La Santa Apostólica Iglesia Catedral del Divino Salvador de Ávila, que, dicho sea de paso, es considerada la primera del gótico en España, está asentada en el punto más elevado de la ciudad, que es además el más frío. Podemos dar fe.
Una vieja tradición cuenta que debajo del templo y de su entorno se ubicaría una gran laguna y que es por ese motivo por el que esta plaza siempre tiene una gran humedad y una baja temperatura, constantes durante el invierno.
Lo cierto es que la zona donde está aposentado este templo catedralicio posee un nivel freático elevado y se sabe que hay agua subterránea a algo más de cuatro metros de profundidad. Por ahora no se ha podido probar la existencia de la laguna, pero sí de algunos pozos horadados en la propia seo, un hecho bastante lógico ya que la catedral forma parte de la estructura defensiva militar de Ávila (como prueba su robusto cimorro entestado en la muralla), de modo que debía contar con depósitos de agua para abastecerse durante un posible asedio. Hasta seis aljibes de los que brota agua se han encontrado en el interior de la catedral. Pero solo de uno de ellos mana una historia de amor.
Como en muchas plazas configuradas en el medievo, en Ávila, además de la catedral, otros nobles y emblemáticos edificios limitaban la explanada, como, por ejemplo, las casas de Gonzalo Dávila (Palacio de Valderrábanos) y la del licenciado Pacheco (Casa de las Aguas), la Mansión de los Velada o el Palacio Episcopal. Y éstos a su vez, al igual que muchos otros palacios medievales estuvieron repletos de personal de servicio a las órdenes, instrucciones y sueldos de sus ilustres propietarios.
Este fue el caso de Madrona, una doncella abulense del bajo medioevo que, por aquel entonces, servía en casa de los Velada y cuyos aposentos se localizaban en la planta baja de su palacio, justo antes del sótano del torreón de los Aboín, frente a la catedral misma. En esa parte de la edificación existía un pozo con brocal que cubría las necesidades hídricas de la casa y que era obviamente frecuentado por Madrona.
Además, por aquellos tiempos, se estaban llevando a cabo obras en la Catedral de Ávila, y ya se sabe que donde hay obra hay maestro, pero también peones. Era el caso del mozo Jimeno, que estaba trabajando en el templo durante su construcción, ora operario ora sirviente, y que, ya fuere por flechazo, por roce o por costumbre, estaba perdidamente enamorado de Madrona, a quien casi podía sentir al otro lado de la calle. Ésta a su vez respondía ardientemente a tan apasionado amor hasta tal punto que en ciertos momentos “sudaba gotas de sangre”, decía. Cosas de juventud.
Lo penoso de la fábula es que, debido a la enemistad entre sus familias, su amor no avanzaba y apenas se podían ver los enamorados. Jimeno, tras mucho tiempo en esa situación, y habiendo perdido ya toda esperanza de poder contemplar a su amada, decidió apearse de la vida y se arrojó a uno de los pozos catedralicios, el más cercano a la puerta norte.
Aquí no explica la leyenda si la intención del mozo era morir ahogado por inmersión o helado de seria hipotermia. El caso es que Jimeno se dejó ir hasta el fondo, donde, para su desconcierto, e imaginamos que, palpando en la oscuridad de las aguas por mucho que llevara los ojoso abiertos, encontró un pasadizo suficientemente amplio, buceó por él un largo tramo y al final, extenuado, pero ya sin mucha intención de morir, sacó su cabeza por la abertura al final del trecho, que no era otra que la del pozo del torreón de los Velada, justo en el instante en que Madrona se encontraba asomada a dicho brocal.
Desde entonces, Jimeno acordó con su enamorada que repetiría frecuentemente esta audaz zambullida para poder encontrarse más a menudo en la clandestinidad. Consideremos estos encuentros como un romántico limbo legal entre lo religioso (catedral) y lo civil (palacio).
Pero un día de desventura, estando la muchacha asomada al brocal del pozo, aguardando por su enamorado, sintió a su espalda la voz de un familiar agraviado, y su corazón se estremeció: “Para que sangres con motivo”, escuchó la doncella antes de recibir las mortales heridas de quien, con un puñal y en nombre de la honra familiar, quiso poner desgraciado y triste final a un amor épico.
El susodicho pasadizo subterráneo entre pozo y pozo salió a la luz casi nueve siglos después, de forma espontánea, durante los trabajos de restauración y mantenimiento que se llevaron a cabo en distintos puntos de la catedral, y su hallazgo parecía reafirmar la leyenda.
Interviniendo en uno de los seis pozos abiertos en el templo abulense, precisamente el ubicado en la nave norte, junto al trascoro, se realizó el vaciado del agua para su limpieza y consolidación y de su interior se extrajeron cinco cántaros de barro, de la segunda mitad del s. XIX, así como un cubo de zinc y varias monedas.
Este pozo está construido con sillares de granito gris, y en su nivel inferior, a más de cuatro metros bajo el suelo, se observa cómo brota el agua entre las rocas de su sustrato, de ahí la hipótesis de la laguna. Y es en ese nivel más profundo, donde se descubrió el túnel, que aparentemente era una vía de desagüe construida en el s. XII, de unos 55cm de alto y 65cm de ancho, con suelo de losas irregulares, paredes de sillares y bóveda adintelada. Es decir, bien ejecutado y excavado, además en dirección norte-oeste, es decir, hacia el pozo del torreón de los Velada donde estaba asomada la moza.
Así pues, si con anterioridad a este se descubrió un pasadizo similar en otro pozo de la catedral que la unía con el palacio del Episcopio, ahora muy poco desencaminados tendríamos que estar para no poder afirmar que este sea ese pasadizo testigo del amor entre Madrona y Jimeno.