El arandino Néstor Sanmiguel (Zaragoza, 1949) culmina la próxima semana una nueva cima de su dilatada trayectoria artística. El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía le dedica una amplia antológica en el Palacio de Velázquez, en pleno Parque del Retiro en el corazón madrileño, que con el título ‘La peripecia del autómata’ verá la luz el próximo viernes, 3 de junio; allí permanecerá abierta hasta el próximo 19 de septiembre. La muestra tendrá además una doble sede ya que se prolongará con diferentes piezas en Artium, el Museo de Arte Contemporáneo del País Vasco, del 24 de junio hasta el 1 de noviembre.
Con la humildad y bonhomía que le caracteriza, Sanmiguel echa la vista atrás hasta reencontrarse con el niño de diez años que era cuando arribó a Aranda de Duero, una tierra de la que ya no se separaría nunca y donde desde sus tiernos once años se aferró al dibujo como forma de expresión y de vida, gracias a las clases de un pintor alemán que había recalado en Burgos huyendo tras la derrota del nazismo. “Nunca me hubiera imaginado, en aquel tiempo, que llegaría adonde he llegado ahora, y no lo digo por los lugares en los que he podido exponer ni por historias económicas, sino por la aventura artística que ha significado todo este recorrido”, recalca antes de subrayar que llega a este punto clave en su trayectoria “con ganas de seguir trabajando”.
De aquellos remotos primeros pasos, Sanmiguel recuerda que aprendió a “no tener miedo a los grandes formatos ni a los espacios vacíos”, ya que en cada sesión tenía que llenar una enorme pizarra de unos seis metros cuadrados, y juntos crearon diversos escenarios para estrenos teatrales. “Desde entonces, a mí me da igual lo grande que sea la superficie y lo complicado que sea lo que me voy a proponer hacer. Empiezo a hacerlo y ya está. Nunca he tenido reparos en cuanto a los formatos o al tiempo que puede precisar la ejecución de una obra”, explica.
No será esta la primera vez que Sanmiguel exponga su trabajo en el Reina Sofía. Hace precisamente una década ya participó en la muestra colectiva ‘Locus solus’, organizada a modo de homenaje al poeta francés Raymond Roussel. En esta ocasión, hasta 130 de sus obras inundarán todas las salas del Palacio de Velázquez, un palacete barroco anclado en medio del Retiro: “No puedo imaginar un lugar mejor que este para mi obra”, destaca sonriente en declaraciones a Ical mientras ultima el montaje de las piezas.
Para él, el ofrecimiento del Reina Sofía y Artium ha sido “una nueva legitimación” de su trabajo, como le sucedió en 2007 con ‘El segundo nombre de las cosas’, una gran muestra monográfica que le dedicó el Musac en León. Fue entonces cuando la actual directora de Arium, Beatriz Herráez, que ejerce ahora de nuevo como comisaria de ‘La peripecia del autómata’, trazó un exhaustivo recorrido por sus obras, donde infinidad de capas de información superpuestas actúan a modo de veladuras, que muestran y ocultan al mismo tiempo una sucesión de relatos pictóricos que conforman el peculiar universo del autor. “Aquella exposición del Musac fue algo inesperado, y después de este proyecto ya no sé qué podría ser lo siguiente. Imagino que habría que pensar en algún museo extranjero, pero por mi parte, si rematara aquí, con el Reina Sofía, sería más que suficiente”, recalca satisfecho.
Capas y conceptos
‘La peripecia del autómata’ relaciona entre sí piezas ejecutadas en distintos momentos de la trayectoria de Sanmiguel, una producción en la que se cruzan registros pictóricos, sistemas de reglas y signos gráficos, y en la que el trabajo, entendido como una “maquina abstracta” que estructura nuestras vidas, aparece como una preocupación constante.
Todo su recorrido está atravesado por un pensamiento que cuestiona los modos de producción contemporáneos y su concepción del tiempo. En ese sentido, defiende que la visión del tiempo como algo que es imprescindible rentabilizar es “un problema político”. “Antes de dedicarme de forma exclusiva al arte, había trabajado toda mi vida en fábricas (era patronista textil). Dedicar tres o cuatro meses a una única pieza es imposible que resulte rentable, pero mi forma de trabajar es tan meticulosa que escapa de las necesidades del mercado. Debo decir sin embargo que nunca he tenido problemas en surtir de obras a mi galería (Maisterra-Valbuena) siempre que me han pedido obra”, relata antes de apuntar que no concibe una producción artística ‘industrial’ como la que ejemplifica Damien Hirst, con un centenar de ‘obreros’ produciendo sus piezas. “Yo entiendo que mi obra la tengo que hacer yo, personal y manualmente”, afirma.
Su ingente obra conforma un catálogo en el que los límites entre imagen, texto y representación se vuelven visibles y problemáticos. Como señala Herráez, su producción se aleja de las convenciones, sobre todo de aquellas que se apresuran en dictaminar la obsolescencia de algunos lenguajes en la contemporaneidad, situando su práctica en un campo cuya profundidad histórica es reconocible con referencias a la historia del arte, la literatura y a la cultura popular.
“Nunca he escapado de las referencias artísticas y siempre las he intentado llevar a mi territorio”, explica cuando se le pregunta si se ha amortiguado con el paso de los años el impacto que le produjo ver su primer Pollock cuando aún era un niño. Del estadounidense reconoce que quizá haya absorbido “un cierto gusto por lo barroco, por lo lleno, aunque de lo lleno a lo vacío solo hay un paso”, y entre sus infinitas influencias artísticas no tardan en salir a colación Ellsworth Kelly, Basquiat (referencia indiscutible en su lienzo ‘Juan Carlos I Spanish King’, que forma parte de la muestra) o los maestros del neoplasticismo, Mondrian y Van Doesburg.
También abundan las referencias literarias en su obra, sobre todo escritoras que le han “pesado bastante” por razones que ni siquiera él es capaz de explicar. Así, alude a Amy Tan y su libro ‘Los cien sentidos secretos’, a la americana Ursula K. Le Guin o a la eterna Virginia Woolf, cuya obra considera capital.