Dos cuernos, que llaman cuernitos por el lugar, vigilan el pueblo de Villarino de los Aires -apodado Puerta de los Arribes-, son el Cuernito de Arriba y el Cuernito de Abajo. Dos cerros culminados en un alto roquedal que vigilan en la cercanía el caserío. Llama la atención el de abajo, centinela del Duero y el Tormes, de los regatos y primo hermano del Teso de San Cristóbal. En su cima dispone de un espectacular mirador que otea los cuatro puntos cardinales con verticales fallas que encogen el alma.
Una de las mejores formas de apreciar la gran belleza natural del término municipal de Villarino es recorrer a pie sus senderos señalizados, viejos caminos que dirigen al visitante a los rincones más hermosos y salvajes de este territorio de frontera, como es el caso del Mirador del Cuernito. El viajero comienza en la Plaza Mayor, que vive una reforma sustancial, diáfana y empedrada -qué pena aquí la plaza de toros portátil, no sería de más buscar nueva ubicación para los festejos taurinos que, haberlo, haylo-. Por el camino de Ambasaguas camina hasta el sendero de La Pocita -antaño pozo de suicidios, alguna mujer allí acabó con su vida, ahora enrejada para evitar males mayores, porque es profunda, como las circunstancias que no se conocen de la vida misma-. Corre el regato con su música de rápidos y pequeños saltos. El camino, empedrado y virgen como lo conocieron los ancestros, aún guarda su identidad de paredones rectilíneos que sostienen a los bancales donde crecen inmensos robles y olivos centenarios.
El camino es agradable por su pequeño desnivel./ FALCAO
La senda es agradable por su pequeño desnivel, pero tiene curiosidad la ingente cantidad de líquenes y monte bajo que se han apoderado de cantidad de predios y cortinas donde crece salvaje el zumaque y el zarzal. En esta inmensidad del silencio se escucha el cantar de una abubilla. A la izquierda del sendero se erige la inmensa roca de El Cuernito, que se asienta en bancales rectilíneos donde crecen, casi olvidados, el almendro, el olivo y también alguna cepa. Un chozo bien conservado da cuenta de lo que estos terrenos de cultivo fueron antaño.
El viajero rodea el montículo para ascender por la zona más benevolente, cuando empieza a caer un chubasco que cala. A un lado y a otro del sendero quedan las huellas del hocico del jabalí que ha horadado en la tierra buscando raíces. Crecen solitarios lirios, también margaritas y retama florida. La humedad de la lluvia resalta el perfume a tomillo. Un pequeño campo de amapolas embellece el paisaje.
Una vez llegados a la cima del mirador, las vistas son espectaculares en los cuatro puntos cardinales. De no se sabe dónde llega el canto del cuco como traído por la brisa. Sí, ya canta el cuco, su trino matinal suena perdido en la lluviosa mañana. La vista del caserío de Villarino posiblemente sea la mejor y más completa. Cuidado con la parte más peligrosa, a la derecha, la que cae hacia El Brinzal, con la falla vertical de casi medio centenar de metros. En el horizonte saluda Portugal al otro lado del cañón del Duero, del que emergen fantasmales formas convertidas en niebla y lluvia. El Teso de San Cristóbal se yergue majestuoso en el horizonte, como atalaya de la identidad de un pueblo que lo tiene como santo al que venera en días señalados. También El Barco, donde el Duero forma una hoz, y el regato de Zarapayas, donde dicen que decían que las brujas hacían sus conjuros y aquelarres, y El Campillino donde la vid da sus frutos más exquisitos... Es lugar para el recogimiento, para pensar en la vida, para sentir la paz y felicidad que llegan con el canto del cuco.
Sí, ya canta el cuco, y qué bonito su cantar. El viajero siente el matinal canto en sus recuerdos de niñez. Pasea fantasmal entre las floridas veredas del camino. Añora, en la distancia, al jilguero y al pardal que saltan de una rama a otra. Son los buitres que anidan en El Cuernito y la raposa que huye ante la presencia del viajero. A ciencia cierta no sabe si el paraíso tuvo ubicación alguna, pero sí sabe que la naturaleza oteada desde el Mirador del Cuernito sí es el paraíso deseado. Todo nace o resurge con el canto del cuco, mas nadie ha logrado aún localizar su canto.