Fotografía: Archivo. Catedral de Ciudad Rodrigo

Fotografía: Archivo. Catedral de Ciudad Rodrigo Vicente ICAL

Salamanca

Juan Esquivel de Barahona, el gran polifonista mirobrigense

Su música pudo ser utilizada, gracias a la imprenta, en importantes centros catedralicios nacionales como Sigüenza, Ávila, Zamora, Salamanca, El Burgo de Osma, Oviedo, Calahorra, Badajoz, Plasencia o Coria, e internacionales, como Coímbra, Vila Viçosa y México.

25 julio, 2023 08:00

Si un músico, sacerdote y escritor, dice de alguien coetáneo a él que sus composiciones “tienen muy apacible consonancia y gentil artificio; es música de muy buena casta, así en lo práctico, como en lo teórico; será del servicio de Dios y de la iglesia imprimirlos”, es que ese alguien tiene talento.

Así fue como el “inventor” de la quinta cuerda de las guitarras, Vicente Espinel, se refirió a una de las ediciones musicales de Juan Esquivel de Barahona cuando daba su visto bueno para imprimirlas en 1613.

Juan Esquivel nació en Ciudad Rodrigo sobre 1560, y apenas hay datos suyos hasta otoño de 1568 cuando, a sus ocho años, aparece como mozo de coro de la catedral de su ciudad natal. Esta capilla musical mirobrigense contaba con una rica tradición coral y curtidos maestros directores, y de todos los que hubo, el que marcaría a Juan Esquivel sería Juan Navarro, que venía de la seo de Salamanca y que había sido también maestro del célebre abulense Tomás Luis de Vitoria.

Pasado el tiempo, a sus veintiún años, aparece la siguiente referencia a su persona en un informe del cabildo ovetense. En esta misiva de mayo de 1581, dos canónigos de la catedral asturiana solicitan para Juan Esquivel la plaza de maestro de capilla sin tener que opositar a ella. No obstante, en ese momento, el maestro Alonso Puro, que ejercía en la catedral de Zamora, pero que optaba a la misma plaza que Esquivel, exigía llevar a cabo dicho concurso. Esquivel pidió la plaza para sí a mediados de mayo, pero el cabildo ante la solicitud del otro decidió convocar la oposición, de forma tan acelerada que, al día siguiente, ya se publicaron y leyeron los informes de los examinadores, quienes tomaron partido por Puro, el cual consiguió la vacante y fue nombrado. Pero en los meses siguientes, el pleito continuó con Esquivel aportando documentaciones, hasta que, en noviembre de ese año, fue por fin nombrado maestro de la capilla musical de la catedral de Oviedo en estos términos: “un notario leyó un mandamiento del Prior Bandera, Provisor de León, como juez apostólico a favor de Juan de Esquibel…, y un auto y orden a favor del dicho Juan de Esquibel y, después de leído por el dicho notario, parece manda se le dé posesión dentro de tres días de la prebenda de Mtro. De Capilla, so pena de excomunión”.

Dos años después, en verano, pidió licencia para volver a su tierra durante un mes, ya que quería recibir las órdenes sagradas en Ciudad Rodrigo, pero alargó su estancia sin permiso hasta octubre. Al regresar a Oviedo, siguió ejerciendo sus tareas otros dos años, pero el cabildo ovetense no olvidaba aquella decisión unilateral de Esquivel de ampliar su licencia, y a mediados de noviembre de 1585 concurrió a la plaza de la catedral de Calahorra, que no tenía dueño desde mayo de ese año por fallecimiento del anterior, la cual consiguió y se quedó para componer algunas obras propias e interpretar las de otros.

Al año siguiente el organista de Calahorra murió, y tras tres años de fallidas contrataciones de músicos, a Esquivel se le encarga marchar en 1589 a Ávila en busca de otro. Allí contacta el organista buscado, Alonso Gómez, que también era de Ciudad Rodrigo, y conoce al maestro de la capilla abulense, Sebastián de Vivanco, con quien trabajaría fructíferamente en el futuro.  

Dos años después, se entiende que Esquivel deja tierras riojanas y regresa a casa, porque ya aparece desde la primavera de 1591 en el templo mirobrigense. Tras la marcha del anterior maestro, el zamorano Alonso de Torres Tejeda, el cabildo de Ciudad Rodrigo propuso a Esquivel el trabajo y éste lo aceptó sin miramientos tal y como indican las crónicas del capellán, Antonio Sanchez Cabañas, quien afirma: “A este gran maestro Texeda suçediole Juan d’Esquivel, natural desta çiudad”.

Esquivel se quedó en Ciudad Rodrigo hasta su muerte, resultando un autor prolífico, y de los pocos músicos españoles de la época que lograron editar su producción, llegando a publicar hasta cuatro tomos, todos impresos en Salamanca.

Los dos primeros los publicó en 1608, en la imprenta de Artus Taberniel, siendo el primero un libro con seis misas, y el segundo un ejemplar con más de setenta motetes.

En 1613, imprime un amplio volumen de polifonía en el local que el editor cordobés Francisco Cea Tesa tenía en Salamanca. Dicho libro contiene cerca de seiscientas hojas con himnos, salmos, versiones del Magnificat, Antífonas de Beatae Virginis, varias misas y motetes y un corto Oficio de Difuntos. El único ejemplar que se conserva íntegro de este gran tomo está en la Iglesia de Santa María, en Ronda.

El último libro editado por Esquivel, y del cual no se conserva nada, vio la luz en 1623, y lo integraban algunas canciones para ministriles, motetes, fabordones e himnos.

Es importante la producción de Esquivel para su uso en la sede donde él ejercía su magisterio, pero es más reseñable aún la difusión de esta, ya que su música pudo ser utilizada, gracias a la imprenta, en importantes centros catedralicios nacionales como Sigüenza, Ávila, Zamora, Salamanca, El Burgo de Osma, Oviedo, Calahorra, Badajoz, Plasencia o Coria, e internacionales, como Coímbra, Vila Viçosa y México.

Esquivel era un portento, buen conocedor de la técnica de componer música. Lo mismo usaba el contrapunto que alardeaba de forma perita con formas y recursos como el doble coro, las disonancias, las pausas de expresión o la homofonía.

Se puede por tanto considerar a Juan Esquivel como uno de los compositores más relevantes y prolíficos del Bajo Renacimiento español, un autor que sabe continuar la tradición polifónica española, pero que se adapta bien a las novedades (barrocas) que asoman desde Italia en este final del s. XVI. Fue un profesional muy loado y respetado por sus coetáneos colegas, y gustase o no su “modus operandi”, la verdad es que su cualitativa y variada obra polifónica fue un modelo a seguir en los años posteriores.