Amusco es un pequeño pueblo palentino de poco más de 400 habitantes. Hace apenas 60 años tenía hasta cuatro herrerías en una misma calle aunque actualmente tan solo sobrevive una de ellas. De hecho, junto a otra ubicada en Acera de la Vega, es de las pocas que existen en Castilla y León. Son los herederos y últimos testigos de un sector que ha pasado de ser casi omnipresente a estar en peligro de extinción.
Siguen trabajando como lo hacían sus antepasados y, prueba de ello, es el yunque de 1882 que todavía hoy preside esta herrería de Amusco. Pesa casi 100 kilos y perteneció al bisabuelo de Jaime Meneses, actual propietario del negocio. “El yunque es lo más importante de una fragua. Éste lleva más de 140 años funcionando y se aprecia a simple vista cómo la superficie ya está demasiado curvada. Tiene su historia y, para nosotros, es la joya de la corona. Son incontables los golpes que ha recibido en todos estos años”, reconoció con cierta nostalgia.
Él empezó como aprendiz siendo apenas un niño. Recuerda cómo el maestro le marcaba el ritmo y él “daba los golpes”. “No solo te tiene que gustar, tienes que saber hacerlo. Mi padre era un experto en los pequeños detalles y eso es cada vez más difícil de encontrar”, confesó. Jaime recuerda cómo este duro pero gratificante oficio “siempre le llamó la atención”. Ahora construye aperos, rejas, ventanas, balconadas o puertas. “El calor convierte el hierro en plastilina y puedes hacer lo que quieras. Lo puedes malear cuantas veces quieras y dar la forma que desees”, explicó mientras señalaba la antigua fragua.
“Encenderla tiene su misterio. El carbón tarda en calentar y hay que ir poco a poco”. Ese es uno de los motivos por los que, a día de hoy, se utiliza más el soplete y por los que el sector de la forja atraviesa por tantas dificultades. “La gente ahora está acostumbrada a conseguir todo en tiempo récord y este oficio necesita tiempo. Me fastidia decirlo, pero es una profesión que está pasando a la historia. La gente lo quiere bueno, bonito y barato. Nadie te paga el trabajo que cuesta”, lamentó. “Sobrevivimos en parte gracias a la agricultura y a la cantidad de máquinas, arados o herramientas que los profesionales del campo nos traen para reparar”.
También José Luis Tarilonte siente ese yugo sobre sus hombros. Él es el dueño de la herrería de Acera de la Vega en la que, en su día, llegaron a trabajar hasta cuatro personas a la vez. Ahora, la demanda ha bajado y el trabajo también. Pese a todo, reconoce estar contento por poder dedicarse a una profesión que le ha permitido, además de continuar con el legado de sus antepasados, asentarse y desarrollar su proyecto de vida en el medio rural. “La calidad que te ofrece el pueblo no la consigues en una gran ciudad. Terminas el trabajo y estás en casa”.
Para él, la forja del hierro es un “auténtico arte y un trabajo muy dinámico”. “Aquí las ocho horas de trabajo se pasan muy rápido. No caes en rutina porque un día te encargan hacer una verja y al día siguiente una puerta o un arco de pozo”. “Se necesita mucha técnica pero es cuestión de aprender”, reconoció. Tarilonte desmiente que se trate de un oficio que requiera de una extraordinaria forma física. “Algo de fuerza hay que tener pero desde luego no es lo más importante”, puntualizó.
Lo que sí se necesita es mucha paciencia y dedicación ya que al ser un producto elaborado de manera completamente artesanal, conlleva muchas horas de trabajo. “Para hacer, por ejemplo, un cabecero de hierro macizo de 40 kilos de peso, hay que emplear tres días como mínimo”. “Cuando visito una catedral se me van los ojos a las balaustradas. Eso no lo han hecho ni un herrero ni dos, lo ha hecho cientos. Son auténticas maravillas y ese valor se está perdiendo. Antes ni siquiera se apreciaban los empalmes entre una pieza y otra pero conseguir algo así es casi un don”.
Aunque mantengan las mismas herramientas y utilicen la misma técnica que los antiguos herreros, en mayor o menor medida, también han tenido que evolucionar y amoldarse a los gustos de los clientes y las nuevas necesidades del mercado. “Las modas influyen mucho. Cada vez se construyen casas más modernas y eso nos determina el diseño”, explicó José Luis al tiempo que defendió su versatilidad y capacidad de adaptación.
Cuenta además, con la ayuda de su empleado, Roberto Marcos. Él es natural de este pequeño municipio palentino, se formó como soldador y por él pasa el futuro de las herrerías en la provincia. “Hay días duros, especialmente cuando hace mucho calor, pero me gusta mucho. Es muy complicado trabajar el hierro pero llevo muchos años en esto y me encantaría continuar con el negocio”, confesó.
Su pasión por un trabajo que combina la técnica, el calor, la fuerza y el arte es la única esperanza para un sector con cada vez menos profesionales en activo y que, si nada o nadie lo impide, corre el peligro de desaparecer.