Marisa Beltrán es otra de las salmantinas que han conseguido superar el coronavirus. Acólita de la catedral y cofrade en las hermandades del Amor y de la Paz y del Cristo Yacente de la Agonía Redentora, habla con la Diócesis de Salamanca sobre sus complicaciones.
“Tengo una cierta edad, y asma crónica, por lo tanto, era una candidata firme a cogerlo y a que las cosas no salieran demasiado bien”, admite emocionada. Marisa Beltrán empezó con fiebre, en casa, y con estos síntomas lo primero fue llamar al centro de salud, “donde me dijeron que tomara paracetamol”, pero la fiebre seguía, “y después de unos días, empecé a respirar mal, y entonces, me fui a Urgencias”.
Una vez allí la diagnosticaron una neumonía bilateral, “y me dijeron que era positivo de la covid-19, y me dejaron ingresada”. Esta laica confía en que gracias a Dios puede decir que en ningún momento ha estado grave, “y como estoy ciertamente acostumbrada a episodios asmáticos, verme un poco sin respirar no me asusta demasiado”, admite.
Ingresada en el hospital
Sin embargo, admite que lo ha pasado mal y que le da "vergüenza decirlo" ya que estuvo ingresada diez días en un hospital mientras hay otras personas que "incluso está en la UCI, pelea por su vida, y también que la pierde”.
Sin embargo, Marisa cuando cierra los ojos, todavía ve la habitación del hospital, "la pared blanca enfrente de la cama, las taquillas marrones con la letra impresa, la C, donde solo había guardada la ropa que había llevado puesta”. También ve la ventana de la que fue su habitación, “pequeña, a mi izquierda, lejos, donde solo se veían otras ventanas, por la que de vez en cuando se colaba un rayito de sol”.
Y recuerdo rostros anónimos, “imposibles de identificar con las gafas, las mascarillas, los guantes, agobiados. Y veo manos enguantadas, que me sacan sangre, me ponen el termómetro, me limpian,… y oigo porrazos en la puerta de la gente que ha entrado a ayudarnos, y que para salir necesitan que les abran desde el pasillo”.
Marisa también recuerda haber sentido angustia, “mucha angustia, por no saber, no sé cómo está mi marido, con el que he convivido estrechamente hasta el día que me ingresaron, no sé si está contagiado, puede estar en la habitación de al lado y no lo sé, nadie me cuenta nada, siento también las náuseas cada vez que me traen la comida, no pude probarla, ni una sola vez”.
En su mente tiene los recuerdos de ese ingreso, muy presentes. “Siento el tirón del tubo de oxígeno que no me deja dar dos pasos, solo me puedo mover en tres baldosas para adelante y para detrás. De la cama al sillón y del sillón a la cama, no tengo nada que hacer, solo mirar la pared”.
Prudencia
Ella también habla de “la profunda soledad, el lento transcurrir de las horas, que pasan, por la pequeña ventana se ve cómo oscurece, pero los días no pasan, y estoy sola”. Marisa ahora está bien, “en casa mejor, recuperada, hago ejercicios respiratorios, paseo y puedo decir que lo he superado”, aunque le han dicho que no está libre de volverlo a coger, “no me han hecho prueba de anticuerpos, por lo tanto no lo sé”. Y confiesa que tiene un poco de miedo, “pero hay que vivir, hay que tomar esto con optimismo, seguir adelante, ahondar esta nueva normalidad que tenemos”.
Por ello, y ante el sentimiento de saber lo que es pasar por el virus, Marisa pide a la gente que se lo tomen en serio, “sobre todo para los que salen a la calle sin mascarilla, sin tomar precauciones, pensando que son bobadas, que a ellos no les va a tocar, que tengan cuidado, que a lo mejor es cierto que a ellos no les toca, pero si llevan el virus a su casa, puede que contagien a los que tiene alrededor, a los seres que más aman, e incluso, que se estén jugando su vida“.
Ella pide responsabilidad, “no es agradable ni cómodo llevar la mascarilla, ni guardar una distancia, somos seres sociables, nos gusta abrazarnos, besarnos, pero esperemos que esto pase, y mientras tanto, por el bien de cada uno, el de todos, seamos prudentes”, termina.