“La leona de Castilla” y sus rugidos a través de la literatura, o sea María de Pacheco, esposa del general comunero Juan de Padilla, “el león de Castilla”, mujer de “briosa arrogancia … del amor enamorada”, así cantada por Zorrilla y, entre otros grandes ingenios, también exaltada por Francisco Martínez de la Rosa (Granada, 1787- Madrid, 1862), primer presidente del Consejo de Ministros durante el trienio liberal y dramaturgo romántico, autor de “La conjuración de Venecia” y, para el caso que aquí nos ocupa, de “La viuda de Padilla”, obra estrenada en el Cádiz liberal de 1812, esto es, en la ciudad y el año en que se promulgó nuestra primera Constitución, popularmente conocida por “la Pepa”, cuando “la leona de Castilla fue exaltada hasta la mitificación, emblema del valor y santo y seña de las libertades populares.
Pues bien, saltando sobre los años, su figura y su gesta de nuevo cobrarían fulgor al comienzo de la Edad de Plata de la literatura española por mor del ingenio de uno de los poetas mayores del modernismo: el alpujarreño Francisco Villaespesa (Laujar de Andarax, Almería, 1877 – Madrid, 1936), poeta torrencial y prolífico, tan celebrado en España como en América, continente que recorrió en triunfo desde Santo Domingo, Cuba o Puerto Rico hasta México, Panamá, Venezuela, Perú, Bolivia, Argentina, Chile e incluso Brasil. Él fue quien acuñó, haciendo justicia histórica a doña María, ese feliz sobrenombre de “la leona de Castilla”, título de una de sus obras teatrales de más próspera fortuna, drama en tres actos y en verso estrenado en el Teatro Romeo de Murcia el 24 de noviembre de 1915 que enseguida se convirtió en pieza de repertorio, durante años y años, de las mejores compañías.
Como la de María Guerrero y Fernando Díez de Mendoza, que respectivamente encarnaban a “la leona” y a don Pedro Pérez de Guzmán, mientras su hijo Fernando Díaz de Mendoza y Guerrero hacía de don Juan de Padilla, cachorro del león y la leona, que triunfó con esa representación en las fiestas vallisoletanas de septiembre de 1917, cuyo estreno se produjo pocos días después de la coronación canónica de la Virgen de San Lorenzo, alegre contrapunto cultural –son los contrastes de la vida- al estado de inquietud desencadenado por las noticias que poco a poco iban llegando de la revolución rusa.
Dramaturgo con dominio de la escena y poeta de sabiduría musical, la dramaturgia de Villaespesa en este caso se impone con fuerza desde un comienzo verdaderamente en puntas, con doña María afirmándose en sus valores al ser requerida por su tío, el Marqués de Villena, para que instara a su marido a la rendición. Ya ese diálogo, que es el inicial, da la medida de un drama en el que la tensión y la incertidumbre frente a la voluntad indómita e indoblegable de “la leona de Castilla” se apoderan al instante de la escena
El Marqués moteja a los comuneros de alborotadores y los acusa de bandidaje: “Sobrina, la paz del reino/ perturbada por los bandos/ de esos locos comuneros,/ que rebeldes a su rey/ estas tierras han revuelto/ con motines y algaradas,/ más propias de bandoleros/ que de nobles fijosdalgos …”.
Y doña María salta, en efecto, como una leona al atajo de tales invectivas, levantando la bandera de dos lealtades irreconciliables, por un lado la lealtad al rey, por el otro la lealtad al pueblo: “Hablad de ellos con respeto,/ que al combate les conduce/ Juan de Padilla, mi dueño;/ y si a su rey son traidores,/ son leales a su pueblo”.
Por consiguiente, realidad de cara y cruz: traidores al rey por leales a su pueblo; traidores a su pueblo por sometidos al rey. El diálogo –y recuérdese que estamos en el comienzo- sigue un in crescendo que pronto descubre la imposibilidad del acuerdo y, en consecuencia, la irreversibilidad de la guerra a pesar de las desproporción de las fuerzas enfrentadas: numeroso y bien armado el ejército imperial, desasistidas y cercadas las menguadas huestes comuneras. Villena apremia a su sobrina para dar ejemplo “entregando al Rey las llaves/ de la ciudad de Toledo”, pues “rendida la cabeza/ ya se irá rindiendo el resto”, ante lo cual ella se manifiesta con palabras que el noble recibiría como zarpazos: “¿Queréis que la paz renazca?/ ¡Pues aconsejad primero/ a Carlos, que de Castilla/ cumpla y respete los fueros,/ pues mientras no los respete/ por Rey no lo acataremos¡”.
Imagínese el entusiasmo en que estos alegatos liberadores serían recibidos en el Cádiz revolucionario de 1812, recuérdese: el de “la Pepa”, y en el Madrid desasosegado de 1917, recuérdese: el de las Juntas de Defensa y la huelga revolucionaria. Las crónicas cuentan que las proclamas de “la leona” ponían en pie a los espectadores y, entre todas ellas, quizás esta fuera la recibida con las más atronadoras salvas de aplausos:
¡Antes que vivir esclavos,
Marqués, libres moriremos!
Sin dudas de ningún género, Villaespesa había encontrado ese registro literario que mágicamente conecta con las multitudes y las conmueve. Mujer fiel a lo esencial, abnegada, decidida y animosa, María de Pacheco encarna esos valores de leyenda que siempre estuvieron vivos en el subconsciente popular y su figura se alza firme y altiva sobre el panorama agreste de la derrota, dispuesta al drama pero no a la indignidad, al verse abandonada por quienes fueron sus amigos y aliados en la hora de la apariencia del triunfo, que se apresuraron a dejarla sola en el gobierno del último enclave comunero, rayo deslumbrante en la tormenta de la derrota.
Y aquí surge una pregunta ineludible: ¿verdad histórica o la verdad de la literatura? Pues se responde enseguida: poniéndose la verdad histórica (o lo que se tiene por tal) por montera, Villaespesa despliega la verdad literaria, intensificando las emociones al urdir en torno al drama de doña María tres historias secundarias, las tres de por si apasionantes; a saber:
-Una historia de amor ideal, plenamente de su invención, protagonizada por don Pedro Pérez de Guzmán, enamorado de doña María desde la niñez y al que en una escena plenamente romántica ella pide “que me deis al olvido” (verso que luego resuena en Cernuda) “y que huyáis para siempre de mi lado”.
-Otra de traición, ambiciones e infamias en que historia e imaginación van de la mano, centrada en Antonio de Acuña (Valladolid, 1543- Simancas, 1526), clérigo ambicioso, de vida turbulenta y levantisca, que como obispo de Zamora movilizó a trescientos curas de la diócesis para la defensa de Tordesillas, proclamado por los comuneros arzobispo de Toledo y años después ejecutado por orden del Emperador en el castillo de Simancas.
-Y una tercera, a la vez verdadera y verosímil, que se desarrolla con aires numantinos y ecos revolucionarios y en la que se muestra a los toledanos más golpeados por “la peste y el hambre”, situación de la que se vale un Acuña ambicioso y sin escrúpulos para empujar al populacho a la sublevación, el saqueo y la rapiña, desmoronando desde dentro cualquier posibilidad de continuar adelante con la resistencia.
Además, y por si aún fuera poco, Villaespesa introduce otro ingrediente especialmente novedoso. Nada menos que el del machismo y la reivindicación feminista, con el traidor Acuña (en la obra, el Arcediano) haciéndose eco de que “a Toledo avergüenza/ que una mujer la gobierne”, cizaña que desemboca en este grito: “¡Para los hombres, la espada, / para la mujer, la rueca”, y grito que la leona de Castilla ensordece con sus rugidos.
En definitiva, qué obra tan dinámica y tan cinematográfica. Así lo entendió Juan de Orduña (Madrid, 1900- 1974), actor en la primera película sonora del cine español, El misterio de la Puerta del Sol (1929), y el director entre los directores durante el franquismo, volcado en el cine histórico, con películas en su haber que sencillamente hicieron época, cual Agustina de Aragón o Alba de América y naturalmente la que aquí nos ocupa, La leona de Castilla, cinta de convergencia de la historia –en versión de exaltación patriótica- con la literatura, faceta ésta en la que se apuntó adaptaciones que no merecen el olvido, cual Cañas y barro, popular novela de Vicente Blasco Ibáñez, o Zalacaín el aventurero, del gran Pío Baroja.
Contando con un elenco estelar de actores, encabezado por Amparo Rivelles en el papel de María de Pacheco y con Virgilio Teixeira como Pedro de Guzmán o con Alfredo Mayo en función de Manrique, Orduña se empleó a fondo así para bien como para mal. Me explicaré: acertó de lleno, creo yo, cuando en el tránsito del verso teatral a los diálogos del cine respetó el espíritu libertador del original; y por el contrario, a mi juicio se equivocó meridianamente al cargar la suerte (permítaseme esta expresión taurina) en los aspectos retóricos y en el efectismo de la ambientación, difuminando o atenuando la grandeza de las Comunidades derrotadas y el papel dirigente de mujer, “la leona de Castilla”, con mando sobre los hombres.
En fin, procede subrayar que ambos mensajes, convenientemente tratados, favorecían la nueva imagen que el franquismo quería trasmitir, tapando la etapa de connivencia con Hitler para realzar su nuevo alineamiento con Occidente frente a la Unión Soviética en el contexto de la Guerra Fría. El Régimen continuaba, pero de puertas afuera reformado mientras de puertas adentro se abría a los componentes popular-liberales de la tradición histórica. En ese sentido, tómese en consideración que en 1951, cuando se rodó la película, Franco acababa de superar la fase de aislamiento internacional al revocar la Asamblea General de la ONU en febrero del año anterior la condena de 1946, resolución que contó treinta y ocho votos a favor por diez en contra y doce abstenciones.
La película de Orduña responde a ese momento, el drama de Villaespesa confirma que “la literatura es un arma cargada de futuro” (Gabriel Celaya) y María de Pacheco, “la leona de Castilla”, sigue siendo una mujer a reivindicar. Ayer y hoy, ¡vivan los comuneros!
Patrocinado por las Cortes de Castilla y León a través de la Fundación de Castilla y León
Gonzalo Santonja Gómez-Agero, catedrático de de la Universidad Complutense de Madrid y director del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua ha organizado o intervenido en más de trescientos congresos y reuniones científicas, así en España como en Europa, Estados Unidos e Hispanoamérica. Pertenece a las Academia Norteamericana de la lengua Española (ANLE), Academia Argentina de Letras y Academia Filipina de la Lengua Española, es Hijo Predilecto de Béjar (Salamanca), su ciudad natal, Huésped Distinguido de Camagüey (Cuba) y Santiago de Chuco (Perú), Honorary Fellow in Writing por la Universidad de Iowa (USA) y Profesor Honorario de la Universidad Ricardo Palma (Lima, Perú). Desde 2010 a 2019 codirigió el Foro Internacional de Filología de la Feria del Libro de Guadalajara (México).
Ha prologado o anotado más de setenta ediciones, es autor de ciento cincuenta artículos de investigación o ponencias, dirigido numerosas tesis doctorales y publicado más de treinta libros de ensayo e investigación, obras por las que ha obtenido, entre otros, los premios Ortega y Gasset, Nacional de Ensayo o Castilla y León de las Letras.