En 1891, Miguel de Unamuno llegó a Salamanca para asumir la Cátedra de Griego en la Universidad donde acabaría siendo rector. Desde bien pronto, el filósofo demostró su afición por las excursiones y recorrió la provincia a pie y en caballerías. Su primera visita a La Alberca no tardó en llegar, se produjo en 1892, y el 8 de agosto de 1900 publicó el artículo ‘Brianzuelo de la Sierra’ en la revista ‘La Ilustración Española y Americana’, un escrito que ahora acaba de recuperar la editorial Reino de Cordelia (7,50 euros) dentro de su colección Paladares de Cordelia, con epílogo de Antonio Sánchez Puerto, que reconstruye el paso por La Alberca del gran escritor de la Generación del 98, según una información de Ical.
“No sé qué me daba el que las pisadas de nuestras mulas resonasen en el silencio del pueblecillo, turbando su quietud. Me parecía sagrado el sueño de aquellos lugareños, porque era un sueño merecido y bien ganado”, escribe el autor de ‘Niebla’ en el inicio de ‘Brianzuelo de la Sierra’, el nombre inventado que imaginó para rebautizar La Alberca en su ficción.
“Sabes que me gustaría quedarme aquí, y sentarme como ellos así, en el umbral de la casa, a ver pasar los perros, e ir un rato a la fuente a ver las mozas, y después de haberme dejado empapar de esta vida difusa, lenta, consuetudinaria, escribir una Historia universal de Brianzuelo de la Sierra. (…) Cada uno de esos hombres que está ahí sentado es un universo”, relata en el texto.
Según detalla Sánchez Puerto en su epílogo, al llegar a Salamanca Unamuno “quiere conocer la provincia y se siente atraído por los pueblos de la Sierra de Francia, el valle de las Batuecas y por la Peña de Francia; sentirá una especial predilección por el pueblo de La Alberca, que será el que más cite en sus escritos y también el lugar de la intrahistoria al que llama en su relato con nombre ficticio: Brianzuelo de la Sierra”.
Sánchez Puerto desgrana cómo el escritor “siente verdadera pasión por los viajes, que serán una constante en su vida, siempre con algún grupo de amigos íntimos, siempre mostrando verdadero interés por conocer las costumbres, el léxico, las tradiciones, la gente”. Además recalca que visitó la Sierra de Francia y las Hurdes por razón de su cargo de rector, como responsable del distrito universitario salmantino, que abarcaba Salamanca, Ávila, Cáceres y Zamora.
'Andanzas y visiones españolas'
En ‘Andanzas y visiones españolas’ (1922), Unamuno describía así La Alberca: “Otra vez, a la derecha, aquí, cerca, asomando tras esa loma, los tejados de La Alberca, a que domina la torre de la iglesia. Estos pueblos que se pueden abarcar así desde lo alto, en una ojeada, y que se diría cabe cogerlos en un puño. Y allí dentro es todo un mundo”.
“Y cerrando los ojos veo las negras calles de La Alberca, los balconajes de madera, los alteros voladizos de sus casas, las mujeres sentadas en el umbral de las puertas y los niños jugando en la calle, y allí, en la fuente, una moza llenando el cántaro. Y corre la vida, como el agua de un arroyo que baja de la cumbre entre guijarrales. Y a las veces, el agua se enturbia, y otras, como en este verano, casi se extingue por la sequía. Robustos castaños ciñen a La Alberca. Y los hombres miran al cielo, por si llueve sobre la tierra”, proseguía.
Nacido en Bilbao en 1864 y fallecido en 1936 en Salamanca, Unamuno cultivó la novela, el ensayo, el teatro y la poesía. Rector de la Universidad de Salamanca, también fue diputado de las Cortes constituyentes de la Segunda República, de la que se fue distanciando hasta el punto de secundar la sublevación militar que dio inicio a la Guerra Civil. Acabó retractándose de ese apoyo en un acto público que aceleraría su muerte. Entre su obra destacan títulos como ‘Amor y pedagogía’ (1902), ‘Niebla’ (1914), ‘La tía Tula’ (1921) y ‘San Manuel Bueno, mártir’ (1930).