Don Jesús nace en 1875 en la Montaña Palentina, en Viduerna de la Peña, asentado en una de las curvas que hace el rio Valdavia en su camino hacia el Pisuerga. De familia de labradores, todo apuntaba a una dura vida de trabajo en el campo, como es lógico, sí, pero cuanto menos marcada por la tranquilidad y la paz. Sin embargo, fue la guerra lo que marcó el devenir de su existencia…
Como resultaba muy caro librarse del servicio militar (había que pagar unas dos mil pesetas de entonces al Estado para redimir esta prestación), a los veintidós años le tocó sustituir a su hermano Venancio y alistarse en el ejército.
Hizo el petate, despidió a Inés, su novia, y marchó marcialmente del pueblo. Poco tardó don Jesús en ascender a cabo y en ser destinado a Filipinas, donde el Batallón Expedicionario de Cazadores nº 2 tenía encomendada la quimérica misión de apagar cualesquiera ínfulas de los insurrectos de la isla de Luzón. Todavía nadie sabía que estos sucesos en esta remota isla de ultramar serían, a la postre, el ocaso definitivo del Imperio español. Pero eso es historia de Filipinas, aquí nos centraremos en don Jesús.
En diciembre de 1897 se pactó una pequeña tregua en Biak-na-bató, por lo que en esas semanas el gobierno de España tomó varias decisiones relacionadas con relevos de destacamentos en la región. Una de estas sustituciones se produjo en enero de 1898, donde el amplio batallón de hombres al mando del mayor Génova, de unos cuatrocientos soldados, fue relevada por un destacamento más pequeño de medio centenar de unidades. Es entonces cuando Jesús García Quijano, don Jesús, embarca en Manila rumbo a Baler. Unos cien kilómetros hasta llegar a esa ratonera selvática, donde las comunicaciones por tierra eran prácticamente nulas, siendo el barco de vapor el medio frecuente para el contacto con el exterior.
Y de esta forma se juntaron en esta pequeña población costera cincuenta soldados con uniforme de rayadillo y sombrero, más el capitán de Infantería Enrique de las Morenas y Fossi, que había sido recientemente nombrado gobernador civil y militar del distrito el Príncipe, los tenientes Juan Alfonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo, así como el teniente médico, Rogelio Vigil de Quiñones y Alfaro, y volvía también el párroco del pueblo, Fray Cándido Gómez Carreño, que había estado un tiempo prisionero de los tagalos, y a los que pidió que lo dejaran ir a Baler a convencer a los españoles para que se rindiesen. Valiente mentira… En total cincuenta y cinco hombres de toda España rodeados de sierras, palmares, humedad y frondosidad desconocida.
Pero esa pequeña tregua firmada en diciembre no fue más allá de seis meses, y eso se veía venir ya desde marzo del 98, cuando estalla el conflicto entre España y los Estados Unidos, que, como ya se sabe, ayudaron a los filipinos.
A finales de junio, los vecinos de la zona abandonaron sus chozas y se alejaron ante la inminente hostilidad que se barruntaba. Entonces, el 30 de junio, durante una patrulla rutinaria, el grupo de don Jesús, cae en una emboscada de los insurgentes tagalos, y don Jesús recibe un tiro en el pie izquierdo, dando así comienzo de forma oficial el sitio de Baler, y quedando cojo para siempre el labrador.
El pequeño grupo, desconocedor del estallido de la guerra con Estados Unidos y de la recién proclamada independencia de Filipinas a mediados de ese mismo mes, fue atacado por los revolucionarios filipinos y su gesta quedó para la historia. Los hombres se refugian en la iglesia del pueblo por ser el edificio más sólido y defendible en caso de prolongarse la situación, que, finalmente, duró once meses. Casi un año que ninguno de ellos había soñado y del cual se ha dicho y escrito mucho. Ya se sabe que en ese tiempo Zayas murió y el mando pasó a Cerezo hasta el fin del sitio, el beriberi hizo estragos en muchos soldados, el médico hizo un huerto para paliar la desnutrición, vivieron muchos meses sin creer lo que les decía el enemigo…
En fin, en junio de 1899 dan por ciertas las noticias del Tratado de París y se rinden, produciéndose el esperado final del sitio. El 1 de septiembre de 1899 llegan al puerto de Barcelona los treinta y tres supervivientes, que rápido se dispersan por la península y no se vuelven a ver jamás. El teniente Cerezo enfiló para la cacereña Miajadas, y el resto de los valientes a sus respectivos pueblos de Ávila, A Coruña, Ourense y Lugo, Huesca y Lleida, los andaluces para Huelva, Sevilla, Jaén y Granada, otro para Fuerteventura, había de Teruel, Murcia, Guadalajara, Castellón, Valencia…
Don Jesús, vuelve a su pueblo de Palencia, donde formó una amplia familia de seis hijos con Inés, y volvió al oficio de campesino. Además, se carteaba con otros supervivientes, para pelear burocráticamente por una pensión de invalidez, que finalmente consiguieron nueve años después: sesenta pesetas vitalicias.
Treinta años después, cuando la brasa de Baler todavía no se había apagado, estaba don Jesús con unos familiares pasando una yunta con carro por un campo, cuando un avión que sobrevolaba su pueblo lo confundió con un cañón de artillería. La bomba que dejó caer tronchó tres vidas y dejó casi inválido al ya no tan joven protagonista.
Más tarde, finalizada la guerra, en 1945, Franco declaró la película ‘Los últimos de Filipinas’, como documento de interés nacional, pero a cuyo estreno no fue invitado don Jesús. Solo ocho de los últimos de Filipinas estaban vivos ese año, y cinco de ellos tenían familiares que habían combatido en el bando republicano. De ahí la falta de invitación. Los otros tres fueron ascendidos a tenientes, sin embargo.
Postrado en una cama, don Jesús murió dos años más tarde y fue enterrado en Viduerna. Sin embargo, no se olvida. La academia militar de West Point todavía enseña a sus alumnos la resistencia de este grupo de españoles.