Salamanca, hace 2.700 años, un pequeño asentamiento se levanta sobre el cerro de San Vicente en la ciudad charra. Son, hasta la fecha, los vestigios más antiguos que se conocen de las primeras señales de vida humana en la zona. En definitiva, los primeros pobladores de Salamanca.
Una pequeña aldea que guarda una especial singularidad. En contra de lo que se creía y a pesar de encontrarse en la meseta norte de la península ibérica, se han encontrado restos que constatan influencia fenicia más allá de los lazos comerciales, es decir, hubo una mezcla cultural. Esto no sería de extrañar si no fuera porque era algo más típico de la zona del mediterráneo oriental y costa levantina.
Las investigaciones arqueológicas, dirigidas por la arqueóloga autónoma Cristina Alario, el arqueólogo municipal del Ayuntamiento de Salamanca Carlos Macarro, y los profesores de Prehistoria de la USAL Juan Jesús Padilla y Antonio Blanco, han permitido conocer mucho más de los pobladores que dieron vida al cerro de San Vicente.
Los primeros descubrimientos arqueológicos en este cerro datan de los años 50 de este pasado siglo, cuando se levantó una construcción de la Universidad Pontificia de Salamanca y se recogieron algunos restos que acabaron en las manos del catedrático de Prehistoria de la USAL Juan Maluquer, que fue la primera persona que habló del yacimiento de la Edad de Hierro.
Sin embargo, no fue hasta los años 90 cuando se pudo concretar más y conocer a qué periodo y a qué cultura pertenecía aquella población. “Desde entonces y hasta la actualidad ha habido numerosas campañas de excavación. A partir del 2000 ha habido campañas prácticamente todos los años”, señala Cristina Alario en declaraciones a EL ESPAÑOL – Noticias de Castilla y León.
Hasta hace tres o cuatro años los únicos restos que allí se habían encontrado eran de “ámbitos más domésticos”, como casas, silos, graneros… en definitiva, “las construcciones que usaban en la vida cotidiana”. Sin embargo, en los últimos años a raíz de la aparición de una serie de materiales de “procedencias foráneas” y tras analizar con el equipo de investigación de la USAL las estructuras, creen haber encontrado “un espacio no solo doméstico”. “Por un lado está el poblado normal, los elementos de la vida cotidiana, y este año lo que tenemos es una serie de construcciones que forman parte del santuario que tiene que ver con actividades rituales”, explica la arqueóloga.
Juan Jesús Padilla asevera que esas relaciones “extrapeninsulares” demuestran que esta sociedad estaba “mucho más conectada” de lo que se pensaba. “Tradicionalmente las sociedades de la primera Edad del Hierro parecían sociedades aisladas, muy endógenas y que solo tenían contacto con grupos vecinales y regionales. Esos elementos de prestigio que procedían de otra geografía como el mediterráneo oriental eran cosas puntuales que en un momento dado se adquirían a través de un regalo o una tenencia porque te consideraban una persona importante. En este caso estamos viendo que las relaciones eran mucho más intensas y que estos contactos traspasaban más allá de lo puramente doméstico y comercial, sino que también las creencias, creencias que podrían proceder del mediterráneo oriental y que se mezclaban con las que había aquí”, puntualiza el profesor de la USAL.
Uno de esos restos que aparecieron durante la campaña de excavación del año pasado fue el de un amuleto de culto a la diosa Hathor. “Sabemos que este tipo de objetos se hacían desde hace 3.500 años. Se produciría en Egipto y luego a partir de contactos y comercio lo trajeron los fenicios a la península, hasta que 2.700 años después lo hemos encontrado en el cerro de San Vicente”, matiza Juan Jesús Padilla.
Otra de las señales que demuestran esas relaciones es la casa de “reuniones”. “Cumple una serie de patrones arquitectónicos que no son los más habituales. Luego también tiene dos bancos. Uno de ellos podría cumplir las funciones para sentarse, pero el otro tiene una forma y características muy singulares”, aclara el profesor.
Este segundo banco tiene unas dimensiones “muy grandes”, y creen que podría haber servido como “vasar”, ya que hay una “impronta de recipientes que, a causa de la acción del fuego, porque la casa fue quemada, han dejado una especie de negativo de la base del recipiente que estaba expuesto allí y que se llevaron tras el incendio”. “También hemos encontrado pintura mural. Son elementos decorativos que pueden estar mezclados con creencias del mediterráneo oriental”, explica Padilla.
Este año la campaña de excavaciones llevada a cabo durante este pasado mes de agosto se ha centrado en la parte visitable, lugar en el que se encuentra unos edificios un “poco extraños”. “No teníamos claro que lo que estábamos excavando fuera una zona estrictamente doméstica. En la antigüedad no se podía dividir lo público y lo privado, estaba todo un poco mezclado. Lo que hemos encontrado es una zona donde seguramente se celebraban comidas colectivas, se hacían parrillas y fuegos en estructuras muy grandes de cocción. Sabemos que han estado preparando alimentos a una escala masiva porque salen molinos de mano por todas partes, vajilla de consumo individual especial pintada con tonos muy vistosos, vajilla fenicia que viene de la zona de la costa y muchas imitaciones”, retrata Antonio Blanco a este periódico.
Otro de los objetivos que se han cumplido ha sido el de llegar al terreno natural, para conocer “la potencia de esta zona”. “Hemos hecho dos sondeos, uno debajo del edificio tres, que es este edificio que pensamos que puede tener relación con actividades litúrgicas y uno por fuera. En ambos hemos llegado a terreno natural e indica que ese espacio se ha usado de la misma manera durante siglos”, aclara Cristina Alario.
Y es que lo “especial” de todo esto es que se celebraba “una especie de romería”, pero hace 2.700 años. “Es una construcción singular, que no se parece al resto de construcciones que se han encontrado. Está dividido en tres partes. Está la entrada y te va llevando hacia zonas más ocultas en las que no les da el sol y que podrían estar conectadas con una divinidad o un espacio en el que se daba culto a una imagen o elemento. En definitiva, una especie de capillita que sería el eje central que marcaría esa reunión, esa fiesta”, sentencia Juan Jesús Padilla.