Antes de comenzar a detallar este oficio perdido con la llegada de las modernas pinturas y los hornos industriales, conviene realizar una consulta al Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua que define la palabra calera como cantera de la piedra para hacer cal, y también como horno donde la piedra caliza se calcina. Y el adjetivo calero, como perteneciente a la cal o que participa en ella. El que saca la piedra de la calcina en la calera. Y el que vende la cal.
Por tanto, calero o caleros son los componentes del grupo que habitualmente formaban un equipo para montar o hacer la calera, y luego los que la vendían. Este proceso comenzaba con el acuerdo previo de todos los interesados para elegir el paraje donde se montaría la calera, el lugar elegido tenía que cumplir dos requisitos indispensables, el primero era que la caliza a utilizar estuviese los más próxima posible y el segundo, que en las proximidades hubiese leña o bolagas suficientes para la combustión por la cual se quemaba la piedra.
A lo largo y ancho de muchas zonas salmantinas, como Entresierras y algunos pueblos del Yeltes y Las Arribes -aunque en estos últimos más para apagar la cal-, se pueden observar unas oquedades en el suelo de cierta profundidad y de unos diez metros de diámetro, la mayoría ya medio tapados o cubiertos por la maleza, en los que se pueden ver restos de la actividad que desarrollaron. Como acontece con un horno restaurado junto a la mina en la Ruta del Agua en Monleón, una verdadera maravilla que merece la pena su visita.
La cal
Desde el punto de vista geológico, estas zonas se asientan sobre terreno montañoso en el que son muy frecuentes los afloramientos de caliza, que tradicionalmente se han utilizado para la extracción de piedra para la fabricación de cal. La piedra caliza es un sólido de color blanquecino, cuya base es la anhidra (óxido de calcio CO3).
Para obtener la cal viva a partir de la piedra caliza, que previamente ha sido extraída de las canteras, es necesario someter la piedra a un proceso de calcinación, por la acción del fuego. Es lo se conoce como 'cocer' la cal, que se lleva a cabo en la calera.
El horno de la cal
El horno tradicional se construía excavando un pozo de forma cilíndrica en el suelo. Tenía tres o cuatro metros de profundidad por dos o tres metros de diámetro y una capacidad interior de tres a cuatro metros cúbicos. En la parte más baja, el cilindro reduce su diámetro de tal forma que en el interior del pozo a todo su alrededor se forma un poyete que servirá como base donde apoyar la piedra que se va a cocer. Este poyete tiene unos setenta centímetros de altura, construyendo las paredes de la caldera del horno, en el lugar donde se quemará la leña que oxidará la piedra.
Armar el horno
El grupo o equipo de gente habían recogido la piedra necesaria y la habían acarreado y colocado junto al pozo para armar el horno. El calero y sus ayudantes acometían una tarea que requería sabiduría y destreza, cual era la de 'armar' el horno, que consistía en llenar el horno de piedras. Situado el calero en el fondo del horno, comenzaba a colocar una piedra tras otra a partir del poyete circular. El lento y laborioso trabajo del calero hace que el horno se vaya colmando de piedras, cuidando de que a medida que estas van subiendo se vaya formando una bóveda que permitirá, que las piedras se sostengan simplemente apoyándose unas sobre otras.
Pero además, debía cuidar al colocar ordenadamente las piedras, no solo de fabricar una bóveda resistente, sino de que el calor producido por el fuego en el hogar del horno, se extienda por igual en toda la masa pétrea que ocupa la totalidad del horno. Es clave que entre las piedras se vayan dejando huecos por los que pasarán las llamas y además en su conjunto harán de chimenea. Todas las piedras deberán de entrar en contacto con el fuego para oxidarse por incandescencia. Una vez lleno el horno, la parte externa de la piedra, que aparece al nivel de la superficie del terreno en forma de bóveda, es recubierta por cascotes y tierra, a modo de tapadera, al objeto de aprovechar óptimamente el calor.
La quema
Armado ya el horno, tarea que ha durado una o dos largas jornadas de trabajo, anuncian: "esta noche vamos a quemar". Era costumbre encender el horno en época de buen tiempo, ya que la lluvia es un gran enemigo, y por la noche si es verano, con el fin de hacer más soportables las altas temperaturas que tenían que soportar en la boca del horno. Se prendía la leña de la parte inferior para que toda la piedra cogiera calor, siendo imprescindible estar pendiente de toda la 'cochura'. De esta forma, las piedras de caliza soltaban el 'moco', como llamaban por estas tierras al agua y se unían unas con otras, expulsando un humo blanco que anunciaba el fin de la coción. Un humo que por antaño se pensaba que era beneficioso para las enfermedades respiratorias y los galenos aconsejaban aspirar.
Durante este proceso se produce la desintegración rápida de las piedras, que se diluyen en agua. Posteriormente, dejando secar esta pasta puede obtenerse cal en polvo.
Enfriada la piedra, había que sacarla del horno y apilarla lentamente en la superficie. Esta cal obtenida podría ser cal morena para la construcción o cal blanca para encalar fachadas. En los días siguientes, con los serones bien cargados sobre los borricos o sobre las mulas, acarreaban la cal que previamente habían repartido, para venderla a los vecinos del pueblo o compradores de la comarca.
Quién de mediana edad no recuerda en la primavera, en esos días ya de incipiente verano, ver desde temprano como se encalaban las fachadas de las viviendas... o cómo se ponía la casa al encalar las paredes de las habitaciones, porque la cal era la base fundamental de las viviendas tanto para el frío como para el calor, para lo limpio como para las costras sucias, para sanar como para quemar las manos de los pequeños que nos extrañábamos cuando la cal herbía en los barreños.
Usos más comunes de la cal
La cal es un producto natural cuyo uso ha sido importante en el pasado, teniendo una gran importancia en nuestra vida cotidiana. El uso más antiguo y extendido ha sido la elaboración de mortero o argamasa, empleado en la construcción de edificios, aprovechando la propiedad que la cal tiene de adquirir gran dureza al tomar contacto con el aire.
La cal apagada diluida en agua es lo que constituye la lechada de cal, que tradicionalmente se ha utilizado para blanquear las paredes de las casas. La cal apagada es una base fuerte, que absorbe con intensidad el anhídrido carbónico del aire, recubriéndose de una película blanca de carbonato de cal. Esto es lo que ocurre cuando dejamos secar la cal después de extenderla por la pared. Esta película tiene un marcado color blanco y resulta impermeable al agua, siendo este el motivo del uso tan extendido de la cal para cubrir tapias y fachadas en nuestros pueblos.
También ha sido muy extendida en el pasado, su utilización en el campo de la higiene y la medicina: para desinfectar árboles; como desinfectante en enfermedades contagiosas como el cólera y el tifus; para blanquear estancias y fachadas; para secar en espacios cerrados; para prevenir la putrefacción de aguas estancadas; para la prevención de infecciones en caso de enterramientos de cadáveres en casos de epidemias. Incluso el agua de cal se ha empleado para realizar gargarismos y se ha aplicado por vía interna para curar diarreas y vómitos.
Y en la construcción, como no recordar el dicho popular de que "una de cal y otra de arena, y la obra saldrá buena".
Los hornos industriales han acabado con la actividad artesanal de las caleras, con el trabajo duro y mal pagado que soportaban aquellos hombres de antaño, no podemos olvidar el dicho de "cal, calero, mala albarca y peor sombrero".