La Revuelta de las Comunidades de Castilla es considerada por muchos expertos como la primera revolución del periodo de la Edad Moderna, siendo la primera que se produjo en Europa antes de la Revolución francesa de 1789, y fue una rebelión que marcó un antes y un después en la historia de Castilla y que estuvo a punto de cambiar la historia de España.
La revuelta se inició como una rebelión contra las demandas fiscales del rey Carlos I, que había llegado al trono en 1516, se convirtió, finalmente, en una auténtica revolución que trató de derrocar al monarca y dar el trono a la reina Juana, por aquel entonces ya encerrada por orden de su hijo. Hace 503 años, el 23 de abril de 1521, la derrota de la rebelión comunera en la batalla de Villalar, en la provincia de Valladolid, supuso el final de este movimiento revolucionario y del sueño de los rebeldes castellanos.
El comienzo de la rebelión
El motivo inicial de la rebelión de los comuneros fue el propósito de Carlos I de cobrar una serie de impuestos dirigidos a sufragar su coronación como emperador del Sacro Imperio. Las Cortes de Castilla lo rechazaron, ya que veían con malos ojos al monarca por su desapego con las tierras de Castilla y por las cesiones que había hecho a varias personas extranjeras. Finalmente, Carlos I convocó unas Cortes alternativas en La Coruña y Santiago que cedieron a sus pretensiones y se dirigió hacia tierras alemanas en mayo de 1520.
El nombramiento de personas extranjeras para ocupar diferentes cargos y obispados españoles, la presión de los recaudadores de impuestos y el nombramiento de un regente que era de fuera de España, Adriano de Utrecht, para gobernar Castilla mientras el monarca estaba ausente precipitó el estallido de la rebelión.
El descontento por la nueva situación llevó a que se rebelasen, en un inicio, la pequeña nobleza y las ciudades castellanas, encabezadas por el pujante el sector textil. Los manufactureros de la lana de la Castilla interior estaban especialmente descontentos con la Corona ya que sufrían un estancamiento desde inicios del siglo XVI por su incapacidad de competir con los productos extranjeros y por la escasa protección que encontraban en los monarcas.
Mientras las exportaciones de lana desde Burgos y Bilbao y de Sevilla a las Indias se encontraban en un momento de esplendor, la Castilla interior se encontraba cada vez más marginada. Este hecho la convertiría en el principal feudo de los comuneros y estallaron los intereses en conflicto entre los manufactureros y los exportadores de lana de la zona.
La cuestión de las clases sociales
En los últimos años de Isabel la Católica en el trono, la nobleza había tratado de llevar a cabo un asalto al poder, a través de la reagrupación de sus fuerzas privadas, de ocupar los puestos dirigentes del ejército y de competir por ocupar los puestos de la administración. Poco después, comenzaron a apoderarse de las tierras de los núcleos urbanos y a usurpar tanto rentas como cargos urbanos.
Después de la muerte de Isabel, la regencia no fue capaz de salvar a la monarquía del declive tanto militar como financiero y las ciudades, descontentas, le negaron su ayuda. Las peticiones de dinero a través de impuestos y de tropas por parte de Carlos I solo hicieron que incrementar el resentimiento de esos grupos urbanos entre los que ya estaba extendido el descontento.
La revolución se extiende
El levantamiento de los comuneros lo encabezó la ciudad de Toledo, que había expulsado a su corregidor y fundado una Comunidad incluso antes de que el monarca se marchase de España, el 20 de mayo de 1520. A lo largo del mes de junio la revuelta se fue extendiendo por la mayoría de las ciudades de Castilla que fueron expulsando a los recaudadores de impuestos y a los oficiales reales y proclamando Comunidades.
Toledo llevó la batuta también tratando de extender la base política del movimiento comunero y en el mes de julio se convocaría una reunión de cuatro núcleos urbanos en Ávila, de la que surgiría una junta revolucionaria que forzó a Adriano de Utrecht a salir de la ciudad de Valladolid y a organizar un Gobierno alternativo.
En septiembre de 1520 el movimiento llegaría a su momento de mayor expansión y pasó de pedir reformas a reclamar condiciones a Carlos I. Este hecho provocó que comenzasen a estallar divisiones entre los revolucionarios y los reformistas, abandonando finalmente el movimiento los rebeldes moderados de Valladolid y Burgos, que se encontraban sometidos a una gran presión desde la alta nobleza y desde las autoridades reales.
El sostén de la nobleza a Carlos I
Después de que la junta revolucionaria empezase a exigir la asunción de todos los poderes del Estado, los elementos moderados se echaron a un lado y las fuerzas reales arremetieron contra los sublevados. El 5 de diciembre de 1520, con el apoyo de la aristocracia y de efectivos enviados desde Portugal, tomaron el municipio de Tordesillas, que se había convertido en el centro neurálgico de la junta.
Pero los comuneros no habían dicho su última palabra. Su revuelta era un movimiento de carácter social, un enfrentamiento directo con la alta nobleza y también con los grandes comerciantes. Carlos V fue hábil y nombró al condestable de Castilla, Íñigo de Velasco, junto con Adriano de Utrecht, como gobernadores del país, llevando a los nobles castellanos a simpatizar con la causa real.
En una carta enviada el 30 de enero de 1521, los representantes de la ciudad de Valladolid denunciaron al partido realista como el partido de la nobleza que se dedicaba a servir a sus propios intereses contra los núcleos urbanos, que habían sido el auténtico sostén financiero del rey.
El final de la revuelta: la batalla de Villalar
En el campo de batalla, los comuneros no tenían capacidad para hacer frente al ejército real y a los efectivos de la nobleza, y cayeron derrotados en la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521. El ejército comunero, que contaba con muchas menos tropas que el bando del monarca, intentó que la batalla se disputase en el interior del pueblo, ubicando piezas de artillería y cañones para la defensa.
Pero los comuneros no tuvieron la opción de desplegar a sus tropas, ya que la caballería del monarca atacó de manera repentina a los revolucionarios. Al día siguiente de la rendición, los dirigentes de la rebelión fueron ejecutados por decapitación: Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, que representaban a los núcleos urbanos de Toledo, Segovia y Salamanca.
La resistencia en la capital toledana se alargó seis meses más, dirigida por el obispo Acuña. Finalmente, fue apresado y encarcelado en el castillo de Simancas, donde terminó siendo ejecutado por el método de la garrota. En octubre de 1521, Toledo terminó por capitular. Terminaba así el ambicioso sueño comunero y la revolución que pudo cambiar España, hace ahora 503 años.
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