Cuando María terminó sus estudios en Ciencias Ambientales no se imaginaba que su primer contacto laboral en su campo sería en el ayuntamiento de un pueblo. Al igual que Alberto, quien, tras graduarse en Bellas Artes, cogió cuatro pinceles para dejar su huella en una pequeña localidad de menos de 200 habitantes. Las oportunidades laborales para los jóvenes sin experiencia se esconden debajo de las piedras, pero fuera del asfalto y a pie de campo, aparecen lanzaderas que impulsan el primer contacto de los recién graduados en el entorno laboral.
María Vicente fue una de esas jóvenes egresadas de la Universidad de Salamanca que decidió salir de las barreras de la capital del Tormes para poder ayudar con su conocimiento a los vecinos de Villares de la Reina. A un puñado de kilómetros que pueden contarse con los dedos de una mano de la capital charra, la vida de la joven, natural de Béjar, dio un giro que le permitió meterse de lleno en lo que tanto ansiaba: el primer trabajo relacionado con sus estudios, cinco años después de terminar la carrera.
“Enfrentarte al mundo laboral con 29 años y sin experiencia te cierra un montón de puertas”, afirma María en declaraciones a Ical, consciente de que no es mayor y sabedora que, ante la posibilidad de conseguir un trabajo, lo que más cuenta es la trayectoria previa. Después de terminar su carrera en el año 2015, en Salamanca solo encontró trabajo en los sectores de hostelería, telecomunicaciones y comercio, y la fortuna no la acompañó en las entrevistas relacionadas con sus estudios que realizó en otras provincias. Pero el pasado año apostó por probar suerte en el Plan de Empleo Juvenil Universitario de la Diputación de Salamanca, que le aseguró un puesto de trabajo gracias a estas prácticas laborales en su campo durante dos años.
“Yo reconozco que haber trabajado en otros sitios que no han sido de mi carrera me ha llevado más a valorar un trabajo en mi campo”, señala desde su despacho en el Ayuntamiento de Villares de la Reina. Ahora, se dedica a transmitir sus conocimientos de educación ambiental con los habitantes de la localidad. Con ellos lleva a cabo una labor didáctica que va más allá de comprender el tema del reciclaje, sino que les ayuda a entender todo lo que implica el medio ambiente. Incluso en los casos más prácticos, como el de los huertos urbanos ecológicos de la localidad, donde imparte clases y talleres para aconsejar a quienes cultivan en estos terrenos municipales.
A menos de 20 kilómetros, Alberto desarrolla su trabajo en los muros de Forfoleda. El artista de 30 años, graduado en Bellas Artes, es otro de los ejemplos de los egresados de la Usal que se han acogido al programa. En su caso, se dedica a dar color a las paredes del municipio para renovar, a partir de estas pinturas murales, la cara de la localidad. “Yo acabé aquí porque consideraba que era una oportunidad buena, porque dejar una huella en un pueblecito tan pequeño puede tener repercusión y porque, según como está el nivel laboral y las oportunidades, no puedes rechazar algo que venga de la Diputación de Salamanca”.
El joven, natural de la localidad abulense de Arévalo, ha entrado a formar parte de este proyecto que considera que nace fruto de iniciativas como las de los pueblos de la Sierra de Francia o el barrio del Oeste en Salamanca. Ideas que estos pueblos han mamado para intentar atraer más turismo y mantenerse con vida.
Pero el trabajo, al igual que la zona, también es diferente. “El cambio es brutal porque te forman para ser profesional y para entrar dentro de un mercado y de una industria del arte. Entrar aquí significa volver a lo rural, a trabajar con cuatro pinceles en vez de con 80 brochas. Es un cambio brusco de mentalidad, de con lo que tengo, hacer lo que haya”, explica el artista, quien ya ha renovado todas las paredes coloridas de la plaza que atraen la mirada del forastero según pisa en Forfoleda.
Trabajar en la administración pública
Retener talento, dar empleo y ofrecer servicios en ayuntamientos del medio rural que necesitan apoyos de personal para servir al ciudadano son los principales objetivos de este programa, según su impulsor, el diputado de Empleo y Desarrollo Rural, Antonio Labrador. “Lo que estamos viendo es que ofreciendo oportunidades y que las experimenten, supone que conozcan qué quieren ser en el futuro. Ven que no solo existe la ciudad y que existe el municipio, y que hay salidas laborales en puestos de trabajo muy bien valorados”, explica el diputado sobre el programa por el cual desde la Diputación provincial se han destinado casi 600.000 euros para cada una de las dos ediciones que lleva funcionando.
Para María, trabajar en la administración pública es una “lanzadera que te puede abrir puertas a un futuro”. Además, aunque reconoce la falta de apoyo de un técnico de su rama en el Ayuntamiento de Villares, afirma que desde el Consistorio le han dado facilidades y subvencionado formación para poder ampliar sus conocimientos.
En el caso de Alberto, señala que es un proyecto muy puntual porque las edificaciones municipales del pueblo se agotan, pero aun con ello, ha abierto las puertas al Consistorio de Forfoleda para llevar a cabo acciones de marketing que puedan impulsar el turismo en el pueblo. Pero, a la hora de desarrollar su faceta artística, también muestra que la barrera del artista-pintor-creador, al haberle marcado las pautas, se acerca más a lo segundo que a lo primero. “Ya tienen la idea muy preconcebida, ya saben qué es lo que quieren y en qué tiempo”, aunque presume de tener mucha libertad a la hora de trabajar. “Para un chico que empiece con 24 años es una oportunidad que está muy bien. Nos apuntamos todos”, señala, admitiendo que es una lanzadera para crear contactos, muy necesarios en el mundo de la cultura.
Contacto con la gente
En Forfoleda, Alberto es el forastero. El pintor. El que aglutina las miradas de los vecinos y al que calaron del todo desde el primer día. Pero afirma que, aunque le hayan 'fichado' el coche y las horas en las que trabaja, se siente integrado por los paisanos que ven cada día cómo los muros de su pueblo se tornan en colores. El artista ve este proyecto como una oportunidad para dar un impulso al pueblo, pero explica que si todas las localidades de los alrededores hacen lo mismo, existen dos opciones: o diferenciarse o agrupar el rumbo en un mismo sentido y crear una comunidad similar a la que tienen los pueblos de la Sierra de Francia.
“Siempre viene el típico ciclista que va con la réflex, tiene un blog y va de pueblo en pueblo. Vienes aquí, comes en el bar, te das una vuelta… Ese es el cometido”, señala Alberto, quien espera dejar huella con sus pinturas y que puedan ayudar aún más a incrementar el turismo “en este tipo de pueblos que están a un punto de la desaparición”.
“La gente de los huertos me quiere mucho”, afirma María, que presume de tener buena relación con la gente de Villares de la Reina. “Ya no solamente hablamos del tema de los huertos, me cuentan de todo, trucos que hacen… Y lo que es agradable de ver es que tu trabajo sirva para algo”, relata, orgullosa de saber que confían en ella y en sus conocimientos. Algo que, explica, en las ciudades no cree que se perciba de la misma manera.
Junto a María y Alberto, más de un centenar de egresados de la Usal se reparten por los pueblos de la provincia, logrando así su primera oportunidad laboral. Eso sí, lejos del asfalto y del ajetreo, descubriendo que en las zonas rurales aún queda mucho por hacer y conociendo otra manera de desarrollarse tanto personal como profesionalmente.