Olena Khodyka e Ivan tienen poco que celebrar esta Navidad. Lejos de las bombas del Dombás (Ucrania), desde donde han huido, se han asentado en León con el fin de vincularse definitivamente a una sociedad que les ha abrazado y a la que estarán eternamente agradecidos. Sólo regresaría a su país si, finalizado el conflicto tras la invasión rusa, el chico, de 12 años, se lo rogara. Ella no quería irse de su país, pero lo hizo por la seguridad de su hijo. “Ahora aquí estamos bien”, señala Olena, quien reside en un piso de la capital leonesa junto a su suegra, Larysa Rádchenko.
Numerosos adornos de Navidad y un árbol protagonizarían la escena de una típica vivienda ucraniana en estos días. Pero esa realidad está hoy alejada. El ambiente no facilita que las personas refugiadas piensen en ello, aunque al menos están unidos. La salud de Iván siempre ha sido la prioridad de Olena. Con nueve años le diagnosticaron leucemia. Tras iniciar el tratamiento en su país, donde estuvo ingresado durante diez meses, ahora está afortunadamente en remisión. “Sufrió mucho durante dos años tomando pastillas para avanzar en la curación”, recuerda, circunstancia que le impedía ir al colegio. Ahora se puede decir que el chaval ha superado este importante bache, aunque con la prudencia médica que indica que hasta pasados cinco años sin recaídas no se puede dar por hecho. “Tiene las defensas permanecen bajas”, comenta su madre, pero compensadas por la ilusión que desprende en su cara con su nueva vida y sus amigos del IES Eras de Renueva, donde estudia.
Agradece la labor que hacen Dolores, Alejandro y Verónica, trabajadores del equipo de protección internacional de San Juan de Dios, encargados de su tutela, con quienes recientemente visitaron el embalse de Riaño, que les “enamoró”, pues en Ucrania son lagos naturales.
El 19 de diciembre celebraron San Nicolás, con un regalo bajo la almohada para los niños, una tradición que remana aún de la antigua URSS, al igual que el hecho de celebrar Nochevieja en Nochebuena y viceversa, algo que el presidente ucraniano, Volidimir Zelenski, ha anunciado que modificará con el fin de europeizar la Navidad. En la noche del 24 de diciembre, sostiene Olena, se sirven doce platos especiales sobre mesa, que se saborean en familia, “siempre los mismos”. Además, en Ucrania, Papá Noel se recrea con una “nieta”. “Si no, ¿quién va a llevar a este borracho a casa?”, ironiza Larysa, que consigue entresacar una carcajada a todos los presentes.
Sentados alrededor de una mesa, la conversación con la Agencia Ical pivota siempre sobre Oksana Lysakovska, que trabaja como intérprete tras vivir 18 años en León. Con su ayuda, Olena intenta sintetizar lo que ha sido su vida en los últimos ocho años, desde el asedio armado en el Dombás en 2014, pero que se acrecentó en febrero de 2021. Recuerda que con la orden de Vladimir Putin se cerraron los hospitales y farmacias, y “ante la imposibilidad de conseguir medicamentos” decidió viajar de Donetsk a Myrnorhrad y después a Dnipro.
Admite estar “cansada” de huir desde que lo hiciera la primera vez en 2014, cuando se vio obligada a abandonar su hogar y su negocio en Lugansk, acuciados por el conflicto armado entre separatistas de la región oriental de Ucrania y el gobierno nacional. Entonces, su destino fue la ciudad de Mikolaiv, en la región de Kerson, Odessa, donde residió entre 2014 y 2016, para regresar de nuevo a Donetsk, donde ahora viven sus padres, quienes ya han aseverado que “de allí no se mueven”. “Ahora me comunico con ellos por internet, excepto cuando tienen cortes”, sostiene, algo que sucede unas 16 o 18 horas diarias. “Cuando bombardean cerca es como vivir un terremoto”, lamenta. Por ello, la casa de sus padres cuenta con un sótano convertido en búnker, con cama, agua, ropa de emergencia y que lo utilizan como refugio. Su padre es mecánico y ‘manitas’ y “se arregla” cuando sufren cortes. Salió definitivamente del país junto a su exmarido, quien pudo hacerlo por acompañar a personas enfermas, tanto su hijo Iván como ella, recién operada de la espalda en Ucrania.
Larysa, en 2014, ya jubilada, salió de aquella zona “en un tanque”. Comenta que “echa de menos a su esposo”, quien estuvo detenido en un sótano, “donde fue torturado por los prorrusos” y que murió en un episodio posterior. Y apela a la fuerza de sus conciudadanos, que ya “estaban preparados para este conflicto” tras sufrir “con dureza otra guerra desde hace ocho años”.
Y aunque ahora en León están cómodos, Olena toma la palabra para aclara que salir de Ucrania fue difícil. Tras varios días de espera, su familia tomó un tren para niños enfermos y con discapacidad con destino Lviv, a unos 70 kilómetros de la frontera con Polonia. “Íbamos hacinados y sin luces, en un viaje muy duro”, confiesa, en un trayecto con las ventanas tapadas y en el que el transporte “temblaban por las constantes explosiones”. Desde allí viajaron a Drohóbych y, más tarde, desde Varsovia se subieron a un avión hacia Madrid gracias a un grupo de bomberos españoles que trabajaba allí con personas refugiadas. La decisión del destino fue sencilla, más si cabe cuando países como Alemania o Austria “rechazaron” su entrada. “España nos acogió con los brazos abiertos. Nunca podremos estar más agradecidos a lo que está haciendo este país por nosotros”, sentencia la joven ucraniana.
Tras pasar diez días en Madrid, el pasado 5 de mayo llegaron a León, una ciudad que les ha acogido con cariño, pues su primera petición fue “un lugar donde no hiciera calor” por las condiciones de salud de Ivan. Tanto es así que, en sus propias palabras, asegura no tener “la idea” de irse a ningún otro lado. “Quiero que mi hijo tenga un futuro tranquilo aquí, porque allí lo perdimos ya todo”, subraya Olena, quien también se vio condicionada por que en la capital de España le transmitieron que el Hospital de León “es muy bueno” y de esa manera se garantizaba atención médica para su hijo en caso de recaída.
Recuerda que le explicaron que el clima de León era como en Ucrania. Pero su suegra ironiza con ello y sonsaca las carcajadas de la intérprete, quien con una sonrisa en la cara traduce: “Me compré un abrigo fuerte y todavía nos preguntamos dónde está aquí el frío”, explica entre risas.
Ahora aprende español durante tres horas diarias, un requisito fundamental para poder optar a residir en España con un permiso durante 18 meses, más otros seis de prórroga, cuando finalice el Programa de Protección Internacional (PPI) del Hospital San Juan de Dios de León, que financia el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones para personas refugiadas. Larysa sufre más con el idioma: “Yo ya soy mayor”, desvela. Ella no sabe qué hará cuando finalice el periodo del programa, pues su jubilación en el país ucranio de momento no es homologable a España a pesar de existir acuerdos en este sentido.
Olena vive continuamente pensando en su hijo. Preguntada por un deseo para Navidad, confía en que Iván pueda acoplarse bien y “lleve de forma positiva la pubertad, ahora que habla mejor español e inglés y tiene muchos amigos”. “Le gusta estudiar”, señala, al igual que le encanta la política y se informa sobre el conflicto en su país. “Habla mucho sobre ello”, sostiene.
Nuevo centro
La familia forma parte del Programa de Protección Internacional del Hospital San Juan de Dios de León, que amplía su acogida a personas refugiadas con la apertura de un nuevo centro. Se ha trasladado a la finca de los Salesianos, denominada ‘La Fontana’, en el barrio de Armunia, un paso que supone la ampliación del proyecto -de 65 a 100 plazas- y, en consecuencia, del número de profesionales que forman parte de su equipo, hasta los 40.
El programa tiene una duración de 18 meses y se estructura en dos fases: acogida temporal y preparación para la autonomía, gracias al diseño de itinerarios personalizados de inserción sociolaboral. Además, cuenta con un grupo de mujeres y de personas LGTBI+ en el marco de “un espacio de seguridad donde abordar las problemáticas que afectan al colectivo desde un enfoque de género”.
Ha acompañado en 2022 a 193 personas -133 adultas y 60 menores- de 24 nacionalidades distintas, frente a las 149 de 2021 y las 139 del año 2020, que han huido de sus países para proteger sus vidas. Entre ellas los hay procedentes de Siria, que “han llegado por la vía del reasentamiento”; de Haití, donde se está construyendo un muro en la frontera con República Dominicana; de Mali, donde los asesinatos han forzado los desplazamientos; y de Ucrania, donde la invasión de Rusia ha llevado a millones de ciudadanos a abandonar sus hogares.
El centro, que tiene una superficie de 10.200 metros cuadrados, contará con un total de 70 plazas residenciales a las que se sumarán otras 30 repartidas en seis pisos, dos en San Andrés del Rabanedo y cuatro en León. El programa de la orden hospitalaria también se desarrolla en Valladolid, en Manresa (Barcelona) y Ciempozuelos (Madrid).