Su chispeante acento andaluz, sus elocuentes dichos, su capacidad para comunicarse con cualquiera, su corajuda entrega, a la hora de agarrarse al timón, por bravas que fueran las aguas, su propensión a soñar y soñar, buscando realidad para sus sueños; se apagaron en María Fernanda hace más de una década. Su figura física, ya sin latidos, descansa desde el pasado martes en el camposanto de Casillas de Flores. La sobria belleza de los robles de la raya de Portugal, será testigo de su descanso para siempre.
María Fernanda Arrayás Martín, nació en Moguer (Huelva), a mediados de década, en los años veinte del pasado siglo. Le oí comentar de la buena relación de su familia con Juan Ramón Jiménez; mantuvo en su memoria, mientras le duró, el muñeco que le trajo desde Puerto Rico unas navidades, y que su madre le dio al cura para que lo pusiera de Niño Jesús en la iglesia.
Los cuatro años en la congregación religiosa de las hermanas de la Cruz, en Sevilla, despertó en ella la pasión por los enfermos y menesterosos; de la misma manera cuidó a enfermos indigentes, que a miembros de la muy renombrada familia ganadera Guardiola Domínguez, en situaciones de enfermedad.
Lo vivido en su juventud, lo prolongó durante toda su vida, pero de forma más clara en su obra de Casillas de Flores, rincón de Europa desde donde muchas personas marchaban -a Francia, de forma predominante-buscando mejor fortuna. Paradójicamente María Fernanda llegó desde Francia con la intención entregar su esfuerzo, su experiencia, su ilusión por ayudar a desamparados, su interés por facilitar la reinserción al que había perdido el camino y su pasión por cultivar la auténtica espiritualidad en experiencia compartida.
Todo fue tomando forma, a lo largo de años, sus sueños se fueron haciendo realidad, a veces no en los términos que ella imaginó; pero fue cristalizando el hacer el bien, bien hecho, el paliar dolores, y el quitar males de cuerpo y de alma. A la hora de su muerte, podemos decir que con la obra material, que ella y su equipo lograron levantar, ha quedado su impronta de esfuerzo, entrega, dedicación y una indiscutible pasión Dios, que se autentifica en una entrega inquebrantable, por las personas, sobre todo los más vulnerables.
Un talante, el de María Fernanda que llenó de luz todos los espacios por los que pasó. Por eso, la gran cantidad de personas, que la conocimos, nos sentimos agradecidos por dejarnos su luz. Gracias María Fernanda.
P. Antonio Risueño