La llegada del jovencísimo Carlos I a España no dejó indiferente a nadie. La revuelta de los comuneros, realmente un levantamiento de nobles para no perder privilegios ante lo que entendían como una injerencia extranjera por parte del recién llegado monarca flamenco y sus asesores, estuvo protagonizada por un grupo de señores cuyos nombres todos tenemos en mente. Juan de Padilla, Juan Bravo, Francisco Maldonado, Juan de Zapata, entre otros. Todos ellos eran miembros de la baja nobleza castellana y desde luego no actuaron solos. En ocasiones, como sucedió con nuestra protagonista, esos acólitos o ayudantes no desempeñaron un papel menor, sino que, al contrario, resultó ser más que primordial en el desarrollo de los hechos.
Una amiga me decía años atrás mientras estudiaba en la Universidad de Valladolid que “detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer... sorprendida”. Bromas aparte, en el caso de Juan de Padilla (1490-1521) no voy a señalar que se tratara de un individuo de escaso horizonte intelectual. Al contrario, fue un noble valien te que luchó con denuedo por sus ideales, heredados seguramente de su familia vinculada siempre al trabajo para la corona castellana. Pero junto a él hubo una mujer, María Pacheco (1497-1531) que supo apoyarle y quizá, sacar lo mejor de él ante las circunstancias que le tocaron vivir. Y es que no solo había problemas de impuestos a los que los castellanos se negaban a transigir ante el nuevo rey, sino que en aquella época también hubo momentos de malas cosechas que también enmarcaron la situación en un contexto poco favorable para Carlos I. Todo generó un caldo de cultivo que acabó en la revuelta de los comuneros y en el intento de buscar un buen futuro para los hijos de todos, especialmente los nobles, no lo olvidemos.
El 18 de agosto de 1511 Padilla se había casado en Granada con María López de Mendoza y Pacheco, hija del Gran Tendilla, Íñigo López de Mendoza y Quiñones, I marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla. Su unión con la familia Mendoza que, junto con la Casa de Alba, fue una de las dos familias señoriales más importantes de la corona castellana, debió de dar alas a los objetivos vitales de Juan de Padilla; todo un ascenso y promoción en prestigio y honor que, seguramente, nunca había soñado viniendo de una modesta nobleza local toledana. Si a esto sumamos que el propio Gran Tendilla tenía en gran estima a su yerno, todo eran albricias.
Pero ¿quién era María Pacheco y por qué es importante en la historia de los comuneros? Se ha escrito mucho sobre esta mujer valiente, hija de su tiempo y a la que es necesario conocer dentro de un contexto familiar, político y social. No fue tanto una Agustina de Aragón, defensora a ultranza de unos ideales, los de los comuneros, sino que también en sus movimientos de ficha, como buena Mendoza, hubo lógicamente intereses más humanos y privados.
El apelativo que recibió como la Leona de Castilla, nos puede dar una pista para entenderlo. Gracias a ella no todo se perdió en la batalla de Villalar en abril de 1521. Al contrario, su resistencia en Toledo después de la derrota en Valladolid, uno de los núcleos revolucionarios más importantes contra el emperador Carlos I, aguantó aún varios meses gracias a la gobernanza y el empaque del que hacía gala esta guerrera tan singular.
Como sucede con otras mujeres de la misma familia Mendoza, es el caso de la princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza (1540-1592), María Pacheco era una mujer culta e inteligente. Seguramente se educó aprovechando los maestros que enseñaban a sus hermanos. Su capellán, Juan de Sosa, nos dice que dominaba el latín, el griego y las matemáticas y que además le gustaba leer libros de Historia, de religión y poesía. Es decir, una Mendoza hecha con escuadra y cartabón.
Leer libros no te hace listo, pero la mujer de Juan de Padilla debía de tener algo más que simples inquietudes intelectuales. Resulta extraño que fuera desposada con un hombre de un estamento social menor. A la edad de 14 años ella no podía elegir, pero podemos leer entrelíneas en algunos de sus hechos que, en un principio, si bien luego estuvo cómoda en el matrimonio y hasta podríamos decir que se enamoró, no estaba muy conforme con la boda con Juan de Padilla, el simple hijo de un regidor de Toledo.
Tenemos datos para señalar que María era una mujer ambiciosa, algo característico en las mujeres de su familia. Ella luchó con energía para colocar a su hermano Francisco de Mendoza como arzobispo de Toledo, en contraposición a otros candidatos que, de ser elegidos, la alejarían del control religioso de la ciudad, con todo lo que esto significaba.
Asumiendo el papel de su esposo recién ejecutado en Villalar, María Pacheco dirigió el destino de la ciudad de Toledo nombrando cargos y tomando decisiones que siempre habían estado al mando de hombres.
Sus hermanos quisieron convencerla para que dejara la resistencia de la ciudad, entregándose, no haciendo de Toledo un nuevo Villalar. Luis Hurtado de Mendoza, marqués de Mondéjar, del lado de Carlos I, señala que la única razón por la que ella no daba su brazo a torcer era que, de hacerlo, perdería sus posesiones y, en definitiva, el futuro de sus hijos. Normal que aguantara.
Hasta principios de 1522 se hizo cargo con mano dura de todos los acuerdos que habían de tomarse en Toledo, primero desde su casa y luego desde el Alcázar, el punto más alto en donde la gobernanza y el control de la ciudad eran óptimos. Incluso entró en la catedral para tomar los relicarios de plata y pagar con ellos a las maltrechas tropas comuneras que resistían como podían los ataques de los llamados realistas.
Desoyendo a muchos de sus mandos, como Pero Laso de la Vega o Fernando de Ávalos, dispuestos a capitular y con ello alcanzar una rendición más honrosa, María Pacheco se negó a ello y siguiendo los pasos de los antiguos numantinos ahí se quedó en el Alcázar hasta que las fuerzas ya no le dieron para más. Incluso se dice que apuntó los cañones contra sus propios mandos que amenazaban sublevarse contra ella. Con eso no había contado nadie...
Pero el ejército de Carlos I asediaba con tesón la ciudad, esperando pacientemente su momento.
El final era previsible. Por mucha fuerza interna con que contara la ciudad castellana, en algún momento debía de bajar los brazos, momento que aprovecharon los realistas para destruir sus muros a cañonazos y entrar finalmente en Toledo para poner fin a la resistencia de María Pacheco y los comuneros, muchos de los cuales debieron de ver con buenos ojos la llegada de las tropas de Carlos I, cansados ya de tanta batalla.
Ante la derrota, María Pacheco no tuvo otra que salir huyendo hasta Portugal si no quería correr la misma suerte que su esposo en Villalar y, literalmente, perder la cabeza. Vestida como si fuera una campesina y en un carruaje modesto, acompañada de una sirvienta y de su hijo pequeño, abandonó su atrincherada casa por un pasadizo que comunicaba con el monasterio de Santo Domingo el Viejo, saliendo finalmente por la puerta del Cambrón mientras los guardias hacían la vista gorda. Dejaba atrás todas sus posesiones y lujos, abandonando Toledo por la puerta de atrás de la ciudad y comenzando una aventura cuyo final era totalmente desconocido.
Después de ser rechazada en el camino por varios miembros de su familia ante el peligro y el compromiso en que se verían ante Carlos I, finalmente sigue su viaje con lo puesto hasta el país vecino, donde es acogida junto a su pequeño hijo por el rey Juan III. Sus hermanos Mendoza intentaron que el emperador Carlos I la perdonara, aunque siempre fue sin éxito. María Pacheco murió en Oporto viviendo de aquella manera en casa de su obispo y aún sigue enterrada allí, en su catedral. Pero tras las reformas del siglo XVII la ubicación de su tumba se movió y hoy está perdida. Curiosamente, la tumba de su esposo, Juan de Padilla, enterrado en el monasterio de la Mejorada de Olmedo, también está perdida.
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Nacho Ares es licenciado en Historia Antigua por la Universidad de Valladolid y certificado en egiptología por la University of Manchester. Es autor de casi una veintena de libros, la inmensa mayoría dedicados al antiguo Egipto. Articulista habitual en revistas de Historia ha realizado numerosos trabajos para televisión. En la actualidad dirige y presenta el programa SER Historia de la cadena SER. Además, cuenta con un podcast dedicado al antiguo Egipto, Dentro de la pirámide (PodiumPodcast), homónimo a su canal de Youtube.