El próximo 20 de agosto, justo cuando se cumplen 87 años de que viera con vida a su padre por última vez, Fausto Canales cumplirá un sueño por el que ha peleado buena parte de su vida: recuperar a los restos de su progenitor, un jornalero al que en la madrugada de ese día de 1936 un grupo de falangistas sacaron por la fuerza de su casa de Pajares de Adaja (Ávila) para después fusilarle y arrojar su cuerpo a un pozo de la vecina localidad de Aldeaseca. Entonces, aquel niño tenía poco más de dos años.
Pero el padre de Fausto, Valerico, no fue la única víctima de esa noche de terror que vivió Pajares. Solo aquel 20 de agosto otros siete vecinos corrieron la misma suerte, y días después otras dos personas de esta localidad morañega: Ángel Maroto y Gerardo Ruiz, también fueron detenidos y fusilados días después, aunque su paradero, al igual que el de Antonio García, continúa siendo un misterio. No obstante, a partir de ahora el objetivo de Fausto, con el respaldo de los familiares de las víctimas, es profundizar en las pistas que han logrado reunir para intentar dar con sus restos.
Junto a Valerico, los forenses y científicos que llevan semanas trabajando en la cripta del Valle de Cuelgamuros han identificado ya a Emilio Caro, Román González y Flora Labajos gracias a los análisis de ADN que previamente hicieron a los familiares. Además, están trabajando en los restos de las otras tres víctimas de Pajares fusiladas con ellos en agosto de 1936 y que han yacido en la misma caja en Cuelgamuros: Celestino Puebla, Pedro Ángel Sanz y Víctor Blázquez del Oso, junto a cinco segadores de Navalmoral de la Sierra que fueron asesinados cuando trabajaban en la localidad de Fuente el Saúz.
El acto del próximo 20 de agosto tendrá lugar en el jardín de la ermita en honor a la Virgen de Rivilla, un pequeño templo adosado al cementerio municipal, donde finalizará la ceremonia. Allí, en una sepultura que los familiares levantaron en 2004, descansarán para siempre los restos de sus seres queridos.
“Será un acto de paz y de convivencia, un acto con el que se cerrará una herida”, reconoce Fausto en declaraciones a Ical, a la vez que confiesa que en el largo y tortuoso camino que ha tenido que recorrer para llegar hasta aquí nunca han tenido hueco “el odio ni la venganza". "Solo el deseo de llenar el vacío y una especie de trauma que me ha perseguido a lo largo de vida por no tener la suerte de haber conocido a mi padre”, detalla.
Como a la mayoría de los niños, y más en una localidad donde la sinrazón se encargó de dejar decenas de huérfanos, a Fausto le tocó trabajar duro desde bien pequeño en el campo, como zagal o guardando melonares, pero sus abuelos, que fueron los encargados de su crianza y de la de su hermano, decidieron que lo prioritario era la escuela. Así, en 1946 pudo aprovechar una de las seis becas de beneficencia e iniciar unos estudios que le permitirían terminar cursando la carrera de ingeniero agrónomo en Madrid.
La primera gran noticia
Precisamente en la capital, mientras cursaba sus estudios, fue cuando se prometió a sí mismo que algún día daría con los restos de su padre. La primera gran noticia que acabó encaminando toda la investigación se produjo en un 1959, cuando a su hermano, pastor en la vecina localidad de Adanero, le confirmó la hija del secretario de Aldeaseca que habían desenterrado unos restos para trasladarlos al Valle de los Caídos. “Yo en aquel momento nada podía hacer, pero asimilé la información y me propuse que, cuando tuviera tiempo y las condiciones se dieran, iba a emprender este trabajo”.
Estas condiciones se dieron en el momento de su jubilación, en el año 2000. Entonces, tras ponerse en contacto con Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Valladolid y junto con el nieto de otra de las víctimas de Pajares, se trasladó a Aldeaseca para buscar testigos de la exhumación que se produjo en el año 1959. Su misión tuvo éxito y una persona les confirmó con detalle todas sus sospechas.
Gracias a estos testimonios y a la documentación recopilada pudieron ubicar el pozo. Hubo que esperar hasta octubre de 2003 para realizaron una excavación en la que encontraron vértebras, dientes, algunos huesos craneales y pequeños objetos. Al año siguiente, los familiares y numerosos vecinos de Pajares realizaron un acto público de homenaje y reparación en el Ayuntamiento, en el que enterraron los restos encontrados en Aldeaseca en una sepultura donde junto a los nombres de los diez represaliados figura un verso de Gabriel Celaya.
Desde ese homenaje, la vida de Fausto Canales ha sido una batalla por reivindicar la memoria y la dignidad de las víctimas de Pajares. Lo primero fue tener acceso a un informe del antiguo Gobierno Civil de Ávila en el que se recoge la comunicación de Patrimonio Nacional de que la caja procedente de Aldeaseca con los restos de su padre y del resto de vecinos de Pajares es la número 198, que se encuentra situada en la cripta derecha, piso primero, de la Capilla del Sepulcro.
Con esta documentación, se pidió a Patrimonio Nacional la confirmación de que la caja 198 se encontraba en el Valle de los Caídos. El mismo dosier, según rememora Fausto, se remitió a la comisión que en 2007 redactaba el proyecto de ley de la Memoria Histórica, solicitando que la nueva norma permitiera la posibilidad de exhumar los restos de los familiares que lo desearan y demostrasen que estaban allí, pero esta petición no fue contemplada.
Al no lograr que el articulado de la ley contemplara este tipo de casos, se presentó una denuncia en la Audiencia Nacional solicitando la exhumación de los restos y un año después, el Juzgado de Central número cinco, dirigido por el juez Baltasar Garzón, autorizaba la apertura de la caja. No obstante, la oposición del fiscal jefe de la Audiencia acabó con una reunión urgente del Pleno de la Sala en la que se dictaminó la paralización inmediata de la autorización.
“Cuanto lo estábamos tocando con los dedos, todo se vino al traste”, recuerda Fausto, que agotó la vía jurídica española antes de llevar el caso hasta el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos y hasta la justicia Argentina.
Después, en marzo de 2012 el Tribunal Supremo dictaminó que no se podía instruir ninguna causa en España de desapariciones forzadas y asesinatos de las víctimas del franquismo, porque tales hechos habían prescrito y aduciendo también la Ley de Amnistía de 1977.
No obstante, con ese auto, el Supremo cerró la vía penal, pero no la administrativa, que fue el clavo al que se agarraron Fausto y otros familiares de las víctimas. Así, en 2016, y en base a una legislación del siglo XIX que autorizaba las exhumaciones para dar entierros dignos a los caídos en guerras, un juzgado de lo Civil de El Escorial autorizó la exhumación de los hermanos Lapeña, asesinados en Calatayud (Zaragoza) en agosto y octubre de 1936 y trasladados también al mausoleo franquista en 1959.
Tras esa resolución, Fausto acudió a Ley de Procedimiento Administrativo para reclamar a Patrimonio Nacional el cuerpo de su padre y de un tío al que el golpe de Estado sorprendió en la mili y que murió en el frente de Madrid. En el caso de su tío la respuesta fue positiva, pero en el caso de padre fue negativa al alegar que era una víctima “desconocida”. Fausto no se dio por vencido y presentó un recurso de alzada ante Presidencia de Gobierno con el que logró que su petición fuera atendida.
No obstante, debido a la gran cantidad de recursos presentados por particulares y colectivos, no fue hasta marzo de 2023 cuando el Tribunal Supremo dio luz verde a las exhumaciones de los restos de las víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura franquista enterradas en el Valle de Cuelgamuros.
Confirmación
Han pasado poco más de tres semanas desde que el propio ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, le comunicara telefónicamente la confirmación de los resultados de los análisis de ADN, y Fausto confiesa que todavía le recorre por todo el cuerpo una paz interior y una satisfacción tremenda por ver “colmado" su "trabajo de años”. “Han sido años llenos de obstáculos, de desilusiones y de esfuerzos vanos, pero ahora me doy cuenta que todo este esfuerzo ha merecido la pena”, reconoce.
No obstante, Fausto lamenta que esta resolución no hubiera llegado bastante antes para que su hermano, que murió hace dos años, y su madre, que vivió hasta los 99 años y “no dejó de llorar ni un solo día de su vida”, hubieran visto aliviado el dolor que les acompañó desde aquella terrible madrugada del 20 de agosto de 1936.