"No era hombre de gran cuerpo, antes de pequeño, algo repleto, y algo moreno, y de pelo negro, de condición blanda y apazible; tan bien quisto y amado de todos, que con gran contento le seguían los soldados a qualquier hecho que emprendiesse".
Antonio de Herrera, cronista del Siglo de Oro.
Por las calles de Ávila jugaría en su niñez Sancho Dávila, de familia hidalga, hijo de Antón Vázquez Dávila y de Ana Daza, censados en la ciudad amurallada. Ya en su mocedad marchó a Roma a completar la carrera clerical que ya había iniciado en España, y llegó incluso a recibir las órdenes menores, pero esa vía pronto quedó abandonada.
Por lo visto, algún visionario, le profetizó un gran futuro si cambiaba los hábitos por la carrera castrense. Y así, o de otra forma, fue como Sancho se enroló en el ejército muy joven y fue enviado con los tercios del emperador Carlos V a luchar contra los protestantes alemanes.
No tenía ni veinticinco años y ya destacó bien en el enfrentamiento de Mühlberg en 1547, como integrante de un grupo de infantes que cruzaron a nado el rio Albis para robar unas barcas y fabricar con ellas un puente flotante que facilitara el paso del resto de la tropa.
Tres años más tarde, otra proeza, esta vez en África. Como las defensas terrestres de Mahdia eran muy fuertes, la expedición española organizó el ataque desde el agua. Se acercaron a las murallas de la ciudad unos barcos, y de ellos salieron unos hombres, entre ellos Sancho Dávila, que treparon por los muros y entraron en la población para debilitar a los que resistían dentro, mientras por tierra recibían otro ataque. Al final, los sitiados se rindieron.
En 1554, junto a otros tres mil hombres de uno de los tercios viejos, ejerció de mero escolta de Felipe II desde Galicia hasta Inglaterra, donde iba el monarca a su boda con María Tudor. Después de acompañarlo, se volvieron a Italia.
Los siguientes años, siguió creciendo escalas Dávila, siendo movilizado por Italia, luego a Francia bajo el mando del duque de Alba, después a África con el Duque de Medinaceli, y así hasta regresar a España y recibir del rey el rango de capitán en verano de 1561, y la tarea de examinar las cárceles y las estructuras defensivas de la costa del reino de Valencia.
Al año siguiente, fue nombrado castellano de Pavía, en el ducado de Milán, ya allí se quedó hasta que el duque de Alba lo incorporó a sus huestes para marchar sobre Flandes, y donde Sancho recibió la responsabilidad de ser el capitán de las guardas del duque, con ciento cincuenta hombres a su mando, entre jinetes y arcabuceros.
Así, este gran contingente del duque de Alba, de mil doscientas unidades de caballería, más casi nueve mil infantes, atravesó el llamado “camino español” -que une Milán con Bruselas- y llegó a dicha capital en agosto de 1567. Sancho Dávila batalló por esa zona durante cerca de diez años.
Tras ese tiempo, el nuevo gobernador, Juan de Austria, intentó un acuerdo pacífico con los rebeldes, que se firmó en febrero de 1577 como Edicto Perpetuo de Marche-en-Fammene y en el que se decretaba, entre otras cosas, que las tropas españolas abandonarían aquellos territorios en un plazo de veinte días.
En el momento en que los tercios ya salieron definitivamente de Flandes, Felipe II empieza a pensar en qué destino dar a sus mejores hombres de mando en esas tierras. Era el caso de la llamada “trinidad flamenca”, formada por Cristóbal de Mondragón, Julián Romero y Sancho Dávila.
El rey tenía previsto enviar a Dávila a Alejandría, que era una de las plazas fuertes del Milanesado, pero el abulense solicitó primeramente pasar por España a presentar sus respetos al monarca y ver si podía evitar el nuevo destino suponemos…
En 1577 estaba en Madrid saludando al rey, al año siguiente lo nombraron capitán general de la Costa del reino de Granada, y así anduvo hasta que, en enero de 1580, murió Enrique de Portugal y se abrió la cuestión sucesoria. El 19 de junio de 1580, Antonio de Portugal, prior de Crato, hijo bastardo de Luis de Portugal y nieto de Manuel I, se proclamó rey con el apoyo de las clases populares.
Ante estos hechos, y con el fin de derrotar al portugués, Felipe II, uno de los principales pretendientes a la Corona lusitana, y con mejores derechos, preparó dos expediciones paralelas y complementarias: un ejército en la frontera extremeña que iría por tierra, con el duque de Alba a la cabeza y Sancho Dávila a su lado, como maestre de campo general, y otra escuadra marítima, que remontaría las costas Atlánticas desde Andalucía hasta la capital lusa.
Tras varias escaramuzas y enfrentamientos, el 25 de junio ocurrió el golpe definitivo, la Batalla de Alcántara, en la que Sancho Dávila se empleó tan bien que fue nuevamente recomendado por el duque de Alba al rey, pero el hábito de Santiago que tanto deseaba no llegó...
Lisboa cayó el 27 de agosto y Felipe fue coronado rey de Portugal con la condición de que, tanto el reino luso como sus territorios de ultramar nunca se convirtieran en provincias castellanas.
Don Antonio, huyó al norte de Portugal e intentó provocar revueltas en la faja de Oporto y Aveiro, pero de forma infructuosa, ya que Dávila marchó contra él y el portugués se fue del país. Sancho regresó entonces a Lisboa y se incorporó a la guarnición, en la que se mantuvo hasta su muerte el 8 de junio de 1583, a consecuencia de la coz de un caballo.
En un principio, la coz del caballo no era grave y la herida se cerró limpia, pero nueve días después la zona se infectó con un desenlace fatal. Sus restos, originalmente depositados en el convento de San Francisco de Lisboa, fueron después trasladados a la capilla mayor de la iglesia de San Juan Bautista de la ciudad que lo vio nacer.