Una de las más sublimes catástrofes naturales de nuestro país se la debemos a los romanos. Al ganar las Guerras Cántabras, como siempre que conquistaban territorio, se asentaban y explotaban los recursos de la zona. Como perros de presa escrutaban cada valle y cada elevación en busca de las vetas auríferas de las que habían oído hablar.
Al dar con Las Médulas, supieron que había oro, pero no era fácil de extraer, estaba profundo, y llevaron a cabo más de cuarenta 'ruina montium': recogida natural de agua en las cumbres que, mediante trescientos kilómetros de canales desembocaba en grandes depósitos con compuertas y que, al abrir estas, llenaban docenas de galerías subterráneas excavadas en diferentes direcciones dentro de los montes. La velocidad y la falta de escapatoria del agua ejercían tal presión en el vientre de la montaña que la reventaban por dentro y arrastraba la tierra hacia los lavaderos de oro. Algo inaudito.
Incluso Plinio el Viejo, que administró el lugar varios años, habló de la dificultad de tal empresa y dejó escrito que aquella grandiosa obra minera no parecía ser cosa de hombres, sino de gigantes. Y esta frase nos lleva a la primera leyenda de la cultura local, la cual imagina seres gigantescos, de otra raza y que vivían en el Norte de España: los “mouros”. Estos enormes seres vivían en oscuras grutas y kilómetros de oquedades excavadas bajo las tierras del Bierzo, donde defendían sus tesoros de oro y piedras preciosas y apenas salían a la luz. Para unos eran buenos, para otros, malvados entes, y algunas personas incluso intentaron hacerse con tales tesoros utilizando el llamado Ciprianillo -un libro de conjuros escrito antaño por San Cipriano- pero todo el que lo intentó acabó mal…
Los días posteriores al solsticio de verano suelen ser mágicos según muchas culturas y religiosidades populares, y la zona de Las Médulas no será menos, ya que, con agua, oro, montañas y cuevas, es carne de leyenda…
En esta zona, se creía que el agua dulce de la Naturaleza era reclamo para las ninfas Camenas, que se dejaban ver sobre todo entre los días de San Juan y San Pedro. En esos días, se entendía que el agua de ríos y lagos era especialmente rica en beneficios, en salubridad y en magia, por lo que muchos ganaderos llevaban a sus rebaños a beber de ellas para que estuvieran sanas y prevenirles dolencias. También las fuentes se creían curativas para las personas, llegando a haber rituales que invitaban a beber agua hasta de nueve fuentes antes del amanecer para evitar males de garganta.
El agua canalizada de los romanos hizo destrozos en Las Médulas, pero, sin querer, también creó. Es el caso del Lago de Carucedo, que se formó en una de esas agresivas acometidas fluviales, cuando unos residuos que sobraban fueron arrastrados por el caudal y taponaron un valle. Así se formó artificialmente este acuífero que es hoy zona natural protegida, y que se sigue asociando con la magia del día de San Juan y con la aparición de ondinas. Carissia es la más conocida de estas ninfas y su leyenda la más narrada. Esta acuática náyade, de raíces astures y de singular belleza, vivía tranquila en época de los romanos en Lucerna, una quimérica aldea en un valle. El destino hizo que conociera a Tito Carissio, un general romano que estaba logrando importantes triunfos en el norte peninsular, y del cual se enamoró perdidamente. Pero al ser ella astur, pueblo contra el que los romanos disputaban la dominación del territorio, el joven militar la tuvo que rechazar, por razones de presión y estrategia castrenses. Al recibir tal desprecio por parte de su amado, Carissia se sumió en profunda tristeza, y tal fue su llanto que con las lágrimas derramadas se formó el Lago de Carucedo inundando la ciudad de Lucerna, la cual, según se comenta, fulgura desde el fondo cuando sale el sol la mañana de San Juan. Además de eso, horas después, durante la noche de San Juan, Carissia sale a la superficie del lago en busca de algún joven y apuesto mancebo que le ofrezca su amor.
Otra leyenda sobre el origen del Lago de Carucedo es la que habla de un monasterio cercano, habitado por unos monjes, que un buen día recibieron la visita de un joven y desamparado huérfano. Los clérigos, sin dudarlo, lo atendieron y lo criaron durante varios años haciéndolo partícipe de su congregación. Ya de mozalbete, el joven bajaba repetidamente al pueblo para hacer recados, y tantos hacía, que acabó enamorándose de una muchacha. Y ella de él.
En esa comarca, el castillo y lugar de Cornatel estaban gobernados por un señor que también se había encaprichado de los embelesos de la jovencita, pero ésta repelía sus halagos con entereza. Una mañana, este señor apareció muerto y los rumores señalaron al huérfano, principal acusado del crimen, achacándole celos porque que el rico señor pudiera estar cortejando a su amada. La noticia llegó rápido al monasterio, y el joven no tuvo más remedio que despedirse de los monjes y marchar lejos, durante mucho tiempo, escondido y triste por no poder ver a su enamorada.
Tras varios años oculto, y sin poder aguantar las ganas de verla, el joven regresó, y preguntó por ella en el pueblo, pero nadie sabía nada, se había esfumado. Desconcertado, volvió al monasterio y vistió los hábitos para mitigar su pena. Dedicó su vida a Dios y pronto fue nombrado abad del convento.
Un día que bajó al pueblo, entre el gentío callejero, apareció la muchacha ante sus ojos, se reconocieron y sintieron que se seguían amando. Tan ardiente fue el encuentro, que, según la fábula, provocaron tal ira en Dios, que hizo temblar el cielo dejando caer tamaño aguacero sobre el pueblo que lo arrasó y lo ahogó por siempre, surgiendo así el dicho lago. Ahora, cada noche de San Juan, las campanas del pueblo homenajean a los difuntos con sus tañidos desde el fondo del lago. Se dice…