E. Margareto / ICAL
La isla Idwji, cercana a Goma en el este de la República Democrática del Congo, es un lugar de paz, un paraíso natural y un paisaje espectacular con una vegetación exuberante. Pero también es el tercer lugar más pobre del mundo, después de Calcuta y Manila. Son 40 kilómetros de tierra alejados de cualquier sitio que han servido en ocasiones de cementerio para los vivos que nadie quería y en otras de refugio para quienes huían de una muerte segura. Muchos de sus 150.000 vecinos llegaron allí huyendo del genocidio de Ruanda de 1994. La extrema pobreza era, a la vez, una condena en vida y su salvación para no acabar entre los muertos que, por cientos, yacen en el fondo del lago Kivu que la circunda.
Sin embargo, en medio de este drama el esfuerzo de un grupo de burgaleses abre una luz de esperanza y de futuro. La ONG Kivu Jambo, con ayuda de la Junta de Castilla y León ha abierto en el corazón de la isla una escuela que sirva de palanca para cambiar las cosas. La creación de este complejo educativo ha sido una prioridad para esta organización desde que conocieron Idwji y su historia. “Es una isla en la que antes llevaban a las mujeres violadas o con algún problema social y a los enfermos con mayor complejidad; era un exilio forzado, los apartaban allí porque es un lugar de difícil acceso porque está a unos 10 kilómetros de la costa de Goma", comenta Francisco Martínez, uno de los responsables de la ONG.
Han sido años de trabajo, de buscar recursos y de cambiar mentalidades. La propia construcción del centro ha sido toda una heroicidad, dado que en la isla salvo la vegetación, los animales y el agua no hay nada. Todos los materiales han sido transportados en barco desde Goma en un viaje que se prolonga hasta 12 horas.
El complejo lo dirige una mujer. No es una elección cualquiera. Emily Ahadi Bukuye, que así se llama, debe ser un ejemplo para muchas niñas de la isla. “Queremos que sea un centro educativo con mayoría femenina porque históricamente la mujer en Congo no ha tenido la posibilidad de tener una educación - explica Francisco Martínez - “porque desde muy pequeñas tenían que encargarse del cuidado de sus hermanos cuando sus padres salen a trabajar y, a veces, incluso compatibilizaban ambas labores, ir ellas mismas a trabajar y cuidar a los más pequeños”.
Emily cree que el centro ya ha cambiado la isla de Idwji: “es la primera vez que tenemos una escuela privada, bien construida en comparación con las convencionales y es la mejor escuela de la región de Kivu Norte donde los niños están muy felices”. “En un entorno en el que la mayoría de la gente es pobre, este proyecto ha ofrecido trabajo a mucha gente que, de esta manera, puede mantener a su familia”, según relata Guislain Ntirenganya Fikiri, un educador social que trabaja en la comunidad, quien explica también que la escuela ha permitido que muchas personas puedan producir materiales de construcción y venderlos. “Ha contribuido a mejorar la economía de la isla”, añade con contundencia.
De momento, este año el curso ha empezado en la fecha prevista y no han tenido sobresaltos ni contratiempos como el año pasado, cuando hubo de demorarse porque el contenedor que llegaba desde España con material cedido por distintos colegios de Burgos, fue secuestrado en las aduanas, y los responsables de la ONG tuvieron que pagar cantidades desorbitadas para poder liberar el cargamento. Para ello, fue necesario que se empleara a fondo la hermana Sifa, una monja del Instituto de San José, también con una fuerte presencia de religiosas burgalesas, de Rubare, una ciudad cercana, con las que colabora esta ONG. “Las hermanas de San José son ángeles en la tierra”, reflexiona Francisco Martínez. Este tipo de secuestros son un auténtico calvario para cualquier organización que trabaje en la zona.
El centro tiene capacidad para 250 alumnos y que es gratuita. “Es la única escuela que desde el primer curso enseñan Inglés y los niños empiezan a hablar este idioma en la primera semana’, presume Emily. Al ser una escuela para niños pobres - “hay muchos niños que no tienen ni jersey ni chubasquero”, se lamenta la directora - desde la ONG se comenzará una campaña para poder apadrinar a cada uno de los alumnos y que el colegio pueda funcionar de manera autónoma.
El complejo educativo consta de cinco clases, hay cuatro profesores y la directora, y cerca de 200 alumnos. Y en el futuro la ONG quiere construir una escuela de secundaria y otra de Formación Profesional, para que los niños puedan continuar su formación en la isla.
El proyecto se completa con unas pequeñas casitas solidarias de construcción tradicional, al lado del lago, que sirven para alojamiento de personas interesadas en apoyar este proyecto o de aquellos que quieran hacer turismo solidario. De esta manera, confían los responsables de Kivu Jambo en conseguir algún ingreso para sacar adelante el complejo educativo y mantener a los profesores y trabajadores del centro.
La escuela lleva el nombre de Esther Fonseca, esposa fallecida del periodista y poeta afincado en Valladolid Jesús Fonseca, una persona clave en el desarrollo del proyecto. “Todo el equipo ha querido rendir homenaje a Esther que fue una enamorada de África” explica Francisco Martínez, quien agradece el apoyo y la financiación de empresas, instituciones, personas anónimas y la Junta de Castilla y León, con cuyo presidente Alfonso Fernández Mañueco, han podido comunicarse vía internet.
Durante el acto de inauguración, Jesús Fonseca mostró su “enorme gratitud” y recordó la personalidad de su esposa, con quien compartió vida, experiencias y proyectos humanitarios en Senegal y Guinea Ecuatorial. “Esther amó a África; siempre dijo que en ningún sitio había sido tan feliz como aquí”, recuerda emocionado.
El lago Kivu amanece con neblina, lo que le hace más inmenso. Las típicas barcas de los pescadores de Idwji se observan recortadas en la niebla y las grullas despiertan y buscan en bandadas algún pez que se escapa entre las redes de las barcazas. Salen los primeros rayos de sol para encender el verde del espectacular paisaje. La actividad en esta isla olvidada comienza. Las mujeres cargadas con bultos en la cabeza deambulan por los caminos; las pateras que hacen el trayecto entre poblaciones repletas de gente, los hombres se afanan en encontrar algo de sustento… a lo lejos ya se oyen los gritos de los niños formando en la escuela ‘Esther Fonseca’ que hoy es, un poco más, un lugar de paz.