En estos tiempos raros de vidas superficiales, teñidas por una cultura alineante y, sobre todo, con distinguidos síntomas de individualismos marcados por las redes sociales, es grato vivir una experiencia que se hace única en esta sociedad, la convivencia -'convivio' llaman por este lado de la Raya del Duero- entre los vecinos que, fieles a la cita con la recuperación de un rito o costumbre ancestral, convierten al rito en fiesta popular. Es la esencia de la vida más sublime, la que compartín antaño los ancestros cuando el mensaje era de viva voz y mirando a los ojos.
Trás-os-Montes se ha convertido, con el devenir de los tiempos modernos, en el principal bastión reivindicativo y baluarte en la conservación y recuperación de esas tradiciones, si, en otros tiempos florencientes, desde días no muy lejanos abandonadas en el baúl de las abuelas.
Es el caso de la aldea de Brunhosinho, en el concejo de Mogadouro, que ha recuperado de manera fehaciente, y vive con toda su intensidad y la participación de la casi totalidad de los vecinos -acompañados también por otros convencinos de las aldeas cercanas, como Peredo de Bemposta, Bemposta, Urrós o Tó- la tradicional ‘Chocalhada’ / Cencerrada o Cencerrá, que se realiza durante las fiestas de San Sebastián. Además, no podía ser de otra manera, cuentan con el apoyo «incondicional en la recuperación y promoción de las tradiciones» del presidente de la Câmara Municipal de Mogadouro, Francisco Guimarães, quien estuvo también acompañado por otros miembros del Ejecutivo, como Gina Gomes y Johana da Silva.
En este sentido, la Câmara Municipal se ha hecho eco de la propuesta de la freguesía para que este evento sea declarado Patrimonio de Interés Municipal. Y vamos que lo tiene. Lo tiene por la convivencia de todos los vecinos en una fiesta de verdadera participación. Es el sentido real de las tradiciones, aquellas que nacen, crecen y se realizan desde el mismo pueblo. Tiene interés, y mucho, porque esta tradición es ancestral -se pierde en los tiempos-. Y tiene interés porque moviliza a todos los vecinos.
La noche templada del mártir São Sebastião
El viajero llega a Brunhosinho acompañado por la vereadora Gina Gomes en una noche cubierta y de temperatura agradable en la que suenan flautas y tamborinos. Son los 'Tamborileros de Fermoselle' con sus tradicionales melodías que invitan a marcarse un paso y de sobra conocidas a ambos lados de la Raya. No se sabe de qué rincón proviene la música, porque las calles están oscuras en esa tenue luz entre naranja y marrón tan de moda en estos días y que sumergen a las aldeas en penumbras mortecinas, pero lo cierto es que anuncia que la aldea está de fiesta o auyentado lobos y espíritus.
En la plaza comienzan a concentrarse los vecinos en torno a una pira aún sin prender. Llegan provistos de cencerros, esquilas, campanillas, latas, bidones, tapaderas, guadañas… y de cualquier objeto de metal que produzca sonidos estridentes.
Antes de comenzar la ronda, un buen número de vecinos -de todas las edades y condiciones- acuden a la coqueta, limpia y luminosa iglesia parroquial para participar en la novena de San Sebastián. El Santo, con sus flechas y sus flores, destaca a la derecha del altar y al que se rinde pleitesía y oración. Comienzan las plegarias pero también ese cántico tan especial que hace de estos actos -si bien litúrgicos- paradigma de la música tradicional, a la que algunos llaman sacra. Son las voces de hombres y mujeres que se expanden por el templo para chocar contra el granito y rebotar como sones celestiales…
En cuanto a San Sebastián, recordar que en muchos pueblos de estas zonas transmontanas se erigen ermitas en su honor a las entradas de las poblaciones como protector de males y malos, sean lobos o espíritus. El culto a San Sebastián es muy antiguo y está muy extendido. Es invocado contra la peste y contra los enemigos de la religión, y además es llamado «el Apolo cristiano» ya que es uno de los santos más reproducidos por el arte en general.
A rondar hijos míos ahora que hay luna
En el pueblo de nacimiento, Villarino de los Aires, al otro lado del Duero, casi en paralelo, los mayores cantaban eso de «a rondar hijos míos ahora que hay luna’. Con incipiente luna y el destello de las motas ardientes de la pira en la noche fría -la hoguera ya comenzó a consumirse- todo el tropel comienza la ronda por el pueblo. No importa que esté habitado o no, lo importante es que todos cuantos están participan, si no en el caminar y sonar cacharros, sí salir a saludar a los rondadores. Son los que están y los que tienen que estar, ni más ni menos.
Comentan las gentes del lugar que este ritual de invierno tenía por misión, en aquellos tiempos de celebración, evitar las plagas, los males y hasta a los lobos de los rebaños. No es menos cierto que, por estas tierras del Duero -a una orilla y otra-, los pastores anunciaban la presencia del lobo tocando cencerros, latas y campanillas. También era una forma de espantar a los malos espíritus, porque haberlos haylos y no muy lejos. La tradición dice que se celebraba en la fiesta de los mozos, allá por el 20 de enero, San Sebastián, pero se busca -como en la mayoría de las festividades, sean religiosas o paganas- las fechas con mayor afluencia de vecinos, como son los fines de semana.
La cencerrada es una tradición muy arraigada en otros tiempos, pero que hoy ha desaparecido total o casi totalmente, debido, como el resto de las manifestaciones populares de estas tierras, a la desertización paulatina de nuestros pueblos. No debe olvidarse que es una manifestación popular presente en la literatura de los siglos XVIII y XIX. Así, por ejemplo, la encuesta realizada por el Ateneo de Madrid entre los años 1901 y 1902, describe las cencerradas de la manera siguiente:
“Las cencerradas son aquí verdaderas manifestaciones multitudinarias y
provocaciones intolerables. A los casados les acompaña una multitud, con apariencia de ebria, que grita desaforadamente y golpea latas, almireces y toca cornetas y zambombas en todo el camino de casa a la iglesia y viceversa. Por la noche y aún en noches sucesivas se repite la escena en la calle, en el portal y en la escalera, voceando y cantando. Es milagroso
que no se registren escenas sangrientas ante ataques y gestos tan provocativos .
Desde época medieval perduró la costumbre, con la única variación del aumento de instrumentos e utensilios que provocan el ruido: cencerros, esquilas, turullos, tambores, pitos, matracas, cacerolas, sartenes, calderos, latas –algunas con piedras–, silbatos, cuernos, esquilones... para que el ruido, cuanto más horrible, ¡mejor! Todo este estrépito iba acompañado de voces y gritos de la gente, además de unas coplas o pullas que se cantaban y recitaban para la ocasión, con la suspensión total del ruido para volver a retomarlo en cuanto se terminaba de recitar. Estas composiciones aludían a los 'trapos sucios' de los novios (su vida privada, en general) o a acontecimientos de los que se reía la gente del lugar. Por lo tanto, la cencerrada es una especie de 'juerga' popular en la que participan elementos 'rústicos' o 'rurales': es suficiente con mirar al cencerro. Eso sí: no se debe confundir cencerrada con Antruejo.
La cencerrada o cencerrá está definida en el diccionario de autoridades como «El son y ruido desapacible que hacen los cencerros cuando andan las caballerías que los llevan. En los lugares cortos suelen los mozos las noches de los días festivos, andar haciendo ruido por las calles, y también cuando hay bodas de viejos o viudos, lo que llaman noche de cencerrada. Dar cencerrada o ir a la cencerrada». En algunos pueblos de Castilla la Vieja, el nombre de cencerrada está sustituido por el de «matraca» y probablemente de ahí tuvo el origen la frase tan conocida de «dar la matraca» en sentido de pesadez.
Desde el siglo XIII la Iglesia condenó esta manifestación de humillación pública. Y, en 1455, el Concilio de Turín las prohibió con excomunión de los autores. En Aragón las condenas eclesiásticas abundan, y a veces con castigos, tan curiosos como los del obispo de Teruel, Pérez del Prado, quien, en 1745, obligaba a los infractores a oír “una Misa Mayor en medio de la iglesia, a vista de todos, sin capa ni sombrero o montera y con una vela amarilla de mano”.
Las cencerradas fueron prohibidas en tiempo de Carlos III bajo pena de cuatro años de presidio y multa de cien ducados, como especifica la Ley VII del Título XXV del Libro XII de la Novísima Recopilación, constituida por un bando publicado en Madrid el 27 de septiembre de 1765 : «Para cortar de raíz el abuso introducido en esta Corte de darse cencerradas a los viudos y viudas que contraigan segundos matrimonios y obviar los alborotos, escándalos, quimeras y desgracias que en adelante pudiesen suceder, se manda que ninguna persona, de cualquier calidad y condición que sea, vaya solo niacompañado por las calles de esta Corte, de dia ni de noche, con cencerros, caracolas, campanillas, ní otros instrumentos, alborotando con este motivo; pena al que se le encontrase con qualquiera de dichos instrumentos en semejante acto, de noche o de día, y a los que acompañasen, aunque no los lleven, de cien ducados aplicados a los pobres de la cárcel de Corte y quatro años de presidio por la primera vez y por los demás al arbitrio de la Sala». La injuria con escándalo público ha producido muertes, asesinatos, enemistades de familia, en muchos casos, relacionados con la cencerrada.
La cencerrá ha llamado la atención de escritores insignes. Es el caso de Miguel de Cervantes. "Aquí llegaba don Quijote ... cuando de improviso, desde encima de un corredor que sobre la reja de don Quijote a plomo caía, descolgaron un cordel donde venían más de cien cencerros asidos, y luego tras ellos derramaron un gran saco de gatos, que asimismo traían cencerros menores atados a las colas. Fue tan grande el ruido de los cencerros y el mayar de los gatos, que aunque los duques habían sido inventores de la burla, todavía les sobresaltó, y, temeroso don Quijote, quedó pasmado. Y quiso la suerte que dos o tres gatos se entraron por la reja de su estancia, y dando de una parte a otra parecía que una región de diablos andaba en ella: apagaron las velas que en el aposento ardían y andaban buscando por do escaparse. El descolgar y subir del cordel de los grandes cencerros no cesaba; la mayor parte de la gente del castillo, que no sabía la verdad del caso, estaba suspensa y admirada". (Capítulo 46 DON QUIJOTE DE LA MANCHA II).
Y haciendo resumen, la cencerrada en general, consiste en la víspera de la boda, a veces antes, los mozos unas veces, otras el pueblo entero, armarse de cencerros, almireces, calderos rotos, botes llenos de piedras, rejas de arado viejas y cualquier instrumento que pudiese hacer ruido estridente, para llegar delante de la casa del viudo o de la viuda que se iba a casar y allí se pasaban la noche armando el mayor escándalo posible, hasta que el novio pagaba una cantidad de vino que fuese del agrado de los rondadores. Otras veces, incluso después de haber recibido el vino, continuaban con su serenata, y no faltan ejemplos que nos cuentan que esto se repetía en ocasiones hasta ocho noches seguidas. La razón era que se consideraban estas uniones como “ilegales” y la cencerrada se convertía en una ridiculización agresiva contra una unión que transgredía alguna norma o valor social. Otro factor importante susceptible de desencadenar una cencerrada se producía cuando entre los novios había una diferencia de edad considerable, especialmente si el novio era un rico viudo entrado en años que se unía a una jovencita. Ante uno de estos casos el pueblo anónimo se reunía delante de la casa de los novios con cencerros, cornetas, cazos, cacerolas... y todo aquello que sirviera para hacer ruido. Comenzaba así durante varias noches lo que se conoce con el nombre de “cencerrada”
La ronda sigue su caminar, entre parada y parada y gritos de viva a Brunhosinho, pero también el inconfundible y estupendo sonido de los Tamborileros de Fermoselle y, a última hora, durante la convivencia y degustación de carne asada de cerdo 'preto' -asado entero haciendo girar una manivela una vez y otra, despacito, sobre las brasas-, también la música siempre agradable de los estupendos gaiteros 'Os Roleses' de Urrós.
Finaliza la ronda, tras recorrer todo el pueblo, en la plaza donde arde la hoguera que también da un reconfortante calor en esta noche de templada de enero. La Cofradía de San Sebastián convida a bocadillo de cerdo asado y vino, dulce degusta el viajero. En esta envidiable convivencia se departe y se saluda. Es la esencia de pueblo, la comunicación de siempre. La amistad y la comunidad que se forja también en la citación de la recuperación y el recurdo de los otros ritos ancestrales, ay!
Viudos que vais a casar
no vayáis al camposanto
no se levanten los muertos
y tengáis algún espanto.
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-¿Quién se casa?
-El Cojo
-¿Con quién?
-Con la Roberta
-Pues que le meta la muleta,
si le falta la herramienta.