La ciudad del amor fraternal, Filadelfia, años 40. El tiempo y las jam sessions de los mejores locales de improvisación de la costa Este. Hasta Salamanca, pasando por Nueva York. Una referencia del jazz a nivel internacional, Kenny Barron, pondrá su alma al servicio del Festival y de todos los salmantinos que se acerquen a deleitarse con su música al Patio Chico.
No sabe qué tocará, nunca lo sabe. “No planeo nunca por adelantado lo que tocaré”, reconoce en la Sala de la Palabra del Teatro Liceo. Garantiza eso sí que habrá material del último álbum con su trío y, probablemente, algunos de sus 'originals', sus composiciones inéditas. En buena medida influirá lo que sienta, lo que le transmita el público y, en función de eso, fluirá hacia un lado u otro.
Así es es el jazz. Y así es muy difícil aburrirse. “No tengo ninguna intención de retirarme. Moriré con las botas puestas”, advierte. Nadie lo desea. Tampoco el cansancio que no ha llamado a su puerta “Amo la música y amo a la gente joven, de la que siempre aprendo cosas nuevas”, dice el que enseña, quien colecciona discípulos e imparte técnica a los mejores profesionales del momento.
Barron ha tocado junto a los mejores. Y en los mejores lugares. Hoy lo hará en un rincón de la Caterdral de Salamanca, sin duda un espacio único. Un hito que tachar. No así tocar con algunos de los referentes con los que no ha podido hacerlos. Uno es el mítico Miles Davies, “en su etapa preelectrónica”, aclara, y el otro es Sonny Rollins, quien llegó a llamarle pero a quien no pudo atender porque estaba comprometido en su etapa neoyorkina.
Que no fue su favorita, por cierto, pero no porque no disfrutara, sino porque es incapaz de escoger una época de su vida. “Soy feliz. Toda mi carrera es mi parte favorita. He visto tantos cambios en la música a los largos de los años... Gracias a Dios, estoy aquí”. Está aquí, en Salamanca. Y esta noche, a partir de las 22:00 horas en el Patio Chico.