Los Arribes del Duero salmantinos ofrecen al visitante todo un conjunto de atractivos patrimoniales, culturales y naturales casi únicos en la geografía regional. Pero este territorio nos reserva una sorpresa única: una antigua línea de ferrocarril que lo recorre cual camino de hierro hasta el fronterizo muelle de Vega Terrón, junto al Duero, para continuar su camino hasta la ciudad de Oporto, ya en tierras portuguesas.
Un ferrocarril construido a finales del siglo XIX -1887-, y que salva la quebrada orografía de los Arribes del Duero de una forma que hoy se antoja épica. A propuesta del Centro de Iniciativas Turísticas de Lumbrales, de la mano del Ayuntamiento, cuyo autor fue Luis Alfonso Hortelano, por Real Decreto 1934/2000, de 24 de noviembre, fue declarada bien de interés cultural, con categoría de monumento, la línea férrea 'La Fuente de San Esteban-La Fregeneda'. Los últimos 17 km de su tramo español, desde la estación de La Fregeneda hasta la frontera, han sido adaptados como senda turística por la Diputación de Salamanca, denominada Camino de Hierro, permitiendo conocer desde dentro este recurso único a nivel nacional en lo que, sin duda, será un viaje inolvidable.
El tramo que une la estación de La Fregeneda con el muelle de Vega Terrón es tan solo una pequeña parte del total de 77 km con los que cuenta el ramal español de la denominada Línea del Duero, que nace en La Fuente de San Esteban, donde se une a la línea Valladolid-Salamanca-Fuentes de Oñoro, y conecta en la localidad fronteriza de Barca d’Alva con el tramo portugués que se dirige hacia Oporto, conocido como Tren del Duero. De este modo se conectaba esta importante ciudad portuguesa con Salamanca, y por extensión, con la línea que a Valladolid llegaba desde Francia.
Historia de la Línea
El tren La Fuente de San Esteban-Barca d'Alva antes de 1985, cuando fue cerrada la línea./ Archivo
La línea del Duero comenzó a construirse por el Estado portugués en 1873. Régua comenzó a ser servida por tren en julio de 1879, cuando España ya estaba preparando su 'segunda generación' de ferrocarriles de enlace internacional. El 30 de agosto de 1883, el ingeniero polaco Wessoluski, de la Compañía del Ferrocarril de Salamanca a la Frontera Portuguesa (SFP), subido al monte Pingallo, inauguró oficialmente a través del megáfono el comienzo de las obras en la línea de La Fregeneda. En ese momento, 1.480 barrenos explotaron para construir una sucesión de puentes y túneles en uno de los trazados ferroviarios más impresionantes que existen. Para este trayecto de La Fregeneda a Barca d'Alva se contempló la construcción de 20 túneles y 14 puentes. Entre las obras que se destacaron como más importantes sobresalían el viaducto metálico sobre el río Froya, de 140 metros; el túnel llamado de la carretera, de 1.440 metros, y el puente internacional sobre el río Águeda. Las obras obligaron a la concentración de grandes masas de trabajadores. En un pueblo como La Fregeneda, de poco más de 300 vecinos, vivieron hacinados más de 8.000 trabajadores.
Casi 20.000 personas fueron necesarias para construir la línea férrea La Fregeneda-Barca d'Alva, salvando así la frontera con Portugal, entre los años 1887 y 1985, en que fue finalmente cerrada por el Gobierno español alegando problemas económicos, así como también el tramo portugués enter Pocinho y la frontera, quedando solo el interesante trayecto turístico del Tren del Duero entre Pocinho y Porto. Esta magna obra de ingeniería civil decimonónica, hoy en desuso ferroviario, se ha convertido en una de las mayores atracciones turísticas de Salamanca con el recientemente inaugurado Camino de Hierro, que salva el desnivel existente entre los 483 metros de altitud de la última estación española, la de Valdenoguera en el término municipal de La Fregeneda y los 130 metros de la desembocadura del río Águeda en el Duero, en la parte final del tramo hispano.
Un paseo por el Camino de Hierro
Un paseo por el Camino de Hierro
El rocío en forma de escarcha, junto a la brisa gélida que baja de las cimas, amasan el furor del tímico sol esta mañana de fiesta comunera y pandemia. Los buitres aprovechan las corrientes de aire caliente para alzar su vuelo y planear sobre barrancos, fallas y paredones que dan lecho al mortecino cauce del Duero, y también del Águeda. El jilguero recibe al caminante con su eterna canción, cuando el grupo de senderistas llega a las ruinas de lo que un día, parece no muy lejano, fue un lugar de tránsito, verde y bello, otrora la estación de ferrocarril Valdenoguera de La Fregeneda. Nada más comenzar la ruta, entre zarzales y extintos sauces, un negro socavón engulle al camino. El caminante se introduce en sus entrañas con linternas que simulan estrellas relucientes en la oscuridad de la noche. En la húmeda techumbre de granito, un infinito número de murciélagos se funde en un solo gruñido, alzan el vuelo y revolotean como moscas zumbonas en la oscuridad.
Otra vez la luz, ciega el sol y huele a tomillo y romero, hierbabuena y senserina que impregnan el aire de una aroma fresco que asciende de las profundidades del cañón del Águeda que, aún bravío, rompe el silencio de la ladera. Un silbido lanza al aire melodías que transportan a antaño y, a su vez, cimbrean la penas ante la primera altura. Un abismal puente quita el aliento, miradas que conducen al infinito. Uno a uno, los caminantes cruzan el cañón sobre raíles que un día tuvieron vida y hoy languidecen el sueño de los tiempos. El calor, a más de diez grados sobre el alto de la meseta, se hace agobiante. Un alto en el camino para reponer fuerzas: encharcarse la cabeza humedecida por el sudor, beber agua -que no falte- y degustar una tableta de chocolate. Es el momento para observar la profundidad orográfica del cañón fluvial, para rememorar aquellos tiempos de labrantía y sudor en terruños colgados de la ladera situados a varios kilómetros del pueblo. Instante que explica la vida de los antepasados, como ese corral orondo -cual chivitera- levantado con piedras superpuestas, encajadas como un perfecto rompecabezas y que, con sabiduría popular- protegía del lobo, la raposa o el gato montés al rebaño de cabras y ovejas.
El grupo inicia nuevamente la marcha, junto a otros grupos con jóvenes y mayores, nacionales y extranjeros, todos a través de una ruta bella, insólita y que, ahora, con el Camino del Hierro se ha sacado del baúl carcomido de la abuela. Es importante, a pesar de todo el arreglo del trazado, de saber caminar por las traviesas, único camino, por la cantidad de cantos que jalonan el camino por las vías. El paisaje, según se avanza en el descenso es cada más bravío en la ladera española, que se ve interrumpido por otro barranco, otro puente y el suspiro acechante de los caminantes. La sucesión de túneles explica la orografía de la zona: inmensas moles de granito, fallas escarpadas, constantes y sonoros rápidos del río Águeda que se ven salpicado por alguna reluciente playa en la orilla portuguesa, y vegetación mediterránea.
Adecentamiento del Camino de Hierro para su disfrute
Cerca de mediodía, y según se acerca el Duero, la pendiente se hace más pronunciada. La vía, como una larga serpiente, se enrosca, agarra y serpentea la ladera hasta que, en el horizonte, aparece la boca oscura de otro túnel. Varios cientos de metros separan el paso de la vía de la profundidad por donde, en época de lluvias, corre un alterado arroyo. El vértido también se hace presente. La mirada clavada en el horizonte se recompensa con la majestuosidad rectilínea de los arcos granñiticos del viaducto. Una obra de ingeniería que desde las alturas permite una visión de acueducto roto, a saber por qué, con arcos y una espesa telaraña de hierro cuyas raíces cubren las exuberantes chumberas, escobas floridas, pequeños enebros y flores primaverales. El grupo avanza, como también la jornada.
La inmensa cola de caminantes se divisa en cada tramo. Una pareja, sentada en uno de los contenedores rocosos de la vía, descansa y medita con la mirada perdida en los confines donde se difuminan las distancias. Un sutil ruido, como un rayo que agita los arbustos, sobrecoge a los caminantes. Una raposa, que por aquí llaman también zorra, huye despavorida. Otra vez zarzas, hierbajos, tomillo, amapolas, margaritas, enebros enanos, escobas, robles, almendros, madroños y, pobre él, un sauce que no es más que un triste esqueleto negro. El Águeda detiene su fluir cuando se disuelve en el Duero, que ya no está tan lejos. Da gusto mirar al otro lado, las pendientes portuguesas, y observar el aprovechamiento de diversos cultivos de clima mediterráneo en las remozadas terrazas donde crecen olivos, cepas, almendros y naranjos.
El caminante deja atrás 20 túneles y 10 puentes, miedos transformados en vértigos, sudor y mucha belleza cuando el aroma campestre se transforma en un espeso vaho de asado con hierbas. La fatiga hace mella pero aún restas fuerzas para acercarse al Águeda y, en un recodo arenoso, sumergir los pies en agua gélida para pensar que el viaje por estos confines merece la pena.
A tener en cuenta
Con el objetivo de garantizar el correcto funcionamiento de esta ruta que se inicia en la antigua estación de tren de La Fregeneda, la Diputación de Salamanca ha establecido un acceso regulado al Camino a través de la venta de entradas para su realización, que pueden adquirirse en la web www.caminodehierro.es al precio de 5€ (entrada normal); 4€ (reducida, para estudiantes, jubilados, familia numerosa, grupos escolares) y 2,50€ para vecinos de los municipios por los que discurre la vía. Asímismo, está prevista la realización de grupos con/sin intérprete, de 25 a 50 personas, si bien por la situación actual de la pandemia, el Camino solo puede hacer en grupos máximos de 6 personas.
El precio de la entrada, además de un seguro, y algún obsequio como linterna para iluminar el recorrido por los túneles, incluye disponer de un servicio de transporte lanzadera al finalizar el camino en el Puerto de Vega de Terrón para trasladar al visitante al inicio donde dejó el vehículo. Igualmente, dada la singularidad del recorrido como los túneles -algunos de 1,5 km- o los puentes y su altura, el Camino está recomendado a partir de niños mayores de 8 años.
Sin lugar a dudas, el Camino de Hierro se ha convertido en una propuesta diferente, atrevida, una experiencia de contrastes de luces, perspectivas y sensaciones. En definitiva, un viaje de piedra, hierro y agua.
Puente 9 en una vista aérea de Camino de Hierro