[…volvió a su casa Jimena, llamó a sus tres hijas y a dos nueras, hizo traer los trajes y las armas de su esposo, los vistió, se colocó en la cabeza un yelmo simple y cogió un lanzón en la mano con el mismo brío que un soldado viejo. Armada y vestida, dijo a las mujeres: “Hijas mías muy amadas, conviene que todas hagáis lo mismo que me habéis visto hacer, pues veis que los moros se nos acercan, y conviene que defendamos nuestra ciudad, vidas y honras.]
Óbila, como la nombró Ptolomeo, estaba situada en territorio vetón, al extremo oriental de Lusitania, y fue durante mucho tiempo constante moneda de cambio en la linde entre sarracenos y cristianos. Poco después de la Batalla de Guadalete, el moro Muza se hizo con la población, sometiéndola al dominio islámico. Al poco, Alfonso I la ganó de nuevo, de forma pasajera se sabe, porque Abderramán la visitó en el 785, con lo cual, era suya. Quizá el tercer Alfonso la liberó nuevamente en una de esas incursiones hasta el Tajo, pues quizá... Pero sin duda, luego sucumbió a la potente acometida de Almanzor, “el azote de los cristianos”.
De nuevo castellana, el conde de Castilla Garci Fernández se encontraba repoblando la zona, pero llegó Abdelmélic el Muzáffar, hijo favorito de Almanzor, y tiró las murallas hasta sus cimientos. En realidad, el caudillo árabe y su familia solían entrar en Ávila, y en toda Castilla en general, dos veces al año o así para no dejar ni tiempo a reconstruir las piedras ni a escribir sobre lo sucedido… A inicios del s. XII, Alfonso VI ordena reconstruir la ciudad por medio del conde Don Raimundo de Borgoña, casado con su hija Urraca. Y así se hizo, aprovechando la base de piedra de los romanos, se reparó la muralla y se repobló lo de dentro.
Jimena Blázquez
Pero la gresca contra el moro siguió muchos años, y fue en una de esas riñas donde tuvo lugar, dicen que hacia 1109, la quimérica salvaguardia de la ciudad.
Debido a esa incesante búsqueda de la gloria militar que existía en el medievo, Fernán López, alcalde de Ávila, salió con todo el destacamento bélico en dirección al Puerto de Menga a defender territorio, por haber sido informado de inminentes incursiones musulmanas que podían llegar desde el sur.
Como se sabía la hora de salida, pero no la fecha de vuelta, si la había, que no era seguro, dejó gobernando a su mujer, Jimena Blázquez.
Craso error del regidor. Dicha información era una trampa para que la ciudad quedara vacía de militares. Enseguida, vio Abdalá Alahazen que su patraña había surtido efecto y envió observadores a ver la flaca defensa de la plaza abulense. Pero, dichos emisarios fueron atisbados y la provisional corregidora fue informada de ello. Sin apenas mostrar desasosiego, Jimena salió a las calles, hizo hogueras por las esquinas y reclamó a los vecinos que quedaban, mujeres, ancianos y niños en su mayoría. Les dirigió una arenga propia de un conquistador, pidiendo no desfallecer por las noticias, animando a todos, y prometiendo que, antes de que el moro llegara a las puertas, ya tendrían ayuda cristiana desde Arévalo o Segovia. Y no descansó en toda la noche. La peste, el hambre, la falta de unos caballeros y la enfermedad de otros tenían a Ávila en sobrado aprieto.
Al día siguiente, el invasor ya estaba a la vista, a dos millas en el altozano, cortando el paso de cualquier ayuda venida de fuera, y Jimena tuvo que desenvolverse. De noche, mandó la gobernanta a unos cuantos jinetes que fuesen a reconocer el campo enemigo, y si podían secuestrar o matar a algún espía, mejor. Mientras tanto, envió también cuatro trompetas al pie de la muralla y otras cuatro a una colina, al otro lado del Adaja, y que tocaran fuerte, para que el estruendo simulara grandes tropas de caballería guardando la ciudad. Ni por asomo existían tantos caballos, faltaba cebada en la ciudad.
Salió bien la treta de la alcaidesa. Los caballeros encontraron a unos cuantos moros dormidos en su campamento y los mataron, poniendo en alarma a los otros, que al oír tantas trompetas cerca de la muralla fueron a tomar las armas sí, pero más despacio…
Mujeres y niños
La liebre ya estaba levantada, ahora tocaba ocuparse. Jimena ordenó a todas las mujeres y niños que tomaran las armas, escudos y ropajes que habían quedado de los hombres, que se cubrieran con cotas de malla, ropas de guerreros y celadas de hierro, para ocultar su apariencia femenina. Y ella hizo lo mismo. Los vecinos así disfrazados se colocaron en las zonas más altas y visibles de la muralla, con lanzas y palos entre las almenas, encendieron antorchas, vociferaron y tocaron las trompetas de guerra para simular un ejército del lado donde estaban los musulmanes.
Iba y venía Jimena por todas las calles, como buena capitana, ofreciendo armas, visitando tramos de muralla, dando comida a centinelas y alentando al personal. Ahí ya tenía la fama ganada.
Entretanto, se acercó Abdalá Alahazen para ver más claro el panorama, y vio que el sitio estaba bien defendido, en contra de lo que él pensaba. Si a esa visión de la muralla repleta, sumaba la posible abultada caballería y el atrevido asalto a su campamento la noche anterior, no le salían las cuentas. Lo habló con los suyos, y creyéndose inferiores en maquinaria de asedio, en víveres y en soldados, sugirió la retirada la próxima noche. Pareció bien a todos el consejo. Echaron el día siguiente en aparentar, pero al anochecer ya estaban de regreso a Córdoba.
Al día siguiente, Jimena y las mujeres acudieron a la iglesia de los Mártires y a San Salvador, a dar gracias por el éxito que les había otorgado sin tener que pelear. Al regresar los soldados a Ávila, reconocieron la valentía de las mujeres y su lealtad a la Corona de Castilla, y desde entonces, se dice que les fue permitido hablar y votar en el Concejo.