Uno volvió a paladear lo bueno de la capital amurallada, entre otras cosas los amigos y, sobre todo, los familiares de mi mujer -que son muchos- a los que el aprecio es como si fueran de mi sangre.
El motivo principal fue ese gran festival que llevaron a cabo Alberto García y Nacho de la Viuda tras dos años sin toros en la capital abulense. Ávila volvió a revivir su tauromaquia como en sus mejores tiempos. Ojalá y perdure.
Pero los toros siempre acompañan a buenas cosas como la gastronomía. Y con ello los recuerdos de tiempos pasados, el reencuentro con amigos, familiares, etc. Y vaya si rememoramos.
El almuerzo de diez gracias al buen chef José Luis Muñoz Hernández, más conocido como José (el hijo del Mulas y de Nana). Son términos íntimos y familiares. Ya me entienden. José gerencia el Restaurante Villafranca, en el polígono industrial “Las Hervencias”. Y allá que fuimos con mi cuñado Angel junto, a su hijo Javi, a pegarnos un fiestón gastronómico, sencillo, pero digno de alabanza.
Mi cuñado es, además, paisano de Villarrobledo. Ángel, hermano de Pilar, mi mujer, echó raíces en Ávila por los años 60-70 cuando, al acabar la mili en caballería, dio la vuelta por medio mundo junto a un capitán del ejército que practicaba la equitación a nivel de competición. Ángel era y sigue siendo un enamorado de los equinos.
Y en Ávila, -parada, fonda y competición caballar-, surge el amorío con Mari Carmen: una atractiva y esplendorosa abulense, pero sobre todo generosa, amable y con mando en plaza. Con ella, Ángel ha convivido los últimos cincuenta años en plena felicidad y con el fruto de cinco hijos. Hasta hace poco, porque Mari Carmen se la llevó la terrible enfermedad.
Tenía que decirlo, aunque con tristeza, pero es que a Mari Carmen Hernández la adorábamos mi mujer y yo. Y con ella a su hermana Nana, y por ende a toda la familia. Ávila era, y es, nuestra segunda casa para todo. Vaya pues nuestro recuerdo entrañable para una mujer audaz. Pero sobre todo una buena y gran madre.
Pero hay que volver a la rutina, al quehacer diario y, sin olvidar nunca a quien tanto quisimos, al buen yantar. La vida sigue y, a veces, una buena compañía, frente a mesa y mantel, sirve para recordar los buenos momentos que te ha ido deparando la vida. Y en Ávila siempre hubo instantes deliciosos.
Y si a mesa y mantel le pones de entrada unas “patatas meneás”, tapadas con unos torreznos ibéricos puede que hasta sueñes por la noche.
Y edulis fresquísimos fue lo que el chef del Villafranca nos puso a continuación: huevos fritos tapados con deliciosas láminas de tan preciado hongo. Delicatessen.
Y el arroz caldoso fue un remate que sonó a música celestial, cuyos componentes fueron de auténtico lujo: sepia, calamar, gamba roja y bogavante. El caldero, enorme de contenido, cayó a medias y lo restante, excepto el bogavante, fue servido en un taper que será devorado este mediodía por mi cuñado Ángel.
Todo el decorado y lo accesorio perfecto, pero luego hay que darle el toque mágico que todos los buenos cocineros conocen para proporcionarle ese sabor tan rico que tienen los arroces. José lo consiguió. Enhorabuena, chef. Gracias familia abulense. Amenazo con volver acompañado de Pilar.
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