Los entierros se han convertido durante el coronavirus en algo mucho más duro de lo que ya suelen ser. "Era una situación desoladora", relata Nacho Bermúdez, psicólogo voluntario del tanatorio San Carlos Borromeo de Salamanca a la Diócesis de Salamanca.
Y es que durante unos días, como recuerdan, los coches fúnebres iban directamente a las tumbas y se enterraban sin ningún tipo de rito fúnebre ni acompañamiento a las familias.
Bien sabe lo que es el capellán del tanatorio, José María Morales, que ha perdido a su madre por el coronavirus y asegura que cumplir el rito funerario "ilumina, consuela, fortalece y acompaña en lo más íntimo, te da esperanza, y lo más importante, te hace sentir que tu ser querido está vivo, pasamos a esa vida en plenitud”.
Así, desde hace tres semanas, un grupo de doce sacerdotes y el psicólogo están junto a las familias y se realiza la oración de exequias a cada fallecido. Un grupo que reclutó el propio capellán.
Junto a la entrada del cementerio, además, se ha instalado una carpa donde se recibe a entre tres y cinco familiares, se les acompaña hasta la tumba, se bendice y se realiza la oración.
Con esta situación excepcional, las familias no están acompañadas de amigos en el sepelio, “aunque sí de manera virtual”, determina Nacho Bermúdez, “porque mucha gente está pendiente de ese momento, y a la familia les llega ese calor y afecto“.
Este psicólogo reconoce que la primera semana “fue estresante”, porque se quería llegar a la familia “como fuera, que no se sintiera sola”, pero luego cogieron el ritmo, y asegura que han asentado la forma de proceder, “que es serena, tranquila, acogedora… que la familia se siente respetada, y que ha hecho una despedida digna”.
Bermúdez transmite a las familias que cuando esta situación termine se hará una ceremonia “de reconocimiento a todas las personas enterradas en estas condiciones, pero con esta iniciativa, se ha conseguido tapar una hemorragia de desafecto tremendo”.
Situaciones desoladoras
En estas tres semanas de trabajo conjunto del sacerdote y del psicólogo han vivido situaciones desoladoras: “Enterrar al marido y que la esposa esté confinada en casa y no pueda asistir, con quien llevaba 60 años; o esa abuela que estaba en la residencia, se cerró y no podían ir a verla, y un día te llaman y te dicen que ha fallecido, y ni la has visto, ni te has despedido, y la primera vez que la ves es cuando está en el coche fúnebre. Vemos todo tipo de casos”, describe Bermúdez.
Asimismo, han sido testigos de otras situaciones emotivas, “como una familia que el lunes enterró al padre, y el viernes, a su madre, que estaba muy mal en el hospital”. Este psicólogo advierte que se trata de situaciones “muy emotivas”, donde el sentimiento de despedida “es intenso”. Además, se producen otro tipo de reacciones, “como de injusticia, porque lo reciben la despedida de la gente que se merecen y es habitual, está bastante presente esa idea, y el afecto en esos momentos es fundamental”.
Un total de doce sacerdotes diocesanos se van rotando para acudir a cada entierro, y el psicólogo voluntario acude cada tarde. También se han dado casos de estar presentes en el entierro de una persona tan solo el sacerdote y el psicólogo, especialmente al principio de la pandemia.
También se dan casos de familias que no quieren oración en la despedida, “se respeta”, o quienes traen su propio pastor de otra confesión. Este psicólogo valora la entrada en escena del sacerdote, “porque el acto cobra una relevancia diferente, sin duda, donde yo mantengo un segundo plano, porque es el momento de la oración“. También destaca el trabajo en equipo, “y lo importante de que cualquier necesidad se vea cubierta”.