La reina Berenguela I de Castilla (1180-1246) fue una de esas mujeres cuyo nombre es desconocido para muchos tanto dentro como fuera de su tierra, pero que cuenta con un peso en la historia de los reinos de León y Castilla y hasta en la conquista de Córdoba y Sevilla. Hija de Alfonso VIII, vencedor de la batalla de Las Navas de Tolosa, y de Leonor Plantagenet, descendiente a su vez del rey Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, la vida de Berenguela se truncó tras una decisión lejos del alcance de su mano.
Su matrimonio con Alfonso IX le otorgó el título de reina consorte del Reino de León. Siete años y cinco hijos después de la unión, el papa Inocencio III anuló el casamiento por lazos de consanguinidad, al ser ambos parientes de tercer grado. Una determinación que fue más allá de lo puramente político, que rompió una historia de amor medieval, y que obligó a Berenguela a regresar a Castilla con sus progenitores. La vida de la reina estuvo marcada por el dolor, por el luto tras la pérdida de sus personas más cercanas, pero también por la gestión de un reino en la sombra de la mano de una mujer poderosa.
En 1204 regresó a la tierra de sus padres, y en 1217 heredó el trono debido a que sus hermanos habían fallecido, pero cedió rápidamente el mandato a su hijo, Fernando III. La historia de su vida podría haber estado oculta desde su regreso a Castilla, pintada en el artesonado del convento de Las Claras de Salamanca, que fue fundado en 1238. Así lo suponen los investigadores independientes Charo García de Arriba y Miguel Ángel Martín Mas, quienes creen haber descubierto dónde la reina dejó grabada su vida poco antes de morir, cifrada en alrededor de 150 emblemas y escudos heráldicos en el techo de este convento.
“Es un artesonado de reinas, de mujeres, en un espacio absolutamente femenino”, explica Martín Mas a Ical sobre esta narración que permaneció oculta hasta el año 1973 entre la bóveda de la iglesia barroca construida sobre el anterior templo, consagrado a mediados del siglo XIII, y el tejado del cenobio. Durante estos 50 años, la única interpretación dada hasta el momento sobre estas pinturas, según explican, es que eran escudos de las familias nobles salmantinas sin identificar.
Pero la representación de un pájaro nada habitual en la zona fue quien delató que, en el friso, podría estar oculta la historia de esta reina. Un “encaje perfecto” que, más allá de las ilustraciones, encajaba con la documentación del convento, donde el Papa habría pedido apoyo a la corona para la constitución del cenobio. Y sería la mano de Berenguela la que se lo daría.
El ave fue la clave para hilar esta historia. Ni una paloma “extraña”, ni un cuervo, como lo habían denominado anteriormente. El primero en percatarse de que este pájaro era una chova piquirroja fue el biólogo Raúl de Tapia Martín, gracias al color rojizo de su pico y de sus patas. Pero, lejos de ser propio del área de Salamanca, sí que lo era de zonas más montañosas de la península Ibérica, y también de las islas británicas. Hogar de Santo Tomás de Canterbury, ave de quien se convirtió en emblema después de su asesinato en 1170, que fue instado por Enrique II, abuelo de Berenguela, debido a la defensa de los intereses de la Iglesia católica inglesa.
Cuenta la leyenda que, el día de su muerte, ejecutada por cuatro caballeros en la catedral de Canterbury, un cuervo entró en el templo, chapoteó en la sangre del Santo y se convirtió así en chova piquirroja. Realidad, o no, Enrique II más adelante se vio obligado a arrepentirse debido a la presión social, y nombrarle protector de la dinastía Plantagenet, a quienes las mujeres de su familia debían rendirle devoción en los lugares donde reinasen.
Una historia cronológica
Este descubrimiento fue la llave que dio paso a una serie de coincidencias y un engranaje perfecto que hace pensar a García de Arriba y a Martín Mas que, antes de morir, la reina Berenguela dejó su huella en Salamanca. Junto a las chovas principales, descubrieron representados los emblemas de los padres de la reina, lo que les llevó a la conclusión de que estarían ante su historia, que iría desde 1024, el año en el que regresa a Castilla tras la anulación de su matrimonio con Alfonso IX, hasta que fallece en 1246.
A partir de aquí, en su interpretación, este conjunto heráldico representa una narración cronológicamente contada donde los escudos cuartelados, la simbología y los colores se entremezclan para dibujar una historia de luto y reinado en la que es necesario sumergirse durante horas para poder asimilar. Pero siempre con una estructura basada en “un juego muy medieval donde la historia se va contando de derecha a izquierda, donde hay lienzos que son iguales como el de la reina Berenguela, donde están las chovas, otros que son casi iguales con alguna variedad y otros diferentes pero que complementan la historia”, explica Martín Mas. Una creación que mostraría las dotes de las reinas de la época cuya labor iba mucho más allá que tejer o tocar el laúd.
Así, el lado derecho del artesonado recogería los “triunfos” y la “vida”, un lugar donde “pasa todo lo bueno". Mientras que en el izquierdo estarían reflejadas las “cosas malas”, las muertes. Pérdidas como la de su hermana Mafalda en 1204, donde comienza la historia, y en la que el fondo de los escudos se torna negro para representar el luto de sus padres, y en el que juega con el cuartelado de los escudos para quitar dos leones y poner dos barras, que representaban dicho luto.
Tras ello, se suceden los acontecimientos que marcaron la vida de la reina, como la muerte del infante Fernando, El Portugués, en 1214, hijo de Alfonso IX y Teresa de Portugal, por el que se recrudecería la lucha por la sucesión del reino de León entre las que habían sido las esposas del monarca, y que representarían como una partida de ajedrez, o una carrera de galgos, ganada por la parte castellana.
Los lienzos contarían también la historia de la coronación de Fernando III de Castilla, hijo de Berenguela, y cómo ella dirigiría la política del reino tras su figura, fundamental en momentos desatacados como la conquista de Córdoba y Sevilla. Del otro lado, representa también el dolor por la muerte del rey Alfonso IX de León, donde se sume en un profundo luto pese a que su matrimonio fue anulado años antes. Asimismo, el arrocabe trasero de la techumbre, habría representado a la reina Leonor de Aquitania en el centro, a la izquierda su nieta Berenguela de Castilla y León y a la derecha, Teresa de Portugal, primera esposa de Alfonso IX de León. Junto a ellos, otros nueve emblemas en los que representaría territorios y mujeres que estuvieron bajo la influencia de Leonor de Aquitania, y a Santo Tomás de Canterbury, con la característica chova piquirroja.
Oportunidad para aprender sobre “nuestra propia historia medieval”
Desde la prudencia, estos investigadores independientes afirman, sin dejar de utilizar el condicional, que si tuvieran razón este artesonado datado en mediados del siglo XIII sería uno “de los más antiguos de España”, además de “único” gracias a su característica de contar una historia. Ahora, según confiesa García de Arriba, su objetivo es “corroborarlo” y “legalizarlo”. “Nos han ofrecido hacer una publicación de corte académico, que nos podría dar validez”, afirma. Mientras, toda la historia la han recogido de manera detallada en un blog bajo el nombre ‘lachovapiquirroja’. Una manera de abrir a la población su trabajo como una oportunidad para aprender sobre “nuestra propia historia medieval” y para que el sitio “se valore y se disfrute”.
Los investigadores continúan contrastando documentación en base a este estudio que podría guardar más sorpresas. Desde el Archivo de Kent, barajan si las representaciones de las chovas piquirrojas de Salamanca podrían ser las más antiguas que se conservan. Una hipótesis que no está confirmada, pero que valoran debido a que, durante el reinado de Enrique VIII, a partir de 1520 con la creación de la iglesia anglicana, mandaron destruir toda la simbología referente a Santo Tomás de Canterbury. Con ello, todas las representaciones del pájaro con el pico y las patas rojizas. Y estas habrían quedado escondidas bajo el techo de Las Claras.
Una teoría que afrontan con prudencia y “humildad”. Mientras, la historia de la reina Berenguela queda guardada en este artesonado, recogiendo la vida de una mujer inteligente, que logró unificar los reinos de León y de Castilla, y cuyo nombre ha vuelto a salir a la luz buscando la importancia que merece bajo los techos del céntrico convento salmantino.