"No hay que juzgar un cultivo por cómo se ha producido"
José Pío Beltrán Porter, investigador del Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas (centro mixto de la Universidad Politécnica de Valencia y el CSIC), ha ofrecido una conferencia en el Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Salamanca (IRNASA, centro propio del CSIC). Dentro del ciclo ‘Qué sabemos de…’, la charla ‘Cultivos transgénicos’, basada en su libro homónimo, ha abordado un tema controvertido pero del máximo interés para la ciencia y para los consumidores.
“Los transgénicos son un tema conflictivo en la Unión Europea, aunque en España lo son menos, aquí tenemos muchas hectáreas de maíz Bt, el único cultivo permitido”, comentó el experto en declaraciones a DiCYT. Por definición, los cultivos transgénicos son aquellos en cuyo desarrollo ha intervenido la ingeniería genética, aunque para los científicos es “algo errónea, porque si hablamos de mezcla de genes, todos somos transgénicos”, asegura.
La plantación de este tipo de cultivos acumula ya más de dos décadas de experiencia. En la actualidad, la superficie de los transgénicos que se cultivan en el mundo “equivaldría a un campo que tuviera cuatro veces el tamaño de España”.
“Desde el principio, los grupos sociales que se han opuesto han dado dos argumentos, la supuesta peligrosidad para la salud de los consumidores, y los riesgos potenciales para el medio ambiente”. Sin embargo, “22 años después no existe ni un solo dato científico, según la Organización Mundial de la Salud, de que el consumo de transgénicos pueda suponer un riesgo para la salud”. Con respecto a los riesgos medioambientales, “son los mismos de la agricultura tradicional, que por casi definición agrede al medio ambiente, porque en los terrenos de cultivo se elimina la biodiversidad y, si no se hace, los rendimientos serían muy escasos”.
Además, hay un tercer elemento de crítica, que es político, social y económico. “Se asocian los cultivos transgénicos con las grandes multinacionales y se argumenta que sus beneficios no llegan a los consumidores. Algo de eso hay, los beneficios económicos son para los que venden las semillas y para los agricultores, sin ninguna duda, y quizá debieran haber pensado más en los consumidores, aunque el hecho de que a los agricultores y a las empresas les vaya bien no es malo”, opina José Pío Beltrán Porter.
El mito de Monsanto
No obstante, existe un “gran mito” con respecto a este asunto. “Las críticas se concentran en la multinacional Monsanto, aunque hay cuatro o cinco grandes compañías, y es verdad que el manejo de recursos fitogenéticos se queda en pocas manos. Sin embargo, lo que no se suele dar a conocer es que Monsanto lo que quiere es ganar dinero, y lo que hace es vender todo lo que la ley les permite, así que comercializa semillas transgénicas, pero también se dedica a la agricultura tradicional y a la ecológica. Cuando dices esto la gente se lleva un susto, pero lo cierto es que tienen sus propias marcas de agricultura ecológica”, comenta.
En los últimos tiempos, la noticia más llamativa en el campo de la biología molecular de plantas es que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) ha equiparado la técnica de edición genética CRISPR a los transgénicos y, por lo tanto, obliga a someter cualquier variedad obtenida a través de ella a un complejo proceso antes de su aprobación, a pesar de que desde el punto de vista científico son procesos muy diferentes.
El tomate chocolate
Beltrán Porter lo explica con un ejemplo que conoce de primera mano. “Hay una variedad de tomate que se llama vulgarmente tomate chocolate por las tonalidades marrones que tiene. Es un sabor especial y apreciado por los consumidores. Nosotros hemos secuenciado su genoma y hemos encontrado que se ha producido una mutación al azar en un gen que le confiere sus características. Pues bien, resulta que con la tecnología CRISPR se puede ir directamente a una posición concreta del genoma del tomate y hacer que una variedad tradicional cualquiera se convierta en tomate chocolate. De hecho, ya lo estamos haciendo”, destaca.
La composición de un tomate editado de esa forma y otro silvestre es exactamente la misma salvo en ese punto. “Ese uso de CRISPR no debería ser considerado transgénico, pero es cierto que ha intervenido la ingeniería genética, así que la Corte Europea la define como transgénico y lo somete a todas las dificultades”, lamenta.
Por eso, en su opinión un cultivo “debería juzgarse por lo que es, no por cómo se ha fabricado, lo importante es qué se pone encima de la mesa del consumidor. Si lo que estás poniendo es exactamente igual que lo que hay en la naturaleza, no debería haber problema”, añade.
Un absurdo que podría dar paso a nueva legislación
“Es cierto que esta tecnología de edición de genomas también se puede utilizar para introducir un gen de otra especie”, de manera que la acción sería similar a que se lleva a cabo en el caso de los transgénicos. “Ahí yo estaría más de acuerdo con el tribunal mientras no se cambie el concepto de transgénico”, matiza.
En cualquier caso, “es una decisión equivocada que sólo va a contribuir a retrasar la situación científico tecnológica de Europa. Estoy convencido de que se va a tener que reconducir, porque es un absurdo muy grande. Creo que en los próximos años veremos nuevas iniciativas legislativas en la Unión Europea al respecto”, vaticina.
En su charla, el científico del Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas habló también de las difusas entre investigación básica y aplicada. “Nosotros estudiamos el desarrollo de las flores y los frutos de plantas leguminosas. Lo que nos ha pasado es que aprendiendo ciencia básica se nos han planteado alternativas tecnológicas para aplicar en distintos tipos de plantas. Tratando de entender cómo se desarrollan las flores hemos encontrado herramientas para cosas muy diferentes, como desarrollar tomates sin semillas, impedir situaciones patológicas en rumiantes que consumen pastos o combatir plagas de cultivos”, asegura.