El cultivo de la remolacha contribuye a la reducción de la huella de carbono con la captura de 46,4 toneladas de CO2 por hectárea cultivada, según revela un estudio realizado por el Instituto Tecnológico Agrario (Itacyl) de la Consejería de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural de la Junta de Castilla y León, en colaboración con la cooperativa ACOR y la empresa Azucarera.
El balance de captura y fijación de CO2 para evitar su emisión a la atmósfera sigue además arrojando un saldo positivo de 36,3 toneladas por hectárea incluso cuando se incluyen las emisiones provocadas por la producción del cultivo y por la propia industria azucarera, tal y como recoge Ical.
Según se especifica en el informe de balance de carbono en la remolacha azucarera y otros cultivos de regadío en Castilla y León, realizado por el Itacyl, ACOR y Azucarera bajo el nombre de proyecto Remocar, el cultivo de remolacha capta de la atmósfera un total de 52,3 toneladas de CO2 por hectárea, fijándose 41,1 toneladas a la raíz y 11,2 a los restos vegetales, entre las que se encuentran las 2,2 toneladas fijadas en el hummus estable y las 4,5 toneladas adheridas al material biológico del suelo.
De las 52,3 toneladas capturadas por hectárea hay que descontar, en primer lugar, las emisiones de CO2 generadas por la mineralización del suelo y otras mineralizaciones secundarias, que suman un total, según el estudio, de 5,9 toneladas por hectárea que vuelven a emitirse a la atmósfera, lo que deja la cantidad total de toneladas de CO2 capturadas por la remolacha en 46,4 por hectárea.
No obstante, el estudio profundiza en otras emisiones que se producen desde el proceso de cultivo de la remolacha hasta su procesamiento para convertirse en azúcar. Se atestigua así que la producción del cultivo, entre cuyos elementos se cuenta la preparación del suelo, el riego, la fertilización, la aplicación de fitosanitarios y la recolección y el transporte, genera una emisión de 4,9 toneladas de CO2 por hectárea, mientras que las emisiones ocasionadas por la industria para la transformación de la remolacha en azúcar se fijan, según el informe, en 5,1 toneladas de CO2 por hectárea.
Todo ello deja un saldo positivo de captura de CO2 por parte del cultivo de remolacha de 36,3 toneladas por hectárea sembrada, cultivada y recogida, evidenciando así la contribución positiva de la remolacha en la reducción de la huella de carbono en la atmósfera y desmintiendo el mito que atribuye a la agricultura la consideración de actividad contaminante.
Proyecto Remocar
El estudio sobre la captura de CO2 por parte de la remolacha se enmarca dentro del proyecto Remocar, una iniciativa conjunta de la Consejería de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural, ACOR y Azucarera para realizar un balance de carbono en la remolacha azucarera y otros cultivos de regadío de Castilla y León.
El trabajo de investigación, realizado desde noviembre de 2017, cuenta con un presupuesto de 195.093 euros, cofinanciados por fondos Feder, y su objetivo final es el aprovechamiento sostenible de los recursos para el desarrollo de cultivos en regadío, económicamente viables, en la Comunidad de Castilla y León, al ser este tipo de plantas las que cuentan con la denominada alta eficiencia fotosintética.
Esto se debe a que estas plantas, que suponen solo el 0,4 por ciento de las especies conocidas y entre las que se encuentran la remolacha, el sorgo, el maíz, el arroz o la caña de azúcar, fijan entre 50 y 80 miligramos de CO2 por decímetro cuadrado de superficie foliar por hora, mientras que los cultivos de baja eficiencia fotosintética, que son mayoría, fijan entre 20 y 40 miligramos de CO2 por decímetro cuadrado de superficie foliar por hora.
Por ello, y también con el objetivo de mejorar la competitividad del sector agroindustrial de Castilla y León, se inició el proyecto en parcelas de cinco zonas con cultivos de regadío de la Comunidad como son Horcajo (Ávila), Milagros (Burgos), Valdevimbre (León), La Overuela (Valladolid) y Toro (Zamora), para determinar el balance de carbono de los cultivos de regadío, analizar su comportamiento en las distintas zonas agroclimáticas y comprobar la variabilidad existente de suelos y climas en la Comunidad, ya que la producción potencial de los cultivos depende del lugar, el clima, las interacciones y el periodo de vegetación.
Los datos recopilados sirven ahora para desarrollar una base de los recursos existentes en estos cultivos de regadío con información sobre rendimiento y calidad, para realizar a partir de ahí tanto un análisis del impacto del clima, el suelo y el manejo sobre la producción y rentabilidad de los cultivos como un análisis energético de las diferentes plantas en cada zona, con el objetivo de conocer qué cultivo aprovecha mejor el potencial de fijación de carbono para una menor contribución a las emisiones de CO2, destacando entre ellos el de remolacha.
Fijación en otros cultivos
Y es que la remolacha es la que mayor fijación de CO2 ha mostrado en el estudio, con las 46,4 toneladas capturadas por hectárea excluyendo las emisiones de la producción del cultivo y de la industria azucarera, pero el resto de cultivos analizados también mostraron datos positivos que evidencian el papel de la agricultura para evitar la excesiva emisión de dióxido de carbono a la atmósfera.
Entre ellos destaca el maíz, con más de 25 toneladas de CO2 fijadas, si bien las emisiones de dióxido de carbono de este cultivo a la atmósfera se acercan a las 20 toneladas por hectárea, lo que reduce el saldo positivo de captura de CO2 al entorno de las siete toneladas, cantidad netamente inferior a la explicitada por el cultivo de remolacha en el estudio realizado de manera conjunta por Itacyl, ACOR y Azucarera.
En cualquier caso, estas dos plantas de regadío aventajan en la fijación de CO2 a los cultivos de secano, donde solo la alfalfa consigue capturar más de 20 toneladas por hectárea, con un saldo positivo superior a las cinco toneladas, mientras que trigo, colza y cebada apenas superan las 15 toneladas de CO2 capturado por hectárea y el girasol se queda incluso por debajo de la decena. Todas ellas, no obstante, con un saldo positivo por el que emiten a la atmósfera menos dióxido de carbono que el que capturan y fijan en el terreno, según estipulan los datos obtenidos por el proyecto Remocar.