Salamanca se convierte este jueves en el epicentro del cine español gracias al estreno de 'Mientras dure la guerra', la última película de Alejandro Amenábar. Un metraje que aborda la figura de Miguel de Unamuno y su relación con Millán Astray durante la Guerra Civil y que fue rodado en parte en la ciudad de Salamanca. En una entrevista distribuida por la productora, el cineasta explica las motivaciones que hay detrás de la película.
-¿A qué se refiere el título: 'Mientras dure la guerra'?
-Para mí esa frase significa dos cosas: por un lado, forma parte de un documento firmado por el bando nacional al comienzo de la guerra y que fue clave en la toma de poder de Franco. Pero sobre todo es una reflexión que se lanza al público. Somos nosotros los que parecemos seguir sin entendernos, en guerra constante.
-¿Por qué hay tanto debate social sobre la frase que pronuncia Unamuno en la película?
-La frase “Venceréis pero no convenceréis” convirtió a Unamuno en un mito, pero no existen registros sonoros ni transcripción del discurso y sí muchas versiones de lo que dijo, aparte de la propaganda de un lado y de otro, de ahí la polémica. También hay debate sobre lo que dijo, o no, Millán Astray. Por eso, abordar la escena del discurso se convirtió para mí en un acto de máxima responsabilidad. La he preparado a conciencia consultando todo tipo de documentación y testimonios procedentes de los dos bandos, y la he escrito y rodado en conciencia. Para mí, la evidencia más clara de que don Miguel lió una buena durante aquel acto es que esa misma tarde le revocaron el acceso de socio al Casino de Salamanca, vamos, que lo echaron, y dos días después fue destituido como rector de la Universidad de Salamanca y pusieron un guardia en la puerta de su casa. O sea, que algo y muy gordo tuvo que pasar.
-¿Se van a reconocer los espectadores de hoy en los acontecimientos que recoge la película?
-Creo que la película actúa como catarsis para un espectador de hoy en día y el panorama que retrata conecta más de lo que pudiéramos pensar con nuestra actualidad política. Considero que en la Historia las crisis y las revoluciones vienen por ciclos, algo que ya traté en mi película Ágora, a veces haciendo avanzar a una sociedad, otras lamentablemente no. En Europa durante la primera mitad del siglo XX, surgieron los movimientos fascistas y hoy no resulta difícil verlos resurgir. Las posiciones extremas ganan peso y lo inquietante es imaginar a qué escenario nos llevan, porque sabemos bien cómo acabó aquello: con una guerra mundial. Y en España, como triste preludio, una guerra civil. Por eso siento que esta película habla más del presente que del pasado. Te pondré un ejemplo cercano. Cuando saco al perro al parque coincido con un grupo de jubilados paseando a los suyos. Uno es republicano, otro es claramente franquista… y entre ellos hablan y discuten de política. Siempre me ha parecido muy saludable que todas las mañanas se busquen para darse la tabarra, pero que de ahí no pase, porque hace ochenta años se habrían estado pegando tiros. De esa España que dialoga quería hablar también en la película. Hay una escena en la que Unamuno y Salvador Vila se enzarzan en una discusión política en medio del campo. Esa bronca la incluí en el último momento porque me di cuenta de que era la oportunidad de que se le presentaran al público las dos Españas, las de siempre. Ahí se quedan discutiendo mientras la cámara se aleja de ellos. Para mí, lo bonito es que después de la tempestad los dos se serenan y siguen caminando juntos.
-¿La historia se desarrolla a través de un paralelismo entre los hombres de letras y los hombres de armas?
-Todo empezó por Unamuno y su famoso discurso, que no es ni más ni menos que su toma final de posición ante el conflicto armado. Unamuno viene a decir que aquellos muy mal, pero estos peor, y lo sorprendente es que lo hace en el escenario más peligroso para él: durante la Fiesta de la Exaltación de la Raza, sabiendo que otros intelectuales como García Lorca ya habían sido asesinados sin siquiera haberse manifestado. Se jugó la vida, literalmente, y demostró un valor que posiblemente a muchos nos habría faltado. Y por otro lado tenemos la historia de cómo se desarrolla el conflicto y cómo se articula el poder entre los generales sublevados. Es la toma del poder por parte del hombre de armas, Franco, y la toma de conciencia por parte del hombre de letras, Unamuno. Las dos tramas discurren paralelas durante gran parte de la película y cobran todo el sentido cuando Franco y Unamuno acaban reuniéndose.
-¿Asistimos en la película a un momento de importancia histórica para España y al mismo tiempo en la vida de un mito? ¿Habéis contado con el apoyo de la familia para reconstruir ese proceso íntimo del escritor?
-Teníamos claro que no queríamos hacer un panegírico sin más de la figura de Unamuno, y a la vez queríamos contar con el apoyo y la colaboración de su familia. Ellos leyeron el guion y fueron respetuosos, aunque dada la propia controversia que generaba y genera a día de hoy el personaje, hay puntos sobre los que no existe unanimidad: uno de ellos es si donó o no a los sublevados 5.000 pesetas. A pesar de que la figura de Unamuno cuenta con grandes expertos y biógrafos, como Jean-Claude y Colette Rabaté, decidimos prescindir de asesoramiento directo para no estar condicionados a la hora de recrear el personaje, aunque por supuesto antes de escribir nos sumergimos en la bibliografía existente, incluida la del propio Unamuno. En estas cuestiones, como en las más espinosas relativas a la guerra, mi actitud fue siempre la de recopilar la mayor cantidad de información posible antes de tomar la decisión final en el guion. Sinceramente, creo que la película es un retrato fiel de lo que debió sentir Unamuno en esos meses, acorralado en Salamanca, en su casa, repudiado por antiguos amigos y adulado por futuros enemigos. Un auténtico viacrucis para él, que desde el punto de vista dramático es oro, porque ves a un personaje que va cambiando, creciendo y rebelándose.