Cuentan las lenguas que Santa Teresa de Jesús destinó un futuro negro a la Iglesia de San Miguel Arcángel, en la localidad salmantina de Peñaranda de Bracamonte. Tras su paso por la villa fue rechazada en el convento de las Madres Carmelitas y la gente del pueblo le negó el alimento, por lo que pronosticó tres incendios en la parroquia de la localidad. Ya sea maldición o un simple rumor que se ha mantenido a lo largo de los años, tras ello, la historia ha acompañado al templo, que ha sido presa de las llamas en dos ocasiones, además de sufrir los efectos del estallido de un polvorín, en 1939, y el terremoto de Lisboa, en 1755. El último fuego, y más devastador, tuvo lugar en la noche del 7 al 8 de junio de 1971, cuando un cortocircuito arrasó por completo la iglesia, salvándose únicamente la capilla del altar mayor y dejando en pie una estructura con grandes muros de hormigón y granito.
Los habitantes de la localidad se volcaron de lleno en la reconstrucción de la parroquia, de la que ya no quedan atisbos de lo que fue. Las llamas terminaron con el coro, el órgano, la sillería de madera y hasta con las propias capillas, además de cuadros y tallas que se encontraban en su interior. Pero el elemento que más recuerdan los vecinos que conocieron el antiguo templo es el retablo central, obra de Esteban de Rueda y Sebastián Ducete datada en el siglo XVIII. Desde entonces, sus paredes vestían vacías, con un gris predominante entre columnas inclinadas. Han sido varias las ideas que se barajaron, pero ahora, a punto de cumplirse 51 años desde el incendio, el altar ha vuelto a vestirse gracias a la propuesta iconográfica de un artista vecino de la ciudad, Alejandro Mesonero.
“Yo estaba en la mili en Matacán y vi pasar los coches de bomberos que iban para la iglesia. Y desde el día después yo ya pensé que algún día tenía que hacer algo de aquí”, relata el artista, que comenzó a trazar unos bocetos hace 50 años que hoy se han convertido en un retablo moderno del siglo XXI. Tras varios proyectos, que en un principio estaban pensados para los muros laterales, reuniones con el Obispado e idas y venidas, en 2015 la idea se plasmó en el programa electoral del grupo municipal del PSOE y, desde entonces, el trabajo no paró.
Alejandro Mesonero, quien acaba de presentar su obra, relata que una de las características más emotivas de este retablo es que también lo ha pagado el pueblo de Peñaranda. Con una financiación de 160.000 euros por parte del Ayuntamiento, que ha contado con donaciones y recaudaciones de comidas populares para que la obra pudiera hacerse realidad, el montaje ha corrido a cargo de la parroquia, que ha solventado gracias a más donativos y a sus fondos propios.
Un retablo del siglo XXI
La propuesta, que ya vuelve a vestir el templo, ha tenido tanto apoyos como detractores, motivados principalmente por el recuerdo hacia el retablo anterior. Aun así, el pintor se muestra agradecido por la gran acogida que ha tenido la obra cuando tan solo han pasado dos semanas desde su montaje. Además, el proyecto huye del concepto clásico de retablo, formado por columnas, hornacinas y tallas o pinturas de santos incrustadas. “Es lo que el común de la gente entiende como retablo. Si tiene mucho dorado, precioso. Y yo de eso quería huir”, señala Mesonero, quien ha creado un mural pintado al fresco cuatro siglos después, con la esencia del anterior, pero desnudo de toda ornamentación.
La estructura es similar a la del antiguo retablo: siete calles y cuatro pisos. Un total de 16 oleos sobre lienzo que “flotan” sobre los muros. “Yo no quería que los cuadros estuvieran pegados a la pared por una razón práctica, ya que algún día puede haber humedades”. A la lógica se unió la creatividad, y de ello surgió esta idea de que las obras estuvieran “como flotando en el aire”. El hijo del artista, Quique Mesonero, fue el encargado de crear la estructura para colocar los cuadros, con la finalidad de integrarlos visualmente dentro de la parroquia. Una idea original, de la que se muestra orgulloso, y tienen previsto patentar. Cada cuadro lleva por detrás 80 piezas de aluminio y acero que forman un soporte que crea este efecto. Aun así, han conformado una obra ligera, cuyo lienzo, marco y estructura pesa tan solo 15 kilogramos.
El significado de la obra
El nuevo conjunto iconográfico de la iglesia de San Miguel Arcángel representa la misma temática que su predecesor destruido preso de las llamas: un apostolario. “Yo quería que recordara al otro”, cuenta Mesonero, haciendo referencia a que tenía cuatro estampas, bajo relieves. Dos de ellos, que se encontraban en los apócrifos, no los ha realizado debido a que eran propios del Concilio de Trento. Además, el artista ha añadido dos estampas más a los apóstoles, que están caracterizados con muchas simbologías. Así, completan el conjunto una encarnación y una epifanía.
“En la central he querido hacer algo a base de desnudarlo de toda parafernalia”, narra el pintor, quien detalla también que el conjunto se ha amoldado a la talla del cristo crucificado, que permanece en el centro del altar, pero que han tenido que acortar para adecuarlo a las nuevas dimensiones. “He conseguido inculcar la idea de altar, sagrario, cristo crucificado, resucitado y espíritu santo. Que, en definitiva, eso es la fe católica”, apunta.
Además, describe la obra como un punto de interés más allá de la propia religión. Por ello, la ubica en cuatro públicos diferentes. Por un lado, “los creyentes, para que tengan su catequesis”. Para los no creyentes, que lleguen a Peñaranda de Bracamonte a contemplar una obra de arte, además de ser un atractivo, por una parte, cultural, y por otra, para turistas y curiosos.
Gracias a esta obra, el color es ahora el protagonista en un templo en el que durante cinco décadas ha predominado un frío gris. En estos 16 lienzos hay quien asemeja los rostros entre sí, y sacan cierto parecido al artista. “Los pintores siempre nos retratamos porque es inevitable, porque yo me pongo en un espejo para ver el gesto, y muchas veces sin querer te autorretratas. Igual que cuando pinto mujeres dicen que pinto a mi mujer, pero es la persona femenina con la que más tiempo paso”, explica ante esta curiosidad. Aun así, admite que no había otra opción que realizar rostros parecidos entre sí, ya que, tras profundizar en la temática, concluyó que Nazaret era un pueblo de 300 habitantes en el que había mucha consanguinidad, y en el retablo aparecen representados dos primos carnales de sangre de Jesús, y parejas de hermanos, como los apóstoles Andrés y Pedro o Juan y Santiago.
Con todo ello, la obra de Alejandro Mesonero cuelga suspendida de los muros de una iglesia que ha sufrido oscuros periodos a lo largo de la historia y que, poco a poco, ha ido recuperando el esplendor que la caracterizaba. Sus columnas torcidas, debido a los efectos del terremoto de Lisboa, ya son una seña característica en un templo en el que el hormigón y el granito están dando paso a otras tonalidades que adornan su altar mayor en clave de un arte que ha dejado atrás el barroco del siglo XVII para apostar por un retablo diferente pero repleto de la misma esencia.