D. Álvarez / ICAL

Situada a unos 1.500 metros sobre el nivel del mar, la Cruz de Ferro constituye el punto más alto del Camino de Santiago Francés y la puerta de entrada de los peregrinos en la comarca del Bierzo. Una vez superada esta cima, el pueblo de El Acebo es la primera localidad que se encuentran en su recorrido hacia Santiago de Compostela. Allí, en una casa con más de 200 años de historia, un estadounidense regenta el albergue La Rosa del Agua, un establecimiento que resurge tras un año aciago de la mano de casi 5.000 euros de donaciones llegadas desde varios países, que ayudarán a asegurar la viabilidad del negocio. “Lo que más me gusta es el río de humanidad continuo que pasa por enfrente de mi casa, he aprendido mucho de ellos”, explica Mike de Ayala, el tejano que hace de guardián de la puerta berciana del Camino.

Nacido en Dallas y criado en Houston, hace 12 años Mike dejó a un lado su carrera como economista para viajar a España. En lo que en principio iba a ser un año sabático, se proponía reconectar con una antigua amiga que conoció años antes y el resultado final fue que acabó obteniendo la residencia. Su primer destino fue Pamplona, donde trabajó como profesor de inglés y entró en contacto por primera vez con la Ruta Jacobea. “Allí se despertó mi curiosidad”, explica Mike, que se confiesa apasionado de la historia al recordar sus primeras investigaciones sobre lo que significaba el Camino de Santiago.

Tras trasladarse a Mallorca y abrir su propia academia de inglés, en 2014 este norteamericano se animó a recorrer por primera vez el Camino Francés entero y en solitario. “La primera vez es la más especial porque no conoces nada, ni sabes si vas a poder terminarlo. Me encantó el ritmo, la filosofía… Esa parte contemplativa me encanta”, relata. Su mejor recuerdo de aquella experiencia sigue vivo en el grupo de amigos de cinco o seis países diferentes que sigue en contacto años después. “En el Camino, las amistades duran dos semanas o un mes, pero parece una vida entera condensada”, señala.

Desde entonces, Mike ha completado la Ruta Jacobea por distintas variantes en otras cuatro ocasiones, hasta que hace tres años dejó atrás la academia para dedicarse de lleno a su pasión. En 2018 inició las negociaciones con los propietarios y un año más tarde pudo abrir esta casa rural de tres habitaciones, con su vivienda particular en el piso de arriba y un pequeño bar con “la primera terraza cuando entras al Bierzo”, subraya, en la planta baja.

Esa primera temporada se saldó atendiendo a cerca de 20.000 peregrinos de 65 países diferentes, con días en los que “casi quería que la Guardia Civil subiera a poner unas barreras para que ningún peregrino más baje de esa montaña”, recuerda Mike, que lamenta que algo similar a su deseo se tornase en realidad un año más tarde, cuando la pandemia obligó a declarar el estado de alarma y separó durante meses a la Ruta Jacobea de los peregrinos que la dotan de sentido.

El duro invierno de la pandemia

El confinamiento, el estado de alarma y las distintas restricciones de movilidad impuestas para hacer frente a la pandemia han sido un torpedo a la línea de flotación de un negocio que, debido a su corta experiencia, tampoco pudo optar a las ayudas de las administraciones para este tipo de establecimientos. Para reparar los daños, Mike puso en marcha una campaña en la plataforma de microdonaciones Gofundme, donde está a punto de conseguir los 5.000 euros que se marcó como objetivo para garantizar la continuidad de su sueño.

Con este dinero, confía en sobrellevar las pérdidas provocadas por la pandemia y aprovechar el impulso que supone que tanto este año como el próximo sean considerados Jacobeos. “Hay movimiento en el Camino de nuevo, yo creo que al 40 por ciento de un año normal”, explica Mike, que asegura que en estos meses cálidos ya se nota la llegada de peregrinos de distintos países de la Unión Europea.

Después de abrir las puertas a la nueva temporada el pasado 20 de marzo, el norteamericano confía en que la cifra de peregrinos vaya subiendo con el paso de los meses y el avance de las campañas de vacunación alrededor del mundo. “El Camino se va a recuperar más rápido que el turismo de costa, mucha gente lo tiene en su lista de cosas pendientes que hacer al jubilarse”, remarca Mike, que ya cuenta con reservas para después del verano de clientes de Estados Unidos y Canadá.

Además, durante los meses en los que estuvo en vigor el cierre perimetral de la Comunidad, el establecimiento alojó a “muchos huéspedes que no son peregrinos”, no únicamente llegados de la cercana Ponferrada sino también de otras ciudades como Zamora, Burgos o Salamanca. “En 2019 esas mismas habitaciones las ocupaba gente de Brasil, Canadá y Francia”, recuerda.

Peregrinos sirviendo a peregrinos’

Mientras la añorada normalidad acaba de llegar y pese a los signos positivos de recuperación, las cifras continúan señalando una dolorosa realidad. Según sus cálculos, en su primera temporada abierto al público Mike vio pasar por las puertas de su establecimiento a unos 170 peregrinos cada día. Ese número, hoy, se sitúa en torno a la veintena. En ese sentido, el norteamericano lamenta que los albergues parroquiales no hayan vuelto a abrir sus puertas. “Yo tengo un local privado pero eso es una necesidad”, subraya.

Al respecto, enseña con orgullo el lema de su albergue, ‘Peregrinos sirviendo a peregrinos’, para destacar a éstos como es “unos clientes diferentes, más pacientes y agradecidos”. “Nunca se me olvida que yo fui peregrino. El peregrino es el mejor cliente que te puedes imaginar, económicamente es muy diverso pero todos tienen en común un espíritu abierto y aventurero”, concluye.