Anclado en el imaginario de las gentes, el toro bravo ha sido y es una constante en la vida de los pueblos salmantinos. Unas veces como mito, otras como expresión de fuerza y virilidad, su imagen recorre cercados, caminos, calles o plazas en este tiempo de estío.

Encierros, capeas, corridas o variados ritos ancestrales se dan cita en la mayoría de los municipios para coincidir con sus fiestas de verano, si antaño en honor de alguna Virgen o Santo para 'dar gracias' por los frutos recolectados, hogaño como atracción turística y diversión para el local y para el forastero. Llegan los 'sanjuanes', también entra julio y como colofón festivo el mes de agosto, que tiene su epílogo en la Virgen de septiembre, allá por el 8, y en la Santa Cruz, el 14. Llega el toro y la fiesta.

Llega el verano y de la mano también la cantidad y variedad de fiestas que conforman el estío y su calendario festivo, y el deseo del viajero de adentrarse en paisajes bravíos y en la misma esencia del pueblo, sus tradiciones. Viene el calor y trae de la mano la fiesta del pueblo.

Encierro tradicional por las calles de Villarino de los Aires, es San Roque L. Falcão

El viajero escucha, a lo lejos, el sonido de la gaita y el tamboril que abren el cortejo de las viejas tradiciones, del recuerdo por aquellas que ya no están y por estas otras que siguen entre nosotros, que se transfiguran en fuego, luz, música, color y las calles son tomadas por cabezudos, carrozas, danzantes, procesiones y el toro, al que se corre, torea o en soga en variados y multitudinarios encierros, capeas y corridas.

El recorrido por La Raya con Portugal se lo irá marcando al viajero el fluir del tiempo, el calendario y el santoral, que se inicia en Hinojosa de Duero con San Juan donde se corren novillos a caballo y también capeas. Para continuar en Sobradillo por Santiago, con una cabalgata al 'prao del toro', que también se da en otros pueblos del Abadengo, y los encierros y capeas. Es que julio, en la provincia de Salamanca, es poco dado a la fiesta. Y todo tiene su explicación. Antaño, era el mes de la recolección de los frutos y la mies, era cuando la trilla, y las gentes esperaban a finalizar sus labores de campo para celebrar sus fiestas, como rito sagrado dando gracias por los frutos recogidos.

Pero es agosto, cuando las labores de recolección han finalizado, cuando el hombre del campo quiere agradecer las buenas cosechas, el que invita al viajero a recorrer la geografía salmantina de frontera, tanto húmeda como seca, para vivir mezclado con los habitantes de los pueblos, a disfrutar de sus actos festivos amparados en santos y vírgenes.

Encierro a caballo en Gallegos de Argañán L. Falcão

De por medio quedan los encierros, esa carrera vertiginosa a punta de pitón. Aunque algunos han perdido el origen y los toros corren por el asfalto desde que salen de corrales y son enchiquerados, aún existe motivo para la visita y la probadilla, al avanzar a pierna suelta por angostas calles de recias paredes de granito y marcando el camino el sonido de la campana 'torera', que invade el aire con el ritmo del peligro.

Encierro en El Bodón L. Falcão

De esta guisa, San Lorenzo recibe al viajero en Saucelle con la escogida y separación de vaquillas por los mozos en la mañana, que corren por las calles en un alarde de valentía y emoción. También le dan la bienvenida por estas fechas los encierros de Ituero de Azaba, El Bodón (que serán a caballo), Puebla de Azaba y los también encierros a caballo de Casillas de Flores.

Pero será San Roque (16 de agosto) en Villarino de los Aires quien abra el portón de los encierros populares con novillos en las mañanas calurosas de agosto. Antes de que explote la bomba para anunciar que salen los toros, los mozos y demás corredores se encomiendan al Santo con sus cánticos, donde el viajero encuentra reminiscencias navarras.



El reloj del Ayuntamiento, convertido en campana torera como también ocurrirá en el pueblo vecino de Aldeadávila, anuncia que el tropel de toros y corredores desciende la calle Cumbre –calles estrechas, antañonas y floreadas– hasta la plaza Mayor, convertida en coso taurino portátil. Es la lucha entre el hombre y la bestia, entre el valor y la bravura. Pero también tiene aliciente para el viajero escuchar las muchas canciones toreras, como la jota 'La Coronela', con deje localista en un alarde de tipismo que no se pierde.

Encierro en Lumbrales L. Falcão

De Arribes hasta Abadengo, el viajero se detiene en Lumbrales, sobre el 20 de agosto, porque le llama la atención La Mariseca que ondea en la torre del reloj de la plaza Mayor desde el 15 del mismo mes, para anunciarle que aquí sí hay toros, y de los buenos. La fiesta taurina en Lumbrales se pierde en el túnel del tiempo, pero aún quedan reminiscencias que interesan conocer, como la 'jira' al prado del toro. Las jaranas nocturnas de las peñas dan paso a los encierros, que se inician cuando las gentes suben y bajan la calle de La Fandanga, hasta que suena el grito ¡que vienen! ¡que vienen! Son las once. Los corredores escuchan la campana de la torre del reloj que les avisa de que ya asoman los toros arropados por los caballos. Al entrar en el pueblo, los caballistas azuzan la manada con sus garrochas y el éxtasis se acrecienta en la loca carrera delante de los novillos



Por estos días, Vilvestre también se une a la algarabía de toros y fiesta, y espera al viajero en su camino torero con sus encierros y sus corridas.

Pero desplazándose más el Sur, hacia los confines de la Sierra de Gata, Fuenteguinaldo lo recibe con unos festejos taurinos que guardan completa la esencia del pasado, de la tradición y la cultura que llega de su mano. Los encierros de Fuenteguinaldo, según el boca a boca, se remontan al siglo XV. Lugar donde la afición taurina se hace notar como en pocas partes. Es la afición que viene desde antiguo por la relación de la zona con la cría de bravo y por la destreza de los guinaldeses para el manejo del caballo. Para refrendar con hechos esta ósmosis, se organiza, el fin de semana anterior al 25 de agosto, una serie de encierros y desencierros a caballo, en los que se conducen desde campo abierto los toros hasta la plaza.

Los encierros a caballo de este municipio se convierten en amplio y vistoso compendio de actos que los envuelven: encierro a caballo, prueba y desencierro matinal y la posterior suelta de cinco novillos de capea para lidiarlos al estilo tradicional, donde prima la destreza, el arrojo y la verdad.

Encierro de Aldeadávila de la Ribera L. Falcão

El viajero vuelve atrás en la distancia hacia Arribes para acaecer en Aldeadávila de la Ribera, donde viven las Fiestas del Toro, como honra a San Bartolo, que se abren con el desenjaule en el 'prao de Rocoso'. Pero en Aldeadávila destacan sus encierros a caballo, seguidos por millares de aficionados –corredores y espectadores–. Desde el 'prao', la manada de toros avanza arropada por los caballos y seguida a cierta distancia por expertos sorteando con su silencio el camino.

Cuando las campanas de la iglesia comienzan a repicar, avisan de que los toros enfilan la cuesta que finaliza en San Marcos. A partir de ese momento, una muchedumbre emprende la carrera hasta la plaza de toros, montada en un marco de granito y arquitectura sobria, avanzando por calles que se estrechan según van a morir en la plaza y que son testigos de un momento emocionante, cuando los toros acosan en desbandada azuzados por las picas en un tropel formado por corredores, novillos y caballos.

El recorrido por La Raya –esa línea natural, pero también ideológica entre España y Portugal– finaliza, en cuanto al toro como protagonista, salvo en pequeñas capeas salteadas por la ribera del Duero, en Mieza y Barruecopardo, donde a principios y a mediados, respectivamente, de septiembre tienen lugar varios actos taurinos.

El viajero que llegue a estos pueblos por verano, guardará en su retina la tradición de unos toros que a través de las cañadas son conducidos desde los predios hasta las calles que forman las poblaciones y mueren en sus plazas. Llevará en su corazón la amabilidad de sus gentes, la belleza de parajes surcados por cañones fluviales, praderas, feudos ganaderos y montañas boscosas en el Rebollar. Acarreará la sutileza de esos portales que huelen a puchero, porque el toro por estos lares también es olla humeante con los guisos de rabo y estofados. Relamerá esos dulces que endulzan la quemazón del aguardiente en las mañanas de toros, y revivirá esa fiesta de cánticos y bailes y chanzas y disfraces.

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