Juan López / ICAL
Muchas veces queremos enseñarnos en la guerra, en lugar de enseñar lo que está pasando en ella”. El abulense Óscar Mijallo (Arenas de San Pedro, 1972), corresponsal en Ucrania para RTVE, se muestra autocrítico en este sentido. Atiende a Ical desde Varsovia, desde donde está a punto de tomar un avión a Madrid tras 51 días en el conflicto. De niño soñaba con ser corresponsal de guerra mientras jugaba y correteaba por el camping que sus padres gestionaban en el Tiétar: “Siempre quise serlo, por supuesto”. Destinado en Oriente Próximo desde 2003 a 2019, y antes en Colombia, lleva en la mochila Siria, Iraq, Libia, Afganistán, Líbano, Gaza, Israel, Palestina, Sudán, Darfur, Irán, Egipto y ahora Ucrania. No en vano, le aterra convertirse en “un olvidador de historias” después de haber vivido de ellas y de contarlas, motivo por el que se aventuró en su faceta de escritor, primero con ‘La niña a las puertas del infierno’ (2017) y, segundo, con ‘El médico de Mosul’ (2021), sus dos primeras novelas, de la mano de la editorial Kailas.
Dejas Ucrania con su equipo tras 51 días, ¿con qué sensaciones se va cada vez que abandona un conflicto? ¿Le gustaría regresar a dar la noticia de su fin?
Atrás quedan buenos amigos, grandes compañeros y muchas historias. Siempre te queda la pena de no poder la noticia del fin del conflicto. Pero también de dejar allí a gente con los que has vivido experiencias muy intensas, porque se fabrican relaciones muy fuertes en muy poco tiempo y realmente creas unos vínculos que son muy difícil dejar atrás.
Afirma que queda la inquietud de que, a veces, no sabe si el corresponsal va a contar la guerra o a enseñarse en ella. Esto ya toca aspectos de la ética periodística…
Claro. Parece que muchas veces el protagonista de la noticia es el periodista, en lugar de serlo las víctimas, los civiles a los que suceden las cosas, reciben los bombardeos, los niños, los refugiados o los muertos. Y más ahora con el poder de las redes sociales, en las que muchas veces nos ponemos como protagonistas en lugar de la gente que sufre el conflicto. Los medios, en algunas ocasiones, quieren tener presencia y te piden más protagonismo. En el caso de RTVE no es una tendencia muy acusada pero lo veo mucho entre compañeros. Por ejemplo, lo que nos ocurrió del chaleco antibalas, que es un momento anecdótico, en el marco de una crónica sobre cómo pasaba la gente en Kiev los bombardeos. Al final se quedó todo en ese momento del chaleco, cuando el objetivo era informar sobre los civiles en aquellas horas. ¡Vale! Si ese video que se hizo viral sirve para llamar la atención, pues genial, pero sin olvidar que las vivencias del corresponsal no son la noticia, no debemos ser el foco. Muchas veces queremos enseñarnos en la guerra en lugar de enseñar lo que está pasando en ella.
Precisamente, se ha hecho viral ese directo suyo en el que el sonido de las bombas no le mueven del sitio. ¿Observar estos sucesos le hacen más fuerte?
Al final todo es experiencia. Cuando ves mucho sufrimiento en la guerra acabas cogiendo algo de callo, pero estas situaciones afectan siempre. No se puede ser inmune a ver un niño llorando o un muerto, refugiados o a ver hambre.
¿El periodista en un conflicto de este tipo, es objetivo de guerra?
Sí, totalmente. Ya han muerto varios productores y periodistas que llevaban el coche identificado como prensa y les han disparado en Irpin, en Jersón y cerca de Kiev, entre otros lugares. Sin duda lo somos, cada vez más, porque con la proliferación de las redes sociales el periodista ya no es tan imprescindible para los bandos como antes, cuando trataban de convencer a la prensa de sus razones, su posición y su verdad para llegar a las masas. Tenían que pasar el filtro de la prensa. Si contaban una mentira, era cuestionable. Ahora, con las redes sociales, cualquiera de los actores tiene miles de seguidores y de propaganda organizada, ya no nos necesitan. Entonces somos testigos molestos, porque ya no nos tienen que convencer ni pasar nuestro filtro. Hemos pasado a ser un punto negativo y prefieren que no estemos.
¿Cómo se lucha desde el terreno contra la desinformación?
Claro, cuentas lo que ves y lo que haces, pero a veces, con tanta información en los nuevos canales sociales, es más fácil informar y también desinformar. En un momento determinado te la pueden colar, pero tienes que tratar de contrastarlo en la medida de lo posible, a veces por la inmediatez es muy complicado, pero tienes que hacerlo para que no te la jueguen. En una de las partes en conflicto puedes contar lo que ves. Nosotros lo hacemos en la zona ucraniana. Lo que sucede en el otro lado, en la parte rusa, la cuentan otros compañeros. Otra cosa es que si las leyes son tan restrictivas, como las impuestas por Putin, la prensa se tiene que marchar y no te la dejan contar.
Esta guerra toca de cerca a toda Europa. ¿Qué diferencias observa con otros conflictos?
La destrucción que estoy viendo en esta guerra es muy superior a otras. He estado en Iraq y Afganistán y yo no vi este nivel de destrucción. Quizá se ha visto algo similar en Alepo, en Siria, donde yo no estuve personalmente. Lo que está pasando en Ucrania no lo he visto en otro lugar. Los combates contra las ciudades no los he visto ni en Libia ni en Mali tampoco.
¿Cómo podía entenderse con la población?
Llevamos una ‘fixer’, que es una productora que tiene los contactos locales, es intérprete y es la que organiza nuestros movimientos sobre el terreno porque sabe los lugares seguros. Y aún así, muchas veces te metes donde no debes. Van ya dos ‘fixers’ ucranianos muertos más varios periodistas. Sin ellos no eres más que un turista con una cámara en medio de una guerra porque no sabes dónde tienes que ir ni cómo.
¿Existe algún tipo de protocolo para seguir a la hora de salir huyendo cuando caen las bombas o es más bien un ‘sálvese quien pueda’?
Llevamos un plan preconcebido para salir y una ruta establecida. Otra cosa es que luego puedas cumplirlo o no. En cualquier caso siempre llevas el chaleco antibalas y el casco. En Ucrania no llevamos coche blindado, como en la batalla de Mosul (que le dio pistas sobre su segunda novela), en 2017, donde sí lo teníamos. A ello se debe sumar el productor y la experiencia, que son la primera línea de defensa. Si tienes que acudir al chaleco y al casco es que el escenario ya está muy jorobado.
¿Soñaba de niño con poder contar una guerra?
La verdad es que cuando era pequeño siempre quise ser periodista y corresponsal de guerra, por supuesto.
¿Cómo vive su familia que acuda a este tipo de conflictos?
Mi mujer también es periodista y más o menos lo entiende. Y sabe que vamos con un equipo excelente y estamos en buenas manos. Ella también ha estado en Gaza y otros lugares conflictivos. El equipo con el que he acudido a este viaje está formado también por Hugo Úbeda y Miguel Ángel de la Fuente, que han sido excepcionales y han sabido responder a todas las situaciones. En especial Miguel Ángel, cuya madre falleció durante la invasión tras unos días mala. No ha dejado de trabajar ningún día, pendiente incluso cuando va a fallecer uno los seres más queridos. Cuando tienes un equipo así es muy difícil venirse abajo al ver el ejemplo de los compañeros. Es fundamental para seguir adelante apoyarse en ellos. Es más fácil que las cosas salgan bien.
¿Qué pronóstico hace de un posible final del conflicto?
Es muy difícil hacer un pronóstico. Ucrania es un país de unos 40 millones de habitantes, más o menos como España, que se está enfrentando a uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Esa victoria relámpago que esperaba el presidente Putin no se ha producido. Él necesita una salida, pero la situación militar está estancada y puede acabar en un baño de sangre. Para él, sin haber conseguido nada, es muy difícil poder dar marcha atrás sin un éxito que ofrecer a nivel interno. Es muy posible una huida hacia adelante, quizás con más violencia. Sería muy peligroso para Europa, el mundo y la paz, pero es un escenario posible. También puede ser que el conflicto se estanque y dure meses, lo que sería devastador. Estamos empezando a ver también todas las consecuencias económicas y políticas. Confiemos en que la diplomacia sea capaz de encontrar una salida, porque corre el riesgo de alargarse y sería malo desde el punto de vista humanitario y económico.