La adusta iglesia de Santa María de Nazaret es, además de un templo de culto de advocación mariana, una suerte de puerta principal y casi el único espacio seguro del salmantino barrio Buenos Aires. Levantado en 1983 y devastado durante casi la totalidad de su existencia por el narcotráfico y el consumo de drogas, tiene en su párroco, Emiliano Tapia, a su portavoz más autorizado, quien recibe a Ical en su despacho del templo. Tres décadas de lucha abnegada por los más desfavorecidos le avalan, tanto en el vecindario trastormesino, como en el centro penitenciario de Topas, donde es capellán y ejerce como guía espiritual de los reclusos, como en el medio rural, de donde proviene y donde intenta mitigar los efectos de la despoblación. En todos los casos, identifica el abandono institucional como principal causa de los desagravios. Durante una entrevista con esta agencia, quien también es el cura de los municipios de Pino de Tormes y Florida de Liébana y responsable de asociaciones vecinales y empresas de economía social, aborda sin tapujos la idiosincrasia de la prisión, el hundimiento de la barriada en la que aún reside junto a una veintena de expresidiarios, y el incierto futuro de los pueblos de la provincia.
Esto no solo es un templo de culto, aquí se viven otras experiencias, ¿cuánta gente hay aquí?
Pues mira, aquí en la casa, en los cuatro pisos que tenemos, hay unas 20, 23, 24 personas. En uno de los pisos hay una familia, y en otros hay personas que hacen la vida comunitaria aquí, en la casa. Aquí intentamos afrontar las dos dimensiones. Una, la del derecho humano fundamental de cualquier persona, que tiene que tener acceso gratuito a una alimentación digna, a techo, y al tema de la salud, como es natural, tenga papeles o no tenga papeles. Y después, por otra parte, que pueda tener acceso a actividades que le ayuden a crecer también como persona y, si es posible, encontrar la autonomía. Y ahí esa dimensión de poner el esfuerzo, que para nosotros es trabajo con algunos, porque no puede ser empleo porque no están posibilitados para ello, pero hay otras que sí. Y en cuanto tienen empleo, van teniendo esos recursos que les dan una cierta autonomía para ser capaces de estar en esta sociedad en la cual estamos viviendo lo que estamos viviendo.
¿De dónde viene Emiliano Tapia?
Soy de aquí, pero todo mi recorrido de estudios teológicos y civiles lo he hecho fuera de Salamanca. Los primeros 17 años, a partir de 1977, estuve en la zona de las Arribes del Duero, en Villarino de los Aires, Pereña de la Ribera, Trabanca, Cabeza de Faramontanos y en toda la comarca. Me ordené cura en el año 79. En el año 94 me vine aquí, al barrio de Buenos Aires. En el año 96 entré en el centro penitenciario y en el año 97 llegué a los pueblos: Pino de Tormes y Florida de Liébana. En mí está presente la realidad rural, con la novedad de lo que significaba el medio urbano del que me había ido hacía ya tiempo. Y la mayor novedad aún que suponía el ámbito carcelario y lo que significaba el mundo de la calle, de la criminalización de tantos hombres y mujeres. Desde todas estas realidades y en todo este proceso, yo lo que he intentado siempre, a nivel individual pero sobre todo a nivel colectivo, porque nunca he vivido solo, sino que he compartido mi vida con jóvenes, con mayores, con gente más comprometida y con gente de la calle como estoy ahora desde hace tiempo, el grito siempre ha sido el mismo. Vamos a hacer lo que tengamos que hacer, pero siempre con el objetivo de poner la vida de las personas, y estos tres espacios que hemos intentado entrelazar, en el centro de todo. Esto ha sido lo que hemos planteado como denuncia, pero también como propuesta.
¿Y cómo ha ido plasmando este concepto?
Esto lo aprendí en las Arribes, donde me tocó vivir la experiencia del Evangelio, la experiencia creyente, la experiencia humana. Desde la defensa por la lucha de la escuela rural, el medioambiente, la lucha por las posibilidades de vida en el medio rural. Todo ese esfuerzo de acompañamiento no tenía más que un objetivo: gritar al mundo de la política, gritar a esta sociedad. Y más en una zona como la de Arribes, que tanta riqueza estaba exportando a través de sus centrales hidráulicas, que cómo era posible que hubiera pueblos sin agua y que se les fuera robando algo tan elemental como era la escuela, la población, la vida de esta gente en su tierra. Ya empezábamos a atisbar que los grandes centros residenciales para personas mayores no eran el camino, sino que la gente tenía que permanecer en su propio medio con dignidad. Ese esfuerzo de denuncia, pero a la vez de propuesta, lo fuimos aprendiendo en grupo.
Grupos con nombres y apellidos.
Entonces fue Escuelas Campesinas la asociación desde la que estuvimos trabajando en la zona de las Arribes. Más tarde, en el barrio, en la cárcel o cuando volví a los pueblos, los nombres fueron otro: es Asdecoba, es Adecasal o es Algo Nuevo, la empresa de inserción que hemos ido generando como herramienta para poner a la personas en el centro, desde el punto de vista del empleo, del trabajo y de la inserción. A través de ella hemos posibilitado comida a domicilio para mucha gente. También Todo Servicios Múltiples, la empresa de economía social o comunitaria que coordina todo el esfuerzo por el trabajo en la tierra, con el invernadero, el centro de transformación y el centro comunitario de alimentación en el cual estamos embarcados en este momento. Lo último que hemos puesto en la mesa es Terra Vita Rural, una empresa de economía social y comunitaria que está gestionando las panaderías ante la jubilación de los panaderos de los pueblos. Es un medio de vida importante y un gran servicio para las gentes. Todas estas herramientas nos están llevando, con muchas dificultades, a un horizonte de mayor esperanza.
¿Cuál es la motivación fundamental de su vida?
Todo este caminar, de casi 40 años, ha tenido como planteamiento fundamental que la vida tiene que estar en el centro de las personas y de los espacios. Es absolutamente irrenunciable. Siempre digo que lo nuestro no ha sido mirar al futuro, ha sido y sigue siendo mirar al presente, que no es otra cosa que dar respuesta a las necesidades de la gente. Los servicios sociales son una herramienta que las instituciones tienen, pero los colectivos humanos tenemos una herramienta que debe estar por encima, que son los derechos sociales. Y nuestra opción es esa. Hay que poner herramientas donde la gente sea partícipe. Entre todas estas iniciativas, nos relacionamos más de 2.000 personas diariamente. Hay un grupo importante de personas que tienen trabajo, aunque no tengan empleo, y tiene cubiertos sus derechos fundamentales, como el techo y la comida, en la casa de acogida. Más de 120 personas empleadas y un buen grupo de voluntariado. Un proyecto de este tipo necesita de mucha dedicación personal y vital. Porque la vida solamente se hace posible con la vida.
La vida de las personas en el centro de la actividad y, por tanto, de la atención colectiva. Y si no estamos mirando ahí, ¿a dónde estamos mirando?
A la economía y al poder. Y lo primero que hay que mirar es a las personas. Por ejemplo, a una persona que no ha tenido, por las circunstancias que sean, la respuesta a su problemática, o a una persona que está en la calle, que sale de la cárcel y que no sabe dónde ir, y que ha estado criminalizada también dentro como consecuencia de un sistema penal absolutamente punitivo. ¿Qué pasa cuando salen? ¿Somos capaces de afrontar esta problemática?
¿La cárcel no está para reinsertar? Porque lo pone en el ‘folleto’...
No. Lo pone en el artículo 25 de la Constitución, pero no es así. Tenemos que replantear totalmente el papel de la cárcel. Hay cuatro grandes colectivos dentro de ella, que no son ni más ni menos que los colectivos a los que la sociedad no les da respuesta. Primero, el colectivo de personas con problemas de salud mental, que son víctimas de la propia sociedad de consumo. Segundo, los migrantes, como consecuencia de la injusticia económica que se está cometiendo con los países más empobrecidos. Y no vienen los más pobres, vienen los que pueden porque tienen que poner recursos para venir. Todos huyen de conflictos generados por los intereses económicos y de los intereses de poder. En tercer lugar, las víctimas y los implicados en el narcotráfico, el segundo negocio de nuestro mundo. La hipocresía de esta sociedad hace que el sistema financiero necesite la economía sumergida por debajo de la economía oficial, y el narcotráfico mueve un billón y medio de dólares. Lo que nosotros vemos aquí en el barrio, o en la cárcel, son los últimos de los últimos eslabones de una cadena que tiene intereses mucho más fuertes, políticos, judiciales y policiales, por encima de todo esto. El último es el de las víctimas de la violencia de la sociedad de consumo. Cuatro grandes colectivos que sufren problemas que no afrontamos en esta sociedad y, al final, los arrinconamos en la cárcel.
¿Cómo se puede afrontar esta problemática?
No dentro de la cárcel, donde no hay libertad. Donde no hay libertad no se puede educar. La gran mayoría, cuando salen, son otras personas, otros seres humanos, porque están en un espacio de libertad. Detrás de todo esto, en el tema de la salud psíquica, hay intereses de farmacéuticas, en el problema del narcotráfico, intereses financieros de economía sumergida, en la inmigración, intereses de explotación de seres humanos. Al final, se les da un pequeño tratamiento con estas ayudas públicas que suele haber de servicios sociales, pero las personas solamente podrán salir de estas situaciones si comunitariamente lo hacemos de verdad. Unos como profesionales, otros poniendo nuestra vida con ellos, pero es el único camino. Nadie se recupera solo, es necesario hacerlo conjuntamente. Y esto no está de moda en nuestra sociedad.
La prisión y este barrio, a menudo, son vasos comunicantes. ¿Qué ha pasado en Buenos Aires?
A lo largo de 40 años, qué intereses ha habido para que se desestructure un barrio que con tantas esperanzas se generó. Sobre todo con el tema de las viviendas, el gueto y el narcotráfico. Tres elementos que para nada se han querido afrontar en serio y ahí estamos, sufriendo las consecuencias de un gueto, que tiene nombre pero podría tener otro. Estamos intentando saltar, incluso, el muro del narcotráfico y estamos sufriendo lo que significa que mucha gente que vino en el año 83 haya tenido que marcharse y malvender su vivienda, con toda la desilusión que eso conlleva. Quienes permanecemos, lo hacemos con muchas esperanzas, pero con muchas barreras y dificultades.
¿Está este barrio instrumentalizado al servicio de otros intereses?
Totalmente. Qué pasa en Las 3.000 Viviendas de Sevilla, o en Córdoba, o en tantas y tantas ciudades, en Valladolid, en Zamora… Estos espacios se instrumentalizan para el desarrollo de actividades como el narcotráfico. En Salamanca, ciudad media, desde finales de los años 70 y principios de los 80 después de lugares como Bilbao, Coruña, Madrid o Barcelona. En medio, y por el camino, se ha ido dejando un reguero importante de guetos y personas dependientes a las que no hemos dado una respuesta. En estos barrios, la mayoría de la población quiere vivir dignamente y tiene derecho a ello. ¿Por qué, en este momento, casi el 50 por ciento de las viviendas no le pertenece al primer adjudicatario? ¿Por qué? Porque se ha permitido. Y lo hemos denunciado y lo hemos dicho y lo hemos señalado. Eso ha hecho que muchas familias, con muchísimo dolor, hayan tenido que malvender su propia vida. Querían seguir estando aquí y esto se ha permitido y se sigue permitiendo institucionalmente.
¿Estamos hablando de una suerte de ‘escombrera’ a las afueras del núcleo urbano?
En alguna parte sí, pero yo me niego a que esto sea así porque hay mucha gente que quiere vivir con dignidad. Cuando se entra dentro del barrio, se ve que hay mucha gente con mucha ilusión que quiere ser de otra manera. La gente viene muy equivocada al barrio. Viene con miedo. Aquí no hay miedo, hay problemas. Como los puede haber en el centro de Salamanca, pero son de otro tipo. Y son problemas no provocados por la propia gente del barrio, sino problemas permitidos. Y eso es jugar con la dignidad de mucha gente. Y eso es lo que nos duele. Porque es verdad que hemos saltado el muro del barrio y hoy, desde aquí, desde Buenos Aires se ha organizado una pequeña estructura que sirve 900 comidas en muchas casas de Salamanca. Y eso hay que aplaudirlo. Pero a la vez hay que decir que hay muchas familias que están aguantando o que ya se han tenido que ir y les gustaría haber permanecido en el propio barrio. Porque su persona y su dignidad no ha contado y la problemática más honda del propio barrio no se ha afrontado.
¿Cuánto dinero de fondos europeos se ha destinado del proyecto Tormes+ a Buenos Aires?
A ver, hay que analizarlo. Para ese proyecto europeo que se planteó, nosotros hicimos ocho propuestas. Y las ocho propuestas se han desarrollado. Y nosotros decimos qué bien que un barrio ha sido capaz de plantear ocho propuestas. Pero nosotros no lo hubiéramos determinado la gestión de la manera que los ha hecho el Ayuntamiento.
En este caso, no se ha dado la espalda al barrio.
No, no se ha dado la espalda. Pero repito, es la gestión de muchos de estos proyectos. Por ejemplo, nosotros hemos dicho, en lugar de haber invertido 480.000 euros en la plaza de Extremadura, haber invertido mucho menos en infraestructuras y haber invertido mucho más en un centro para la mujer, en potenciar el centro infantil, en aprovechar para hacer otras cosas ¿Por qué? Porque estos espacios necesitan respuestas para la gente. Las infraestructuras están bien, pero más importantes son las personas y la vida de las personas. Estamos contentos, por ejemplo, con lo que puede suponer el Centro de Actividades Económicas Buenos Aires construido con el Tormes+. Vamos a ver si somos capaces de seguir implicándonos y de poner nuestro pequeño grano de arena para seguir sacando esto adelante. hay muchísimas cosas y repito poniendo todo el valor y defendiendo la presencia que nosotros también hemos tenido dentro del proyecto del Tormes+. Pero repito, cuando uno está donde está, cree que hay que tener un poquito más de cercanía para que, realmente, las infraestructuras no nos dominen, que lo que nos domine y nos impulse sea poner la vida de la gente en el centro
Dice que aquí no hay miedo, pero usted mismo estuvo amenazado por los ‘narcos’.
Eso es porque cuando tocas el núcleo fundamental, el nervio del narcotráfico, corres peligro. Pero no estamos en ese momento. Yo he intentado luchar contra el narcotráfico, pero lo que a nivel personal nunca he pretendido es que de aquí lo pasemos a otro lado. Luchar contra el narcotráfico y luchar contra esos pequeños eslabones, el pequeño trapicheo que al final se negocia en espacios o en barrios como este utilizando, encima, vivienda pública. Ese ha sido nuestro esfuerzo y sigue siendo nuestro esfuerzo. Porque las primeras víctimas y las que más están sufriendo toda esta situación son los niños y niñas y las mujeres del gueto. Aquí estamos en la quinta generación de familias relacionadas con el narcotráfico. Este es un dolor tremendo.
¿Y eso de llevarlo a otros lugares es lo que ha pasado aquí?
No, siempre ha habido también en otros lugares. Porque lo ha habido en Pizarrales, lo ha habido en el centro. Al final, el tema del narcotráfico nos desborda. Es un tema muy gordo, muy fuerte, pero es un tema muy interesado. Pero hombre, si en la cercanía podemos hacerle frente, hagámoslo. Y no posibilitemos que se estabilicen, que es el gran problema. ¿Por qué se generan los guetos? Porque se estabilizan. Y no podemos olvidar que con viviendas sociales que tienen unas condiciones de utilización y de servicio. Pero eso está absolutamente descontrolado. Y repito, a mí lo que me parece es que mucha gente del propio barrio con muchísima dignidad se han visto fracasados como seres humanos en aquel intento de venir a un barrio donde la gente quería vivir con dignidad y tener una vivienda para ellos, para sus hijos. Y sus hijos no han quedado aquí. Y ellos, en muchos casos, al final han tenido que irse. Pero, bueno, el haber saltado este muro me parece de una valentía por parte de este barrio muy importante. Y no pongo nombres, pero es gracias a las asociaciones. Y eso es muy importante y eso hay que ponerlo en valor porque eso es mucho más importante que el gueto que se haya podido crear.
Hay muchos mitos ahí fuera, como que aquí no entra la Policía Nacional.
No, no. Si esto no es un problema policial exclusivamente. Es decir, aquí la Policía podría haber actuado, pero ¿quién ha permitido que las viviendas se hayan utilizado de la manera que se han utilizado? Pues en su momento fue el MOPU y después Fomento. Y se han lavado las manos casi siempre. Y ahí nosotros, por ejemplo, en ese sentido, la cercanía que hemos sentido del Ayuntamiento ha sido enorme. Y eso tenemos que decirlo. ¿Nos hubiera gustado que muchas cosas fueran de otra manera? Sí. Pero no ha sido así por parte de otros servicios, como por parte, por ejemplo, de Educación o por parte del servicio de Fomento. No hemos sentido esa cercanía a la problemática que venimos denunciando desde hace tiempo.
Percibo que hay mucha desesperanza y muy poca fe en el futuro.
Sí, eso está claro. Estos barrios no tienen futuro. Porque no vamos a estar toda la vida saltando muros. En algún momento tendremos que decir, hombre, tenemos salir por las puertas, ¿no? Es decir, no podemos estar saltando el problema del narcotráfico eternamente. Aquí hay un problema evidente y ¿lo vamos a dejar toda la vida? No. Entonces, vamos a ver cómo somos capaces de dignificar. Pero no porque nosotros la pongamos, sino porque la gente la tiene. Y también el narcotraficante.
También tiene mucha ligazón con el medio rural y está luchando por la supervivencia de los pueblos en la provincia de Salamanca
Además, me encanta porque vengo del pueblo y desde hace 12 años he vuelto a mis raíces, y lamento mucho haber estado tanto tiempo fuera del medio rural. Siempre también en este grito de poner la vida en el centro. Hoy hay una tarea prioritaria que es cuidar a quienes están en los pueblos. Si no cuidamos a la gente que está en los pueblos, no podemos seguir gastando energía en que vengan otras personas. Cuidemos a quienes tenemos y hagámoslo para que permanezcan en el pueblo.
¿Cómo se hace esto?
Nosotros, por ejemplo, damos comida a domicilio como servicio a la gente en el medio rural con el cáterin que tenemos en Sardón de los Frailes, donde hay ayuntamientos y asociaciones implicadas. Estamos casi en unos 40 pueblos, dando una, dos, cinco hasta ciento veintitantas comidas diarias, posibilitando que la gente pueda permanecer. El programa de ayuda a domicilio que desarrolla la Diputación. El poner la ley de dependencia mucho más en cercanía y en el conocimiento de la propia gente. Todo eso es muy importante. Nosotros tenemos dos pequeños centros residenciales desde hace 26 años, uno en El Manzano y otro en Villaseco de los Reyes. Ahí están 15 mujeres trabajando, 15 familias adaptadas a la realidad rural a todos los niveles. En el cáterin hay 13 personas trabajando en la cocina, siendo repartidores. En las dos panaderías hay otras seis o siete personas. Estamos hablando de que si tú cuidas a la gente, hay que poner servicios. Y esos servicios los prestamos personas. Y esas personas, en la medida de lo posible, tendrán su salario digno y, por lo tanto, tendrán su permanencia en el propio pueblo. Por lo tanto, primero cuidados. Y en el propio pueblo, no saquemos a las personas mayores hacia otros lugares donde al final la gran mayoría no se van a encontrar a gusto.
Pequeñas iniciativas para grandes objetivos
En el medio rural un camino absolutamente imprescindible y fundamental es la soberanía. Primero, la soberanía de los cuidados. Y es necesario tener también espacios de referencia para socializar. Y no son lugares donde la gente vaya a jugar las cartas, sino donde pueda tener fisioterapia o terapia ocupacional. A mí me parece que esa es una vía absolutamente imprescindible, pero como lo es también la soberanía alimentaria. No hay posibilidad de futuro en el medio rural si no hay pequeñas y medianas iniciativas de campesinado. Podrá haber todo el turismo del mundo, pero el turismo no va a asegurar, de mi punto de vista, el futuro del medio rural, salvo algunas excepciones, en algún lugar. Pero la gran mayoría de los pequeños pueblos están en la soberanía alimentaria. Nosotros estamos ensayando ahí una pequeña iniciativa con la gente, precisamente, de la calle con producciones hortícolas. Por ejemplo, en mi pueblo hay agua. En todos los pueblos hay tierra que nadie quiere y que no se está sembrando. Y además podemos aplicar nuevas tecnologías. Nosotros este año ya vamos a ahorrar un 70 por ciento de agua porque hemos puesto riego por goteo e incluso la energía que utilizamos es solar. Por eso otro de los pilares fundamentales del desarrollo es la soberanía energética. Y esto lo tenemos también que cuidar. Y después hay otra soberanía que es importantísima: esta despoblación de los propios pueblos llevó consigo la pérdida de la cultura rural y de la educación en el medio.