Y los poemas de Mestre casi vencen al fútbol
Ganaba la Cultural 0-2 al Barcelona B en el Mini Estadio de la ciudad condal y el poeta Juan Carlos Mestre lograba que el salón de los Reyes del Consistorio de León estuviese abarrotado de un público fiel y orgulloso de un poeta de la tierra. Por los balcones abiertos sólo entraba el murmullo de los estands de la Feria del Libro, la cual, en su penúltimo día, arremolinaba a personas de toda condición en busca de un libro, un autor, una dedicatoria, una fotografía o una ganga literaria.
Arriba, rodeado de cuadros de reyes medievales, Mestre derrochaba su ironía, sabiduría y locuacidad bien medida a preguntas de la poetisa Carmen Busmayor y ante la atenta mirada de un complacido presidente de la Feria, el editor Héctor Escobar, el auténtico héroe del resurgir de una feria que en años anteriores casi desaparece.
Mestre tiene voz de juglar. Ha nacido no sólo para componer versos delicados y cargados de sentimientos y espíritu crítico sino para recitar con una voz fuerte, pausada, melodiosa, capaz de dar vida y emoción a los poemas.
La sorpresa de la velada fue la participación en el acto de tres jovencísimos poetas leoneses que leyeron poemas del propio Mestre, pero también los suyos. Y lo hicieron con entereza, sin ruborizarse y mirando a los ojos de un público entendido.
Mestre ejerció de leonés y, sobre todo, de villafraquino. Recordó sus orígenes y los maestros que lo impulsaron y ancauzaron hacia la poesía. Su padre fue panadero y su abuelo, sastre. Su vida estaba predeterminada. Estaba destinado a repartir panecillos recién horneados por las casas de los clientes de Villafranca del Bierzo. Hasta que se topó con Gilberto Ursinos, un poeta de postguerra que acabó suicidándose. Antes de hacerlo le dejó en herencia al joven Mestre tres libros, uno de ellos de Antonio Gamoneda, el que años más tarde sería Premio Cervantes. Esos tres libros cambiaron su vida. Se hizo poeta.
Pero Ursinos no estaba solo en su asedio al joven Mestre. En Villafranca también ejercía el ya notable Antonio Pereira, ensayista, novelista, poeta y, sobre todo, cuentista. Uno de los grandes narradores de la literatura leonesa. Y para redondear el triángulo de influencias poéticas, por Villafranca aparecía en los veranos de aquellos años Antonio Gamoneda.
Los hados le tenían predestinado ser poeta a Mestre. No había escapatoria. Y el propio Mestre lo ha dicho esta noche ante la atenta mirada de los Reyes de León: "Los poetas se pasan su bola de fuego de las manos de unos a otros". Es una frase de Lorca, pero podía haber sido de Gamoneda, Ursinos o Pereira y hasta de Mestre.
Mestre se congratuló de tener delante un público tan numeroso y entregado. Y les recomendó algo natural para un poeta: "Ser desobedientes. La poesía no se puede entender sin desobediencia".
Y, luego, la apocalipsis. Mestre recitando poesía, actuando, gesticulando, moviendo las manos como palomas. Y tocando el acordeón. A miles de kilómetros la Cultural vencía al Barcelona. En el salón de los Reyes del Consistorio nadie echó de menos el grito de los goles. Recitaba y cantaba Mestre. Silencio.