“El Camino tiene albergues maravillosos. Cada uno es muy diferente y tiene algo que le hace especial. Pero yo siempre buscaba, un día a la semana, un hotel o un espacio en el que tener mi habitación, sábanas estupendas, una carta para comer…” Y con esta premisa, el empresario vasco José Galíndez se aventuró hace dos años a hacer su particular regalo a la ruta jacobea, un lujo en función de quien lo pague. La restauración de una antigua casona familiar, emplazada en las ruinas del interior de un convento franciscano del siglo XIV, en Castrojeriz (Burgos), hizo el resto. Todavía conserva una pared original en la frontal, “un monumento, justo en la entrada de la casa, que da a todo el entorno un contexto de austeridad”.
El fundador de Solarpack y presidente del Círculo de Empresarios Vascos cuenta con una agenda muy apretada, pero atiende a Ical en un alojamiento casi único en el Camino, pocos días antes del 25 de julio, día de Santiago, que este año se celebra en lunes de forma extraordinaria a pesar de ser Año Jacobeo. Eso sí, prorrogado por la pandemia. El 1 de septiembre cumplirá un año de su apertura y no puede estar más exultante con el resultado de su obra, en el que ha contado con la inestimable ayuda de su pareja, Sofía Vallejo.
Obviamente, reconoce que no todos los caminantes pueden parar en un establecimiento de estas características, pero sí aquellos para los que pagar 160 euros la noche no sea un problema o diez euros por el desayuno. Frente a los puristas, Galíndez cree que “no hay que ser talibán” y explica: “Cada uno que construya su experiencia, que la disfrute, que descubra esas cosas a su manera, con sus posibilidades, a su edad y capacidades físicas; pero el Camino y este hotel está aquí para todos”. Por ello, propugna, “venir a un alojamiento de este tipo merece la pena al menos en un momento en la vida, un placer, una experiencia que también quieres vivir”.
Orgulloso, muestra casi cada rincón. Cuenta con una plantilla de siete trabajadores, todos contratados en la comarca, con 21 habitaciones, con un ‘honesty bar’, un “concepto muy inglés” que se empieza a extender. El espacio está absorbido por pinturas y dibujos minimalistas, muchos de ellos obra de su pareja, pero también una zona wellness y bodega restaurante, al que solo pueden acceder quienes estén alojados. Aunque cada vez hay más hoteles “con encanto en la España rural”, Galíndez prosigue que “no es tan fácil” encontrarlos.
Su tiempo, limitado, le permitió hacer el Camino de Santiago entre 2008 y 2013, más o menos una semana por año. Lo retomaba al año siguiente donde lo había dejado el anterior. “Entonces me gustaba buscar un hotel o un Parador. Y eso no lo había si no te metías en las ciudades”, sostiene Galíndez, quien admite que era algo de lo que huía porque siempre “se llenó de la magia de los albergues, sobre todo en las cenas comunitarias”. Sin embargo, discurre, si tuviera otra vez los 50 años que tenía cuando hice el Camino y se encontrara con su actual hotel, “desde luego dormiría una noche, que la disfrutaría”.
Algo que no podía faltar, y más teniendo en cuenta el sector empresarial del que Galíndez procede, es una “pequeña planta fotovoltaica”, de 33 kilovatios, que permite “engarzar el espíritu del hotel con la naturaleza”. “Generamos la energía eléctrica de kilómetro 0. La planta da servicio a las necesidades del establecimiento y nos hace estar muy cómodos por aportar a la naturaleza y equilibrio medioambiental” explica, mientras muestra su parque solar a la vez que atraviesa el jardín, “nada sofisticado, más inglés que francés”, así como el huerto, con el que también abastece de verduras a la cocina. “Mejor no saber lo que invertí en el hotel”, ironiza entre risas.
Proyecto retomado
Galíndez recordó que la casa era propiedad de la familia de uno de sus cuñados, que falleció joven, en el año 2000. Había estado casi en desuso desde 2005 y cuando el empresario hizo el Camino, en 2009, pasó por delante y “estaba en estado de abandono”. “Entonces me surgió la idea de que sería un espacio ideal para un pequeño hotel”, sugirió. La propiedad tiene 15.000 metros cuadrados, “suficiente para dar tranquilidad”, pero se encontró con el rechazo inicial de su cuñada y sobrinos, quizás “aún muy afectados por todo lo que habían vivido aquí; y les parecía que no era el momento”. “Y yo me lo saqué de la cabeza completamente”, revela.
Pero en 2019, uno de sus sobrinos le trasladó que a él y sus hermanos “les encantaría retomar el proyecto”. A partir de noviembre de ese año adquirió la propiedad y encargó la reforma. Las obras empezaron en plena pandemia, en junio de 2020, y el hotel abrió el 1 de septiembre de 2021. “Yo personalmente estoy encantado de la experiencia y creo que la gente que ha pasado por el hotel, también, que para mi es lo más importante”, puntualiza Galíndez.
Es más, presume de que sus sobrinos lo han conocido y para ellos “es una preservación de la memoria de lo que era la casa, porque tiene muchos detalles de aquella época”. También se observan recuerdos a Pía, su primera mujer, fallecida.
Esta zona del Camino de Santiago entre Burgos y Palencia aúna arte románico, caza, tres campos de golf a media hora, circuitos de bici, gastronomía. “Es un centro turístico de primera. Pero fundamentalmente, pasa el Camino, y el hotel engancha muy bien con alguien que viene andando seis horas, con una mochila de diez kilos al hombro y con los zapatos llenos de polvo”, resume. Para ellos existe una zona, en la entrada, donde se pueden descalzar, un área para guardar la mochila “si prefieren no subirla a la habitación, donde se puede colgar en un espacio habilitado para ello y la guardas en una bolsa que el hotel facilita”. En síntesis, cuenta con “muchos detalles” destinados al peregrino, como también un pediluvio en el patio “para meter los pies mientras te tomas tu cervecita y comentas con alguien”.
Facilitar las “largas tardes”
La gorra y las gafas de sol casi permanentes olvidan que Galíndez es uno de los empresarios de más éxito del sector de energías renovables del país. “En el Camino somos todos iguales”, matiza. Para todos, las “tardes son largas”. Y por ello, este peculiar hotel cuenta con libros en cada rincón, en las habitaciones, en zonas comunes. Pero siempre obras que hablen del Camino. “Nos encanta que la gente tome los libros, incluso que se los lleve y en un futuro traiga otro. Nos gusta que escriban, porque yo creo que en el Camino hay que escribir”. Al fin y al cabo, el alojamiento está hecho a medida de su gusto, de lo que a él le hubiera gustado encontrarse.
En este sentido, recuerda que guarda todas las “crónicas” de todas las etapas que todas las noches les escribía a su mujer y sus hijos en aquellas semanas en las que caminaba: “Lo que había comido, dónde había estado, lo que había visto… En general, en la vida no tenemos tiempo para escribir, pero creo que en el Camino hay que sacar tiempo para hacerlo. Se trata de volcar tus pensamientos, tus sensaciones, que quede ahí. Luego, 20 años después es agradable leerlo porque te trae a la memoria todo ello”. En ese momento, desbloquea su móvil y abre su bloc de anotaciones y lee varias líneas de una de aquellas escrituras, dedicada a Pía, en el que relata lo vivido en un día, en un momento cualquiera, de aquella experiencia que para él fue el Camino y que le marcó. Y se emociona.
Su primer contacto jacobeo
El empresario narra cómo fue su primer contacto con la ruta jacobea, alejada del interés que puede suscitar en alguien que lleva meses preparándolo. Casi como una anécdota, recuerda que su amigo suizo Jean Claude Godell, con quien trabajó 16 años en una ingeniería helvética, hacía el Camino y a su paso por La Rioja, en 2008, le llamó. “Rápidamente me fui a por él y me lo traje a mi casa a Bilbao. Estuve con él y me fui a hacer juntos la etapa Navarrete-Nájera. Esa fue mi primera inmersión”, reflexiona. Ese mismo año, en agosto, hizo el tramo entre Roncesvalles y Viana en varias etapas.
Pero antes, se fue a un comercio de ropa deportiva y le dijo al chico: “Hoy vas a triunfar”, ríe. Y compró todo lo que consideró que necesitaba, porque el Camino “es mucho andar y poco escalar, a pesar de que algunos van con un calzado de montaña”.
Simplifica que el Camino “es de cada uno” y que a medida que la edad transcurre, “la comodidad impera”; y hay mucha gente que “se plantea alojarse una semana en un hotel como este y hacer varias etapas siempre desde aquí”. Pone un ejemplo: “Puedes empezar en San Juan de Ortega y acabar en Carrión de los Condes. Nosotros te llevamos y traemos todos los días desde el principio y final de etapa que elijas. Por eso, además de ser un hotel de etapa, lo puede ser de semana, para gente que quiera estar bien alojado y vivir el espíritu del Camino”, razona Galíndez, quien admite que “es cierto que te pierdes la noche comunitaria, pero tiene otras ventajas”.
El coro de la misa del peregrino
Y como no hay peregrino sin curiosidad y sorpresas, porque cada uno esconde las suyas, el caso del empresario vasco no podía ser menos. Como miembro del coro aficionado en el Conservatorio de Leioa (Vizcaya), un día surgió la iniciativa de hacer algunas algunas etapa del Camino de Santiago. Fueron dos años, ambos desde Estella, unas 14 personas a pie y luego en coches a los que no les gustaba tanto andar. “A las ocho de la tarde nos acercábamos a la iglesia del pueblo donde nos quedábamos y después de la misa del peregrino le preguntábamos al párroco si podíamos cantar tres o cuatro canciones”, recuerda entre carcajadas.
Prendados por el sonido del canto, los caminantes se unían a los coristas después de cenar “porque sabían que cantábamos tras una cerveza”. “Era algo muy divertido. Esto motivaba un gran ambiente”, se entusiasma. A ello se suma que cuando se hace el Camino, “todos los que van en la misma etapa se van conociendo y al cabo de una semana, aunque no hayas hablado con todos, casi se crea un grupo de gente que se desplaza más o menos a la misma velocidad”. Por ello, puntualiza que al tercer día de caminar con el coro la gente les buscaba porque “sabía que después de cenar había canto”.