Salimos de la capital por la carretera de Tamames, hasta llegar a Vecinos, seguimos a Cortos de la Sierra, donde antaño Los Bayones, para encaminarnos a Linares de Riofrío, capital de la presierra al que vigila el Pico Cervero, y así llegamos a San Miguel de Valero, donde íbamos a los toros porque lo mandaba el 'amo'. Descendemos por una sinuosa carretera hasta otear entre el alto del cerro y el valle a San Esteban de la Sierra, que parece el guardián de las profundidas del Alagón.
Entramos en San Esteban de la Sierra de la mano del joven Luis 'el Cubero', quien nos pone al día de todos los dichos, díceres y saberes de este bonito pueblo serrano, donde brota el Rufete, que vive sus fiestas patronales en honor del Santo Cristo. Dicen 'el Cubero' no por tomar cubatas, que el chaval bebe cerveza, sino porque hacía cubas. Pues nuestro guía nos conduce por los pormenores del pueblo que rige con total popularidad Toño Labrador, que nos hace de anfitrión, al Robert de Guijuelo, Mingo de Santa Marta, Alberto de San Pedro del Valle y muchos otros alcaldes, concejales y concejales, que de todo hay en estos tiempos tan de géneros, y a un servidor.
Descendemos las empinadas calles que parece nos conducen al abismo. Callejas perdidas en el tiempo, construcciones de un tipo y de otro, aunque predomina la arquitectura tradicional serrana de adobe, barro y madera. Desde no sabemos dónde nos llega el murmullo de que algo acontece. Así, seguimos por la calle que llaman Santia y acaecemos a un improvisado coso taurino. La seguridad es total y está lleno hasta la bandera. Dentro, como en aquellos tiempos de blanco y negro, se lidia un novillo a la antigua usanza. El suelo de piedra y la gente en los balcones y balconadas muestran lo que fue este arte que llaman tauromaquia popular. La Sierra es así. Nos llama la atención la cantidad de escaleras que se encuentran dentro del ruedo, bien sujetas con maromas de diverso grosor, y una simple rama, como un parche verde en la cima de un tronco seco, casi nos viene a la mente el poema de Antonio Machado 'A un olmo seco' y esas hojas verdes que le han salido "al olmo viejo hendido por el rayo y en su mitad podrido".
Este espectáculo taurino, encuadrado en lo que se conoce como la 'fiesta del toro', va de la mano, junto a las procesiones, ofertorios, paleos, bailes y ofrendas, en lo que es la esencia de la fiesta popular en la Sierra de Francia, pero también en el resto de pueblos que se permitan tener dos novillos de la ganadería del Puerto de San Lorenzo, y un atrevido torero a lidiar en estos lugares. Es el caso del torero manchego Alberto Pozos, que salió bien airoso del trance, a pesar de lamentar el 'tabaco' que se llevó un banderillero. Cosas del asunto.
Nos cuenta Luis 'el Cubero' que vive todo el año en el pueblo dedicándose a todos los pormenores agrícolas de subsistencia que un pueblo puede permitir. Ahora, como el resto de vecinos, anda enfrascado en la vendimia. Porque sí, San Esteban es el principal pueblo de producción vitivinícola de la Sierra de Francia, que tiene buenos y apreciados caldos con la DO del mismo nombre. Es el Rufete, una marca autóctona y la más extendida, sobre la que volveremos en otra ocasión, que se cría de manera sostenida-, el Tempranillo y la Garnacha, que siempre son buenas para acompañar. También son sus bodegas excavadas en la montaña, donde la frescura del terreno hace que se conserven bien los vinos y los embutidos, porque San Esteban también es pueblo chacinero, del que pudimos apreciar sus encantos y sabores en el restaurante 'La Botica', todo un lujo para un territorio turístico.
Y entre pitos y flautas, que sonaban ya en la plaza del pueblo al ritmo de 'Mi gran noche' de Raphael, 'el Cubero' nos fue desgranando como hace ese oro blanco, digamos que aguardiente serrano, para calentar las frías mañanas de invierno de sierra. Alquitaras a la vieja usanza y refinados con colador de café. Así fue, así es y esperemos que así siga siendo, porque indicaría vida en un pueblo que, además, ya tiene varios niños en la escuela. Y eso, en estos tiempos, es todo una victoria contra esa guerra interminable contra la despoblación.
Voltear las campanas
Digamos que San Esteban se encuentra recogido en el fondo de un valle, junto al río Alagón. Sus casas se levantan sobre una ladera circundada de alturas mayores, como el risco de los Pajares y los montes del Castañar y del Cancho, moteados por bosques de castaños y encinas, que engalanan el entorno con una amplia gama de matices propios de una cambiante y fértil naturaleza.
Después de muchas chácharas, risas, chistes del otro Labrador y darle un poquito a la priba, no mucho porque el regreso esperaba, 'el Cubero' nos despide en la noche de la fiesta hablándonos de la fiesta de la Cruz y sus costumbres. Tanto es así que en la noche del día 14 de septiembre, los mozos van a buscar un árbol que cortan y colocan en la plaza de la iglesia. Un árbol al que llaman "castillo", y por la noche, tras el pregón, se quema. Hacen una hoguera con sarmientos y bailan en torno a él, al tiempo que voltean las campanas.
Cuando abandonamos San Esteban, ya entrada la madrugada, voltean las campanas de despedida. Aún suena en las entrañas del pueblo 'Paquito el chocolatero', porque la gente quiere vivir, divertirse y ser feliz. Y, visto lo vivido en San Esteban, esas gentes, amables y acogedoras como ningunas en esos parajes de sierra, bien lo merecen. Como merece el regreso a San Esteban de la Sierra, porque tenemos que hablar de muchas cosas, ay!