengua de estas tierras, a pesar de ciertas opiniones, fue un movimiento más progresista que reaccionario. Soy de la opinión de Martínez Marina, un clérigo diputado de las Cortes de Cádiz, de que la revuelta castellana contra la Casa de Austria y sus cortesanos fue "el último suspiro de la libertad castellana", ahogada también por el mandato anterior, xenófobo y racista, de los Reyes Católicos y el clero reaccionario e inquisitorial, representado por un fraile calavera, tétrico, iluminado y paranoico como fue el dominico Tomás de Torquemada.
En 1976, un grupo de castellanos, reivindicativos y amantes de la estepa, como Candeal y el ‘primer’ Nuevo Mester, auspiciados por el Instituto Castellano y Leonés, comenzaron a reivindicar la efeméride del 23 de abril en el lugar donde "fueron derrotados los que hace siglos nos anticiparon en la lucha por las libertades", asegura el catedrático de Historia Me-dieval Julio Valdeón. Los que allí acudían iban motivados por la búsqueda de la identidad regional, como la tenían vascos, gallegos y catalanes. Castilla, y el Reino de León, madrastra de ‘as españas’, tienen, más que ninguna, identidad social y cultural que le ofrece, en su amplia extensión geográfica –a pesar de las divisiones administrativas actuales–, unidad e igualdad diferencial en la que sobresale su idioma, el castellano.
Después de tantos siglos de derrota e iguales años de reivindicación, Castilla aún busca su identidad como pueblo que perdió hace muchos lustros y, aún al día de hoy, necesita recuperar. En el ánimo de todos –aunque parece que no de los gobernantes–está hacer de los viejos reinos castellanos y leoneses una nación -si, en la España plurinacional- que mire con confianza al futuro y se sienta orgullosa como pueblo de sus raíces pasadas.
Este martes festivo, 23 de abril, con un viento ensordecedor y la lluvia, que amenazaba un minuto tras otro, con negros nubarrones que se cernían por los horizontes de "Las tierras, las tierras, las tierras de España, / las grandes, las solas, desiertas llanuras." que cantaba Alberti. En la campa de Villalar, después de todos los mítines de rigor, de unos otros y de los de más allá, porque también algunos se acercaron no traídos por los comuneros sino para hablar de su política, estaba el pueblo, ese pueblo reivindicativo, solidario, festivo, alegre. Esos hombres y mujeres de la Autonomía 'vaciada' que hacían comunidad, como aquellos comuneros de 1521.
El Carrilano, acompañado por Mario Correia -un iberista reivindicativo, como también lo fueron Torga y Saramago de su tierra, pero también Unamuno en la de acá- y María Fernanda, recorría la campa y la calle del Mester empapándose de pueblo, de gentes, de amigos, de colores políticos y reivindicaciones para todos los gustos pero todas emanadas de las gentes de esta tierra y estos pueblos que se ven morir.
"Los vecinos formaron comunidad"
Corría el verano de 1519. Don Carlos, nieto de los Reyes Católicos, es elegido emperador y decide marchar cuanto antes para Alemania. Esta circunstancia cristaliza el descontento que vive Castilla.
El siglo XV empieza con una serie de malas cosechas, hambres y epidemias. Los precios suben rápidamente. Ante la crisis se hace añicos el equilibrio que los Reyes Católicos habían logrado mantener entre las regiones del reino. La parte central, en torno a Toledo y Valladolid, está muy afectada: los talleres y comercios de Zamora, Segovia, Salamanca, Toledo y Cuenca encuentran muchas dificultades y empiezan a quejarse de los monopolios. La situación política, caracterizada por una serie de problemas dinásticos desde la muerte de la reina Isabel, en 1504, impide que los gobernantes presten la debida atención a los problemas.
En 1516, don Carlos se proclama rey de Castilla contra el parecer de Cisneros y del Consejo Real, llegando a la Península en 1517 para hacerse cargo del Gobierno. Pero el nuevo soberano causa mala impresión: no habla castellano y viene rodeado de una corte de consejeros flamencos que se reparten los oficios y beneficios sin escrúpulos. El Regimiento de Toledo toma entonces la iniciativa de una campaña nacional, primero contra los impuestos que la corte pretende subir para sufragar los gastos de la coronación imperial, y luego contra la misma política imperial.
Esta rebelión halló en Salamanca, en febrero de 1520, su programa definitivo con motivo del llamamiento a Cortes. De los conventos de la capital charra sale un documento enviado a todas las ciudades de voz y voto en Cortes que resumía las reivindicaciones de Castilla.
Don Carlos no hace caso de tales advertencias y reúne a las Cortes, el 31 de marzo, en Santiago y el 22 de abril, en La Coruña (con la ausencia de los representantes de Toledo y Salamanca) consiguiendo convencer con dádivas y presiones a una mayoría de procuradores. El descontento llega entonces a su colmo. En muchas ciudades castellanas se producen motines contra los procuradores que han votado el servicio, contra los corregidores y contra los arrendadores de impuestos. Toledo dirige el 8 de junio una carta a las ciudades para que envíen sus procuradores a una Junta a fin de protestar contra el servicio. La asamblea se reúne a primeros de agosto en Ávila, pero queda reducida a la representación de Toledo, Salamanca, Segovia y Toro.
Salamanca, con Maldonado Pimentel al frente
Habitaba en Salamanca por aquella época un descendiente de la baja nobleza, de 40 años, que se puso al frente de las tropas salmantinas como capitán, Francisco Maldonado Pimentel (Salamanca, 1480), en la revuelta castellana. Junto a este caballero, también "escandalizaron y alborotaron" la ciudad de Salamanca Pedro Maldonado Pimentel, el deán Diego de Guzmán, que fue el principal impulsor del levantamiento, Pedro Bernal (que estuvo en la Junta de Tordesillas y anduvo con su gente de guerra y fue un gran comunero), curas y representantes de los gremios artesanos de pellejeros, escrivanos, sesmeros, joyeros, zapateros, médicos, alguaciles, militares, licenciados y el pueblo llano en general. Así, entre el 18 y el 20 de mayo, se junta toda la ciudad y envían a casa del procurador realista y corregidor Alonso de Azebedo –donde estaban reunidos unos 40 caballeros– una petición para que se unan a la comunidad y no acceden. A partir de ese momento, comienzan a sonar las campanas de la ciudad, el pueblo se levanta en armas y prende fuego a la casa de Francico Ribas, procurador realista, a quien se busca para ahorcarlo; además, se prende fuego a la puerta de San Francisco.
Mientras, los capitanes del pueblo ordenan entrar en las casas de los nobles a incautar las armas, como en el palacio de Bernaldino de Castillo, al que prende también fuego una revuelta que aglutina a más de 2.000 salmantinos armados. El 29 de julio de 1520 se forma en Ávila la Santa Junta del Reino, integrada por representantes de las ciudades castellanas. Salamanca envía al deán Diego de Guzmán, a fray Diego de Almaraz (comendador de la Orden de San Juan), a Francisco Maldonado (nombrado capitán general) y al cintero Pero Sánchez.
La batalla de Villalar
En estas revueltas –como la ‘Instrucción y creencia que la ciudad de Salamanca dio para el señor Francisco Maldonado, capitán general’ (25 de enero) donde se pedía que "los grandes se vayan de sus casas y quiten sus ejércitos para que cesen las fuerzas y robos que se hacen y queden los pasos y los caminos llanos y seguros..."– llega el año 1521, cuando las tropas comuneras inician una ofensiva sobre la fortaleza de Torrelobatón, a donde acudieron las fuerzas comuneras de Salamanca, que estaban acantonadas en la fortaleza de Toro al frente de ellas Francisco Maldonado, junto a las de Juan de Padilla y Juan Bravo, que cae el 25 de febrero de ése de 1521.
El 23 de abril, de madrugada, las tropas comuneras salen de Torrelobatón buscando refugiarse en Toro. No obstante, el ejército real persigue a las tropas del pueblo dándoles alcance en Villalar: Los comuneros, bajo la fuerte lluvia y sin la protección de la artillería, son dispersados por la caballería de los nobles. Los sublevados pierden entre 500 y 1.000 hombres, mientras que 6.000 son hechos prisioneros.
A la madrugada del día 24, sin proceso alguno, son decapitados los principales líderes comuneros, el toledano Juan de Padilla y el segoviano Juan Bravo. Antes de la ejecución, Bravo y Padilla cruzaron unas palabras que han pasado a la posteridad: antes de subir al cadalso, Juan de Padilla le dijo a Bravo: "Señor Bravo: ayer era día de pelear como caballero..., hoy es día de morir como cristiano". Horas más tarde se les suma el charro Francisco Maldonado.
Tras la derrota definitiva se produjo una feroz represión, de la que no se salvó Salamanca. Víctima de ella –"... condenando a las dichas personas particulares que an sido culpados en estos dichos casos como aleves y traidores y desleales a pena de muerte y perdimiento de sus oficios y confiscación de todos sus bienes y en todas las otras personas assi ceviles como criminales..."– fueron líderes comuneros salmantinos como Joan de Mendoça, hijo del cardenal Pedro Gonçalves de Mendoza; Pedro Maldonado, el comendador fray Diego de Guzmán; el doctor Çuñiga; Francisco de Anaya, hijo del doctor de la reina y alcalde de Plasencia; Alonso Enríquez, Alvar Pérez y el deán Francisco de Sapia, entre otros muchos represaliados.
El recuerdo de este 23 de abril, 498 años después, nos quedan dos para el 500 aniversario de la revuelta popular y comunera que, esperemos se programe a lo grande, en 2021 como merece el mayor acontecimiento de la historia de Castilla y León y, por qué no, también de la historia de las Españas- se enmarca en la también efemérides del 50 aniversario del Nuevo Mester de Juglaría, aunque mejor El Mester, con quienes Correia y El Carrilano conversaron y recordaron. Trajeron a estos días aquellos conciertos de San Frutos, de la Plaza Juan Bravo, de los conciertos con Quilapayún, Mercedes Sosa, Morente, Paco Ibáñez, Carlos Cano o ellos en solitario presentando ese magistral Lp 'Los Comuneros' (primera edición 1977 cuando dos policías vigilaban las espaldas de los artistas para prevenir la posible revuelta, porque se cantaba aquello de "Castilla, entera, se siente comunera", -que El Carrilano vivió en directo en la iglesia de San Juán de los Caballeros de Segovia 25 años después, es decir, en 2002- musicalizando los poemas de Luis López Álvarez (La Barosa, El Bierzo, Provincia de León, 7 de mayo de 1930). Muchos recuerdos, muchas historias, muchas vivencias, muchos conciertos, muchos viajes de un tiempo bonito que dejó su poso en estos jóvenes de ahora. De estos que también bailan jotas, y cantan romances, y se emocionan con 'Castilla: Canto de Esperanza'.
El tiempo no fue clemente. Como aquel 23 de abril de 1521, la lluvia también hizo imposible que la jornada de este martes no fuera de vivencia total. A eso de las cuatro tuvieron que suspenderse las actuaciones, tanto de Carlos Soto Sexteto, como de La Bazanca, pero también el concierto homenaje de Nuevo Mester... No pudo ser, una vez más. "Tú tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres, al sufrir, que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no tienen amor"... texto de un pliego de cordel anónimo de principios del siglo XIX.
Luis Martín, Fernando Ortiz, Llanos Monreal, Rafael SanFrutos y Francisco García, es decir, El Mester, siguen cantando y recordando a ritmo de jota, en estos tiempos en que los pueblos de nuestra Castilla y León son vaciados, que
"Desde entonces ya Castilla/ no se ha vuelto a levantar... / Quien sabe si las cigüeñas han de volver por San Blas, / si las heladas de marzo / los brotes se han de llevar, / si las llamas comuneras / otra vez crepitarán... / si los pinares ardieron / aún nos queda el encinar", ay!.
REPORTAJE GRÁFICO LUIS FALCÃO