Nos empeñamos en vivir de espaldas a nuestros valores tradicionales, sin saber la razón, a veces tan sólo por seguir la moda. Deberíamos volver a valorar, de forma positiva, el carácter profundamente transformador del Evangelio, del Cristianismo y del Catecismo. El historiador Thomas S. Elliot afirmaba que todo nuestro pensamiento europeo adquiere significación por sus antecedentes cristianos. Un europeo puede no creer en la verdad de la fe cristiana, pero todo lo que dice, crea y hace surge de su herencia cultura cristiana, y sólo adquiere significación en relación con esta herencia.

Si la gente recordara más y se la siguiera formando bajo los consabidos “no mentirás”, no se daría la consabida demagogia electoral de tantas promesas incumplidas. Si no se olvidara del respeto al “no robarás o no codiciarás los bienes y prójimo ajenos”, no se darían tantos escándalos económicos y financieros que están en la mente de todos. O si recapacitara sobre el “no matarás”, de aplicación inmediata en los actos terroristas o en esas series de atentados a la vida y la dignidad humana que se repiten sin cesar. Sí se meditara sobre el “honrarás a tu padre y a tu madre”, no habría tantos problemas con las pensiones y la dependencia. No se puede tener nada en contra de que a la gente se la forme o se la instruya, de que existe un algo superior que nos envuelve a todos y que hace que se dé pan al hambriento, vestido al desnudo, enseñanza al que no sabe, consuelo al triste, visitas a presos y enfermos; ni menos se puede tener nada contra los pacíficos y los mansos, los misericordiosos, los afligidos y los que padecen persecución.

Todas estas normas que forman parte de nuestro acervo cultural occidental deberían ser redescubiertas, conocidas, sabidas y vividas por todo el mundo, por eso mismo deberían ser enseñadas y potenciadas en todas partes. También en la escuela porque esta sociedad en la que nos movemos es una sociedad consciente y subconscientemente cristiana. Es fácil acusar hoy en día a los cristianos de falta de testimonio, cuando por todos los medios se les quiere recluir y perseguir, aunque es imposible, al menos todavía dentro de las paredes de los templos. El catecismo no es sólo una parte de la historia cultural europea sino que es una consecuencia de la teología, ciencia que se apoya en la más insigne de todas: la metafísica. Es cierto que la enseñanza del catecismo puede presentar problemas de aplicación en sociedades multiconfesionales pero se pueden solucionar incluso dentro de la propia fe. El ecumenismo entre las grandes religiones ofrece amplias y positivas respuestas.

Los animales no conocen el bien en sí, por eso están condicionados por el bien inmediato y por el instinto. El ser humano, sano mentalmente, es el único ser que puede negarse al instinto primario porque conoce lo que es bueno para él ahora y en un futuro; y no sólo para sí sino también para la sociedad entera y para el mundo. El catecismo se solía enseñar en la asignatura de religión, ha sido enseñado en el ágora, en el foro, en el liceo, en la academia, en todos los rincones del planeta y por tanto en las escuelas. Su conocimiento es un puntal importante en nuestra educación y en el contexto en el que nos desarrollamos como personas no es nada desdeñable.