D. Álvarez / ICAL
Marta y Andrea son dos jóvenes bercianas que crecieron mezclando sus juguetes con las gubias, los cepillos, los formones o las garlopas que su padre, el artesano de Cabañas Raras José Pérez Puerto, utiliza a diario desde hace más de 40 años para las tareas propias de su oficio de ebanista. Con el olor a serrín como eterno acompañante de sus recuerdos de infancia, las dos hermanas compaginan en la actualidad sus respectivas carreras profesionales con el oficio artesanal aprendido desde la cuna en el taller familiar.
Empeñadas en llevar la contraria a ese dicho de la sabiduría popular que asegura que no hay peor cuña que la de la propia madera, Marta y Andrea siguen practicando técnicas tradicionales como la talla o la taracea y manteniendo vivo, en una segunda generación, el legado de los antiguos maestros de este arte casi perdido. “Siempre hemos tirado por el lado artístico, ya nos viene en la genética”, confiesa Andrea.
Recién alcanzada la treintena, ella es la mayor de las dos hermanas. Tras completar sus estudios de Magisterio, en la actualidad ejerce como interina y está “luchando por sacar la plaza”. Con las oposiciones en el punto de mira, agradece que valores como “constancia y esfuerzo” sean parte de las “enseñanzas a nivel personal” transmitidas por su padre. “Desde pequeñitas le hemos visto trabajar y él nos ha inculcado todos esos valores para llegar a ser buenas en esto o en cualquier otra cosa”, asegura.
Por su parte, a sus 22 años Marta acaba de finalizar su carrera de Química, una disciplina científica que a primera vista guarda poca relación con el trabajo artesanal de la madera. Nada más lejos, según la joven, que recuerda que los barnices y tintes son parte de esta industria y que ámbitos como la ciencia de los materiales investigan cuestiones como los materiales compuestos con madera, a imagen de los polímeros metálicos. “Aunque parezcan cosas muy diferentes, la química y la madera no están tan lejos, ¿por qué no juntar los dos mundos?”, se pregunta.
Su hermana mayor tampoco descarta convertir todo el bagaje sobre el oficio aprendido a lo largo de los años en una carrera profesional. “Sí que me lo planteo, me gustaría inculcarlo y enseñarlo”, reconoce Andrea, ilusionada por poder utilizar sus conocimientos en el ámbito de la docencia “para que no se pierda la artesanía”. Con vistas a futuro, asegura que el encargo artesanal a demanda es una de las actividades que puede mantener a flote este oficio, ante la cada vez menor salida en el mercado de los muebles de madera maciza.
“Gajes del oficio”
Cuando escarban en su memoria tratando de encontrar su primer recuerdo asociado a la madera, Marta vuelve la vista hacia el enorme tocón de madera que le servía para alcanzar el torno “cuando aún era una enana”. Entre sus recuerdos también asoma el dolor en las manos y las decenas de cortes que se han llevado durante intensas jornadas de trabajo. “Gajes del oficio”, señalan con una veteranía impropia de su edad.
En ese sentido, ambas valoran también haber “aprendido a vivir con el fracaso”. “Hoy en día estamos acostumbrados a que todo nos llegue ya y este trabajo implica paciencia”, explica Andrea, que recuerda una ocasión en que un inoportuno estornudo hizo saltar por los aires las pequeñas piezas de un cuadro de marquetería cuando ya las tenía todas colocadas. “A veces fastidias las piezas en el último minuto”, asume con entereza.
“La creatividad también se trabaja”
Con la intención de “seguir aprendiendo lo máximo posible” del maestro con el que conviven, las dos destacan la capacidad de su padre para forzarse constantemente a aprender nuevas técnicas y a trabajar nuevos materiales. “Siempre intenta ir a más”, resume Marta, que destaca el ejercicio de “creatividad” continuo que supone partir de un tronco para llegar en cada ocasión a una pieza final distinta. “La creatividad también se trabaja”, añade su hermana, que lamenta que el actual ritmo de vida, en el que “ya no hacemos nada por nosotros mismos”, ha reducido nuestra capacidad de aplicar estos procesos creativos a los problemas cotidianos.
Su dedicación al oficio familiar les ha hecho acreedoras este año de un regalo especial surgido de las manos de su padre y maestro: un arca de fresno y castaño para cada una de ellas, con motivos alusivos a su trayectoria personal y académica. Fruto de más de 300 horas de trabajo distribuidas a lo largo del año, estas piezas elaboradas completamente a mano son “un recuerdo para que lo tengan para siempre”, explica Pepe. “Se lo merecen, veo que se esfuerzan mucho y para mí es un orgullo que además de tener sus profesiones encima participen en estas cosas de la madera”, afirma con sencillez.