Desterrado del reino de León, Alfonso VI se instaló en Toledo con Al-Mamum, penúltimo rey moro, entablando tal amistad entre ambos que hasta éste le puso escolta cuando el leonés regresaba a sus Estados tras la muerte de su hermano Sancho en Zamora. Correspondiendo a su generosidad, Alfonso dispensó al moro las atenciones de esperar a su muerte para tomar Toledo y de hacerse cargo de su joven hija (o sobrina), Aixa Galiana.
Alfonso recurrió a su hija Urraca y a su marido, Raimundo de Borgoña para que la tutelaran en la ciudad de Ávila, cuyas murallas aún estaban en obras. Hasta los albañiles cristianos y moros detuvieron su tarea para ver pasar el cortejo de tan bella doncella mora de alta cuna, que venía guardada por cincuenta jinetes cristianos y treinta musulmanes.
Complacidos, Raimundo y Urraca, condes de Borgoña, dispusieron todo para su estancia, e incluso la llevaron al reino de Galicia, donde quiso la joven convertirse al cristianismo y llamarse Urraca, viendo entonces los tutores la oportunidad de casarla con un joven abulense de buena familia.
Fue así como Nalvillos Blázquez, hijo del primer gobernador de Ávila, Ximén Blázquez, y con fama de buen guerrero contra el moro, se enamoró de Aixa Galiana y tuvo que cancelar la palabra dada a Arias Galindo, una ilustre noble zamorana, para pesadumbre de sus padres que tuvieron que cambiar el plan y ofrecer a los Galindos a su otro hijo, Blasco Jimeno, y ver avergonzados como Nalvillos mezclaba su sangre con los mahometanos.
Los condes informaron a don Alfonso de las intenciones de Nalvillos, quien había pensado en casarla con Jezmín-Yahía, pariente de su amigo Al-Mamum. Indignado, Jezmín, que era además correspondido en secreto por Aixa, quiso ir a buscarla a Galicia jurando matar a Nalvillos, pero por recelo a perder la protección de don Alfonso o de no tener ejército suficiente, se resignó, de momento.
Jezmín los acogió
Mientras su hermano preparaba su boda con la zamorana, Nalvillos, casado ya con Aixa, marchó para Talavera a disponer de las haciendas de su esposa. Fue Jezmín precisamente quien los acogió en su palacio talaverano y los llenó de atenciones y de apoyo, como si nada hubiera ocurrido. Nalvillos a cambio lo invitó a la boda de su hermano que en pocos días tendría lugar en Ávila.
Festejos de colores, corridas de toros, juegos, mercados y torneos se vivieron en Ávila durante tales nupcias, especialmente atractiva la justa entre Jezmín y Nalvillos. Fuera por suerte o habilidad, el caso es que Nalvillos derribó de la cabalgadura al árabe, para jolgorio de los cristianos, y terror de Aixa, quien de un grito puso al descubierto la pasión que, desde pequeña, tenía por Jezmín. Desde ese día, la tristeza se apoderó del alma de la mora, y la esperanza de estar algún día al lado de Jezmín era su único consuelo.
Sin embargo, a pesar de los desdenes y la indiferencia de Aixa hacia Nalvillos, éste estaba cada día más enamorado de ella, hasta el punto de regalarle una finca de recreo al norte de la ciudad, con palacio y jardines, baños al estilo oriental y deliciosas cascadas, donde quizá los aromas, pájaros y flores cautivaran sus sentidos y la hicieran olvidar su sufrimiento. Pero ni eso dio resultado, al contrario, avivaba más la llama por Jezmín, a quien incluso llegó a recibir en su cámara cuando Nalvillos guerreaba en zona fronteriza.
En 1109 muere Alfonso VI y los moros, envalentonados, empezaron a avanzar al norte. Los de Talavera eligieron jefe a Jezmín y se llegaron hasta Ávila. Se daba una buena ocasión para el amante para cumplir su juramento. Era ese año en que Jimena Blázquez preparaba la salvaguarda de la ciudad ante los ataques de Abdalá Alahazen, pero Jezmín se escabulló en la oscuridad hasta esa lujosa granja donde esperaba Aixa Galiana y se la llevó, con gran alegría de ella, que pronto se imaginaba como reina de Toledo.
Al volver Nalvillos de otra victoria contra los moros, corrió a su quinta campestre para contarle a su esposa, pero supo de la fuga y, enfurecido, picó espuelas con su mesnada y atravesando la sierra sin descanso llegó a Talavera.
Una corneta
Podríamos terminar la historia con un par de golpes de daga por parte del cristiano, pero resulta más poética la versión caballeresca en la que, al llegar a Talavera, Nalvillos se hace pasar por campesino, vendiendo forraje por las calles hasta entrar en el palacio de Jezmín donde encontró a Aixa tumbada en el diván, que intentó huir, pero éste la detuvo y le dijo: “Estoy persuadido del riesgo que corro, al traspasar en este traje los umbrales del palacio de mi rival; pero no me arredra. Vengo a hacerte saber que ahora, como cuando crecías en el palacio de la Infanta, permanezco cautivo de tus gracias; más frenético que nunca mi corazón te anhela; mis brazos, tan fuertes en la lucha, te esperan amorosos. Perdono tus extravíos y te encarezco vuelvas a tu hermosa quinta de Palazuelos”.
En esas, llegó Jezmín, sorprendido de hallar en su casa al rival, y celebrando otra ocasión de cumplir su juramento. Llamó a sus criados, les ordenó que encadenaran al cristiano en los calabozos, y le comunicó su sentencia a morir en una pira.
Con todo preparado para la ejecución, Nalvillos pidió como última voluntad que le dejasen tocar una corneta que siempre llevaba al cuello. Craso error de los verdugos al concederle tal deseo. Al toque de la bocina acudieron los soldados de Nalvillos, que estaban apostados en las inmediaciones del palacio y esperaban dicha señal para lanzarse a defender a su señor.
Sorprendieron y desarmaron a la guardia de Jezmín, cortaron las cadenas que aprisionaban a su jefe y esparcieron la desolación y la muerte por toda Talavera. La hoguera, que quedaba libre, se volvió ahora fuego para quemar a los dos adúlteros, limpiando el honor de Nalvillos, y dando sentido a los versos: “Se llamará Avilés en esta tierra, el que más hábil es para la guerra.”