N.M.J / ICAL

Cuenta la leyenda que el Cristo de Burgos, venerado en España y fuera de ella, era una visita de obligado cumplimiento para los peregrinos y visitantes que recalaban en tierras burgalesas. A lo largo de los siglos son varios los personajes que cayeron rendidos ante la magnificencia de esta talla, sin embargo, ninguno lo hizo de una forma tan literal como la reina Isabel la Católica.

Durante una visita al Santo Crucifijo, la monarca mandó quitar y conservar como reliquia un clavo de uno de los brazos del Cristo, y al quitarlo el brazo cayó, lo que impactó tanto a la Católica que se desvaneció y estuvo varias horas desmayada. 

Así lo cuentan la priora de la Cofradía de las Siete Palabras y del Santísimo Cristo de Burgos, María Dolores González, y el encargado de pasos, Florencio Bernardo, que rememoran con cariño la historia y leyendas en torno a esta talla articulada, de gran valor dentro y fuera de España, y que a lo largo de los siglos fue contemplada por grandes personajes de la historia.

De hecho, la reina de Castilla no fue la única con sangre real que vio de cerca al Cristo de Burgos, ya que se dice que entre los Austrias era costumbre, una vez subían al trono, visitar esta talla. Felipe II, Ana de Austria o Carlos III son algunos de los que acudieron a las tierras del Cristo para presentarle sus respetos.

La historia sobre la visita de Isabel I de Castilla, cuya devoción a Dios era de sobra conocida, no es la única que esconde la talla, puesto que atrajo la atención de otras figuras de renombre, como Gonzalo Fernández de Córdoba-apodado el ‘Gran Capitán’. “Era uno de los más aguerridos que teníamos. Se cuenta que se subió a una escalera para verlo más de cerca y lo vio tan natural que bajó diciendo: No queremos tentar a Dios”, señala Bernardo. 

Destaca también por sus milagros, uno de ellos relacionados con el conde de Ureña, Pedro Girón que tras sufrir una gran herida en la guerra de Granada, se curó al encomendarse al Cristo de Burgos. Como agradecimiento realizó varias donaciones a la talla, entre ellas una corona de oro, que le pusieron en la cabeza, y guardaron la que llevaba anteriormente como una reliquia. Sin embargo, al día siguiente la sorpresa de los agustinos fue mayúscula al encontrar la corona en los pies del Cristo. 

Llegada a través del mar

Sin embargo, si hay una leyenda que llama la atención sobre esta figura articulada es la de su origen. El Cristo de Burgos se caracteriza por ser una talla flamenca de principios del siglo XIV construido en madera policromada y articulado. Además, destaca por su realismo, puesto que tiene pelo, dentadura y uñas naturales, y la herida del costado está recubierta con piel curtida de animal. “Técnicamente es una estructura de elevada calidad porque imita casi perfectamente el cuerpo humano”, asegura Bernardo. Se cree que era utilizada para representar autos sacramentales.

La leyenda cuenta que fue encontrado por un barco de mercaderes españoles que volvían de Flandes y lo encontraron en el mar, dentro de una urna. Al abrirlo encontraron al Cristo y el mercader burgalés Pedro Ruiz de Minguijuan, se lo llevó a los monjes del monasterio de San Andrés, ubicado donde ahora está el Real Monasterio de San Agustín. Allí permaneció hasta 1808, cuando, durante la Guerra de la Independencia, se trasladó por seguridad a la Catedral de Burgos. 

Posteriormente regresó al monasterio, pero volvió a ser trasladado al templo catedralicio en 1835 durante la Desamortización, y nunca más ha vuelto a salir de allí. A esta talla que cuenta con más de 200 reproducciones, se le atribuyen varios milagros a lo largo de su historia, e incluso era una imagen muy venerada en tiempos de pandemia, especialmente durante los episodios de sequías y pestes, apuntan desde la Cofradía.

Goza de gran importancia en la ciudad que le da nombre, aunque también de mucha devoción en zonas como Andalucía y Sudamérica, donde son varias las cofradías que se centran en esta imagen, e incluso localidades como Cabra del Santo Cristo, en Jaén, fue renombrada en honor a esta talla.