'Un mundo donde las personas sordas podamos signar'. Un mensaje que oculta un deseo: el de dejar de estar aislados de la sociedad. Con ese lema y esa esperanza se ha celebrado la Semana Internacional de las personas Sordas. Su día a día está lleno de obstáculos y reconocen que todavía quedan muchos estigmas que combatir e infinitas barreras por derribar.
“Algo tan sencillo como concertar una cita médica o bajar a comprar a la tienda es todo un reto para nosotros” explicó Aurelia Franco, una mujer sorda de nacimiento. Junto a su intérprete hacen un buen equipo pero cuando se separan y no cuenta con su ayuda, la rutina de Aurelia se complica y se ve obligada a recurrir al texto escrito para poder hacerse entender. “Es una pena que donde más dificultades nos encontremos sea en la Administración Pública”.
Ese es uno de los motivos por los que, para realizar cualquier tipo de trámite, deben acudir acompañados. “Ahora muchos formularios, por ejemplo, pueden tramitarse vía Internet y eso nos ayuda pero queda mucho por hacer”.
Todos los hermanos de Aurelia también son sordos aunque ninguno de sus padres lo son. Trabaja en un centro especial de empleo y reconoce que su vida hubiera sido mucho más fácil si hubiera más personas signantes. “Sería un sueño que todos nos pudiéramos entender y comunicar”.
Una idea que comparte Helena Aparicio, profesora titulada en Lengua de Signos. Ella nació sorda pero no se dieron cuenta hasta que cumplió los ocho meses. Tras varias revisiones y análisis clínicos, su familia optó por llevarla hasta Pamplona donde la operaron y le pusieron un implante. Gracias a eso, ahora puede oír. “Me permite derribar muchas barreras comunicativas pero no todas”. Reconoce que el llevar el implante también le genera algunas complicaciones ya que a ojos de los demás parece que escucha de una manera “normal”. “Eso me hace perder información ya que a veces no oigo del todo bien”.
En su familia nadie es sordo y ella creció escuchándoles hablar pero todo cambió cuando, con ocho años, se encontró a dos personas sordas y al intentar saludarles, se dio cuenta de que no podía. “Fue un antes y un después. Le dije a mi madre que yo era sorda y, aunque llevara audífono y pudiera oír, debía aprender lengua de signos. Yo quería poder comunicarme y estar con ellos. Hacer familia”, explicó. Eso es lo que le animó a aprender y ahora, con el paso de los años, a enseñar a los demás.
Ella reconoce que fue una afortunada y siempre contó con el apoyo de su familia ya que el camino no siempre fue sencillo. “La gente piensa que automáticamente al ponerse el implante ya puedes oír y no es así. Yo hasta los 18 meses no había oído nada así que no sabía lo que era ni discriminar sonidos. Hubo mucho trabajo durante mi infancia para poder oír como oigo y hablar como hablo”.
Helena recuerda cómo en el colegio contó con docentes de apoyo y en el instituto se sentaba siempre en primera fila. El sonido de la clase le llegaba “limpio de ruidos” gracias a que los profesores se ponían un pequeño micrófono. “Yo tengo nula memoria auditiva y siempre necesitaba los apuntes por escrito. Toda la información que recibo por los oídos, la olvido. Necesito leerla”.
Cree que su día a día también sería mucho más fácil si la lengua de signos estuviera más extendida y eso permitiría empatizar mucho más con una comunidad que ahora está “aislada y desprotegida”. “Mucho hablamos de la integración y la inclusión pero no se lleva a cabo. Si todos supiéramos un mínimo de lengua de signos, las personas sordas podrían desenvolverse mejor en la sociedad. Aunque sea un mínimo para saludarles”.
Esa necesidad fue la que empujó hace años a Iluminada Sanz a formarse para poder convertirse en intérprete. Para ella, la lengua de signos es una asignatura pendiente de la sociedad y defiende su utilidad en cualquier profesión. “Si por ejemplo las enfermeras o quienes trabajan en un taller mecánico tuvieran unas mínimas nociones básicas, se cerraría la brecha que separa a las personas sordas del resto de la sociedad” puntualizó. Ella dio el paso de manera vocacional. “Vine a estudiar a Palencia, les vi, les conocí y al entablar amistad con ellos, surgió la necesidad”.
Ese fue también el motivo por el cual María Manchón decidió apuntarse a este curso de lengua de signos que se imparte en el Cultural Asociación de Personas Sordas de San Juanillo, en la capital Palentina. Su objetivo fue evitar esa “impotencia” que sentía cada vez que quería hablar con alguien sordo pero no podía comunicarse. Aunque reconoce que no es difícil y aprender será cuestión de “práctica”, cree que sería mucho más sencillo si se impartiera en los colegios “como un idioma más”.