El día que murió Unamuno: el misterio antes, durante y después de su último aliento
Los secretos de los últimos días del icónico escritor vasco
10 septiembre, 2023 07:00"Y que, al enmudecer en mí al cabo, por ley naturalmente fatal, para siempre mi verbo español, quepa a mis hermanos y a sus hijos y a los míos decir sobre el terruño patrio que me abrigue: Aquí duerme para siempre en Dios un español que quiso a su patria con todas las potencias de su alma toda y que contribuyó con ésta entera a dar a conocer el espíritu del genio de España, y en especial a conservar y a recrecer y a re-crear el habla inmortal con que ella soñaba su historia y su destino".
El 12 de octubre de 1936 comenzó a morir Unamuno. Se abría el año académico en Salamanca con el Día de la Raza, y en el paraninfo de la Universidad se celebraba un acto universitario presidido por el propio don Miguel, emitido por la radio local, y al que acudieron diversas personalidades como la esposa de Franco, el general Millán-Astray, el obispo Plá y Deniel o el gobernador militar de Salamanca, entre otros. Tras las famosas exclamaciones que ese día se escucharon en la sala (“Vencer no es convencer…”, “¡España, una, grande, libre!”, etc.) terminó la sesión y, Unamuno, abucheado, tuvo que salir del brazo de Carmen Polo hasta el coche que lo dejó en su casa de la calle Bordadores. Ya no salió nunca de allí. Diez días más tarde era cesado como rector y los siguientes dos meses, en arresto domiciliario, recibió muchas visitas de familia, amigos y prensa, hasta que falleció en su casa, con setenta y dos años, ciertamente preocupado y con el ánimo deshecho debido al escenario por el que estaba atravesando España.
El doctor Adolfo Núñez, que certificó su muerte, escribió en el acta de defunción que fue a consecuencia de una hipertensión arterial y arterioesclerosis, que desencadenaron la fatal hemorragia bulbar. El juez Segovia de la Mata, el vecino Luis Sánchez (que hizo de manifestante), el secretario Luis Valdés, y los testigos Manuel Rodríguez y Francisco Barredo, firmaron el documento, que se consideró oficial, y nadie más volvió a cuestionar que fuera esa misma la causa.
El doctor no realizó autopsia porque Unamuno era amigo suyo y conocía bien su historial de paciente con hipertensión arterial y arterioesclerosis. La autopsia solo se realizaba si se veían signos de violencia, criminalidad o no existía historia clínica del paciente. No era el caso, y ahí se quedó todo. Ni los hijos, ni familiares del escritor, ni los vecinos de su casa, ni amigos, ni otros médicos, ni profesores de la universidad, ni de otras partes de España y del extranjero, contradijeron la versión oficial de su defunción.
Pero la leyenda, el bulo que adorna las tintas, sospechó siempre, o al menos dejó abierta la posibilidad de que don Miguel fuera asesinado alevosamente, de noche, por uno o varios falangistas uniformados, allí, en la mesa camilla de su casa, en pantuflas y al calor del brasero... No hay pruebas de ello…
Solo Bartolomé Aragón, profesor auxiliar en la Facultad de Derecho y falangista admirador de Mussolini, estaba con el exrector en el momento del deceso. Ambos habían tenido sus más y sus menos en la universidad, Unamuno había criticado mucho la forma de actuar de los falangistas, y en esta ocasión parece que Aragón se pasó por su casa a charlar un rato acerca del corporativismo. Parece ser, que llegó sobre las cuatro y media de la tarde. Poco después, cuando llevaban solo unos minutos afablemente hablando acerca de la situación de España, Unamuno se puso pálido, inclinó su cabeza mareado y Aragón avisó a la familia, que nada pudo hacer. ¿Es esto cierto? No se sabe. Lo cierto es que según contó su nieto Miguel, de siete años en ese momento, llegó a la casa con su tía Aurelia, y vieron el cuerpo tendido sobre la camilla, sin vida y con el falangista dando voces alterado. Eran las cinco de la tarde. La conversación pudo no haber sido tan cordial, ya que ambos hombres defendían posturas diferentes. Unamuno estaba muy preocupado por el decadente escenario que sufría España con esa “guerra incivil” como él mismo la llamó en el Paraninfo, y censuraba toda acción bélica y fascista. Mientras que Aragón apoyaba incondicionalmente ese nuevo modelo de país. El chisme es que fue Aragón quien lo mató, pero lo aceptado es que fue la sangre de don Miguel, que hirvió con la charla, alterando su salud y provocándole ese trance circulatorio que lo fulminó…
Ya lo dijo Ortega y Gasset: “Ignoro todavía cuales sean los datos médicos de su acabamiento; pero, sean los que fueren estoy seguro de que ha muerto de “mal de España”.
Otro rumor, al poco de suceder los hechos, fue el del robo del cadáver por parte de los falangistas. En realidad, hay una secuencia de hechos que imposibilita ese murmullo. Unamuno murió a las cinco de la tarde de un día y fue enterrado a las cinco del siguiente, primero de 1937. Entre medias, familia, testigos, médicos, etc.… Hay fotos en las que se ve el féretro saliendo de la casona de la calle Bordadores. El único hurto, en todo caso, fue el de su imagen. Los falangistas, a quienes Unamuno despreciaba, se ocuparon rápidamente de hacer suyo el funeral, y colocar el erudito como adalid de su causa. “Falangizaron” el cortejo a su criterio, desde los portadores del ataúd, los de las cintas y cirios, el orden de desfile de las personalidades, la parada en el Campo de San Francisco, el transporte al camposanto y la inhumación del cuerpo, del cual proclamaron que era el de un falangista, cuando en realidad don Miguel era contrario a los advenedizos.
Gracias a la autorización del párroco Valentín González, de la Iglesia de la Purísima Concepción, a la que pertenecía Unamuno, éste pudo ser enterrado en la parte católica del cementerio salmantino, y poder compartir nicho con su hija Salomé, muy cerca del que contenía a su esposa Concha y su hijo Raimundín.