Lagar

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Salamanca

El que no va a aceituna no se enamora

4 diciembre, 2017 11:38

El esfuerzo del labrador y el milagro de la Naturaleza han producido su fruto, hay que recogerlo. Higos, uvas, aceitunas, casi todos los productos del campo tienen su recolecta. La de la aceituna es digna de ser recordada por lo que significó en nuestras vidas y para que las próximas generaciones sepan cómo era la forma de vivir de sus mayores. Cuando el trabajo es duro y penoso, pero inevitable, lo mejor es intentar hacerlo con alegría, hacer de las penalidades una fiesta. Esto es lo que ocurría con la recolección de la aceituna. Cuando está madura, en pleno invierno, con la humedad de la lluvia y la nieve y la niebla, con la escarcha o el carámbano pegado al fruto y al suelo, hombres y mujeres se disponían a la recolección, los hombres vareando y las mujeres y niños recogiéndolas.

Una labor que se pierde en el tiempo y , hasta hace pocos años, su recolección era meramente manual. Ahora nuevas máquinas sacuden las olivas. Es otro cantar que no afina bien. Antaño, y aún hoy en los pueblos rayanos, de este lado y del otro, el primer oficio es varear la aceituna de las olivas. Desde el suelo o subidos al olivo, las ramas se agitan con varas más o menos largas, llamadas varales. La aceituna cae al suelo con un sonido peculiar, sordo. Si el fruto está maduro cae bien. Si aún le falta un poco, cuesta más y sufre, no sólo el brazo del vareador, sino también la propia oliva que tiene que recibir más fuertes varapalos. En el suelo se colocan lonas y ‘ropas’ conocidas también como arpilleras, donde cae la aceituna. Este método tiene la ventaja de recogerlas bastante limpias. La aceituna de las ‘ropas’ se pasa más rápidamente por la limpia, al lanzarla al aire para quitarles las hojas, las piedras, trocitos de musgo o ramas, que se puedan colar.

El cambio de rutina en el acontecer de los pueblos

 

Ahora llegan también las máquinas

En esos días el pueblo cambia su rutina. Desde muy temprano las mujeres corren para hacer la compra, las sopitas del almuerzo, la merienda para el campo y realizar los trabajos de la casa. En alpargatas o descalzas van alegres porque llega el momento de ganar unos reales para pagar lo que deben al comercio, quizás sobrase para comprar alguna ‘cosina’ que les hace falta a los mozos y mozas casaderas.

La jornada es de sol a sol y si el día está nublado dan de mano cuando comienza a oscurecer. La mayoría de la cuadrilla va andando, los hombres con las alforjas al hombro o sobre los lomos de los burritos, las mujeres con la talega de la comida. La faena está a dos o tres kilómetros del pueblo, o más, y el camino lleno de obstáculos donde tropezar y regatos que saltar. Al día siguiente comienza la cuadrilla de las mujeres a recoger la aceituna caída. Las jóvenes a las puntas y las demás en el medio. Cada tres o cuatro mujeres comparten un cesto para echar los frutos y cuando esté lleno se vierten en un costal de lona. Hay también dos personajes muy significativos: el acarreador y el manijero. El acarreador es el que lleva las aceitunas que cogen las mujeres al molino del aceite. Generalmente lleva tres mulos, cada uno capaz de transportar tres costales llenos de aceituna. Según lo alejado que esté el olivar de la molina el acarreador tendrá que darse más o menos prisa. Las mujeres llenan los costales y cuando hay nueve costales llenos ya puede el acarreador cargar sus mulos y llevarlos a la molina. Allí descarga los sacos, echa las aceitunas en la troje, pone los costales vacíos encima de las bestias y corriendo de nuevo al olivar pues conviene que no se le acumulen las cargas. Así hasta llevar al molino de aceite todas las aceitunas recogidas en el día.

El trabajo es duro

El trabajo es duro y, en muchas ocasiones, peligroso

El trabajo es duro y hay que ir preparado. Las mujeres se ponen dos o tres pares de enaguas y dediles de bellota para que no se les estropén tanto las manos y para que no se les hielen los dedos de frío. Cuando el día es muy gélido se hace lumbre para que vayan un momento a calentarse las manos. Aún recuerda el viajero aquellas mañana de escarcha y niebla, cuando el frío le calaba hasta los huesos recogiendo aceitunas por el Rollo la Oliva o en El Brinzal, cuando las vacaciones de Navidad.

A pesar de la dureza del trabajo, el ambiente es festivo, cualquier cosa se convierte en excusa para formar alboroto, todo son bromas y jolgorio, si pasa alguien por la calleja se meten con él en tono jocoso y si no hay con quien meterse cantan unas preciosas canciones que nada más se cantan en la recolección de la aceituna y nunca durante el resto del año. Casi todas son de picadillo, hay muchas. También mucha picaresca, todo en broma y acompañado de grandes risotadas. Si la canción no surte efecto siempre existe la graciosa de turno que con la cabeza baja imita al búho, como si ya fuese de noche. Eso suele enfadar al manijero que lo considera como un insulto y, a veces, para terminarlo de arreglar, otra imita al lobo y la guasa es completa.

Durante el día se cantan otras canciones, alguna de ellas muy bonita:

La aceituna en el olivo,

si no la coges se pasa,

lo mismo te pasa a ti

si tu madre no te casa.

Y esta canción daba paso para cantar la más conocida copla, ‘Apañando aceitunas’:

Apañando aceituna

se hacen las bodas,

y el que no va a aceituna

no se enamora.

El inconfundible olor de la almazara

El trabajo en el lagar. Todo a mano

Con las trojes llenas las almazaras están listas para empezar a moler y hacer el aceite. La pieza principal del molino de aceite son los rulos de moler. En la base hay una piedra de molino, redonda, de unos tres metros de diámetro, de 50 a 60 cm. de gruesa y con un agujero en el centro de donde sale un eje de acero. A ese eje van cogidos dos o tres rulos, también de piedra de granito y en forma de cono, que dan vueltas sobre la base. Encima lleva una torba donde se echan la aceitunas que caen por su propio peso a la base y los rulos trituran y echan hacia afuera la pulpa, que cae a un canal que recorre la parte exterior de la piedra de la base y de allí, empujada por una paletilla que gira también con los rulos, llega a un pilón.

Del pilón la pulpa pasa a unos capazos de esparto en forma de boina con un agujero en el medio para permitir el paso del eje. Cerca del pilón hay una prensa parecida a las que existen hoy para el vino, pero más grande. Es una plataforma de hierro de las mismas características que la base de los rulos, le sale un eje del centro del mismo diámetro que el agujero de los capazos. La parte superior del eje tiene rosca: Un molinero se coloca al lado de la prensa y mete un capazo por el eje, otro molinero le va dando calderos de borra, los vierte en el capazo y con las manos llena todo el círculo de la ‘boina’. Lleno este le echará un par de calderos de agua hirviendo por encima, meterá otro capazo y así hasta llegar arriba. Después se coloca una plataforma del mismo tamaño que los capazos encima y unos tacos si hiciera falta. Se sitúa finalmente una tuerca, con un trinquete para que gire a la derecha y no pueda volver hacia atrás. Esta tuerca es movida por un madero en forma de palanca que manejan tres o cuatro hombres. Con toda su fuerza, empujando juntos hacen un primer prensado. La prensa rezuma un líquido formado por agua, aceite y alpechín. Hacen esto por dos veces, se desmenuza después la borra u orujo y se repite el prensado de igual modo.

El líquido extraído por prensado va a un depósito llamado infierno de metro y medio aproximadamente de profundidad, con un agujero en el fondo y una canalilla en el brocal. Allí se deja reposar hasta que sube el aceite arriba y pasa a los depósitos contiguos a través de las canalillas. El molinero al cargo del infierno lleva cuidado de que el alpechín no llegue nunca hasta arriba. Cuando queda poco para alcanzar la cima se abre el agujero del infierno y sale el negro alpechín por el regato abajo. Como todos sabemos, el aceite pesa menos que el agua y siempre está arriba. Así por diferencia de densidades pasa el aceite por arriba del primer al segundo depósito y de éste al tercero, hasta cubrirlos todos. El aceite ya depurado se lleva a los depósitos de las bodegas o para las casas en garrafones, en caballería provista de aguaderas.

De aceituna venimos / venimos pocas, /

porque quedan en casa / las perezosas.

Muchas personas se dedican a recoger las aceitunas que quedan en el suelo en lo que se denomina el rebusco. Machacan en casa las aceitunas y obtienen algo de aceite que emplean para el consumo humano o para los candiles. Como se ve, el proceso de recogida de la aceituna en sí, es sencillo, pero muy trabajoso. Como en toda tarea del campo, no hay fines de semana, incluso en esos días, que se puede reunir más cuadrilla con los familiares y amigos que no trabajan, se acude mayormente a los olivares. El principal problema, además del esfuerzo físico, las posturas incómodas y la carga de pesos, es el frío que hace en diciembre y enero y que produce sabañones y grietas en las manos. Bien sabe el viajero...

En la vida, todo lo bueno precisa su tiempo, cachis!