La tradición del Lunes de Aguas en la ciudad de Salamanca, que se extiende también a muchos municipios de la provincia, tiene una vertiente, con la degustación del tradicional hornazo -ya con marca de garantía- y festiva. Grupos de familias y amigos se distribuyen por diversos parajes de la ciudad para celebrar en la tarde del segundo lunes después del Domingo de Pascua el conocido mundialmente Lunes de Aguas, porque vienen gentes de diversos lugares a vivirlo también.
Pero interesa la vertiente tradicional e histórica, porque de la otra con su programa de actividades, ya se ha dicho mucho. El interés se centra en los orígenes de esta tradición en la ciudad de Salamanca, que pertenecen a una historia de privación carnal y desenfreno al mismo tiempo. Y, por qué no, de obediencia piadosa a la moral cristiana y el derroche lujurioso que implica toda privación y deseo. Una fiesta pagana pero que hunde sus raíces en la moral cristiana del siglo XVI, para transformarse desde aquellos años, en esta fiesta tan propia y única en toda la geografía española y que, a su vez, sirve de promoción turística a la ciudad de Salamanca.
Todo partió del 12 de noviembre de 1543, cuando el rey Felipe II hace su entrada solemne en la universitaria Salamanca. Tenía dieciséis años de edad y le sorprendió todo lo que observó en medio de una exorbitada expectación popular. El príncipe, su prime hermano, va a desposarse en la ciudad del Tormes con la princesa María Manuela de Portugal, y gobernaba en nombre de su padre Carlos I los territorios de la Península Ibérica durante la ausencia paterna.
María Manuela de Portugal era conocida también como María de Portugal o María Manuela de Avís. Nació en Coímbra (Portugal) el 15 de octubre de 1527 y murió en Valladolid el 12 de julio de 1545, pocos días después de dar a luz a su único hijo Carlos de Austria. Princesa de Asturias e infanta de Portugal, hija de Juan III de Portugal y de Catalina de Austria, por tanto, sobrina del rey Carlos I de España y prima carnal de su esposo el príncipe de Asturias.
Mientras esperaba la llegada de su futura esposa, en los días sucesivos, durante los cuales se celebraron los esponsales, Felipe tiene tiempo más que suficiente para contemplar con asombro el verdadero rostro de Salamanca de aquella España de la Reforma más ultra católica y, de paso, del Siglo de Oro de las letras hispanas, porque ambos ámbitos iban de la mano en la ciudad del Estudio salmantino, llena de conventos, doctores de un signo y otro y también vividores e inquisidores.
El príncipe de Asturias, aunque joven, es una persona importante y grave, que demuestra ya su carácter sobrio, ultra religioso y poco dado a los placeres banales. Aunque los historiadores no tienen ninguna duda. Felipe II fue un rey mujeriego, al menos durante su juventud y los primeros años de su madurez. Como otros reyes de su época, amó y cortejó a varias damas, además de sus cuatro esposas.
En cuestiones de faldas, la imagen de Felipe como monarca prudente y religioso que nos ha transmitido la historiografía tradicional se aleja de la realidad. Algo distinto aconteció con su padre, pese a su fama de mujeriego (conocida fue su relación con su abuelastra, Germana de Foix, recién llegado a la península), dicen que en sus 13 años de matrimonio no se le conoció ninguna amante. Con su Isabel de Portugal, tenía suficiente.
Las bodas tuvieron lugar en las casas del licenciado Lugo, frente a Santo Tomé -actual Plaza de Los Bandos-, y las velaciones al amanecer del día 14. Hasta el día 19, en que marcharon los recién casados hacia Valladolid, se sucedieron en Salamanca saraos, festejos, corridas de toros, juegos de cañas, justas y torneos entre los dos bandos tradicionales de la ciudad, juergas, bailes y otras chanzas, de manera ininterrumpida.
El asombro del joven Felipe, príncipe de Asturias
Desde su muerte fue presentado por sus defensores como arquetipo de virtudes, y por sus enemigos como una persona extremadamente fanática y despótica. Esta dicotomía entre la leyenda blanca o rosa y leyenda negra fue favorecida por sus propios actos, ya que se negó a que se publicaran biografías suyas en vida y ordenó la destrucción de su correspondencia.
Pero volvamos a su estancia en Salamanca, en la que Felipe queda asombrado de cómo esta sobria, cuna del saber y señorial capital castellana funde en su interior el templo del saber, la luminaria del cristianismo europeo, el dogma y la palabra y, al mismo tiempo, y sin conflicto, el culmen de la bacanal, el ocio y la diversión sin límites ni miramientos.
Salamanca en aquellos años encierra en su seno a más de ocho mil estudiantes (sirva como dato esclarecedor que Madrid tenía once mil habitantes en el primer tercio del siglo XVI), entre los cuales hay becados, sofistas y señoritos de postín, que mueven a su alrededor un complejo mundo plagado de frailes y curas, doctos y de los otros, criados, mozos de cuadra, taberneros, prostitutas para todos los bolsillos y dones, curas corruptos, catedráticos rectos y catedráticos visionarios y ocultistas, rameras con más bachillerías que los propios estudiantes, lavanderas, amas de llaves, buhoneros y feriantes. Es la ciudad pura del Lazarillo de Tormes y La Celestina.
De tal modo, Salamanca es la primera de las universidades "destos reynos", la más rancia y antigua, y al mismo tiempo es el mayor burdel de Europa, "la Sodoma y Gomorra Occidental", como se decía. Solo recordar, a modo de anécdota, que el Barrio Chino de Salamanca tenía fama internacional, y que llegó hasta avanzada la década de los noventa con el alcalde Málaga Guerrero, con el cambio del urbanismo local. Una de las tres lumbreras del mundo, y uno de los tres putiferios del orbe conocido. A la par que Escuelas Mayores y Menores, patios de lectura y bibliotecas, coexisten tabernas insanas y lujuriosas, casas de amancebamiento de toda índole, y toda suerte de atentados contra el sexto y todos los demás mandamientos inventados y por inventar. Pícaros, incluseros, 'lazarillos' avispados, ciegos resabiados, celestinas y alcahuetas poblaban los arrabales de la ciudad a las orillas de río Tormes, en las mismas que nació Lázaro.
Felipe II, dentro de su rectitud cuasi monacal, queda perplejo con tamaño espectáculo, y lo primero que hace es promulgar un edicto en el cual ordena que, durante los días de Cuaresma y Pasión, la prohibición de comer carne se haga extensible en todos los sentidos. Para evitar conductas que acarreen pecado carnal, obliga a que las mujeres "de vida alegre" sean expulsadas de la ciudad y conducidas extramuros –es decir, al otro lado del río-. A partir de este edicto, las prostitutas de Salamanca abandonaban la ciudad antes de comenzar la Cuaresma y el tiempo de abstinencia, y desaparecían de ella de manera temporal, recogiéndose en algún lugar al otro lado de rio Tormes, en los arrabales y en Tejares, durante el citado periodo cuaresmal, poniendo además como condición que ninguna sea osada de acercarse a menos de una legua de los límites de la ciudad, "so pena de sufrir gran castigo".
El 'triunfal' regreso de las rameras a la ciudad
Pasada la Semana Santa y con ella el periodo establecido, las rameras regresaban a Salamanca el lunes siguiente al Lunes de Pascua, para lo cual los estudiantes organizaban una grandísima fiesta, las calles de Salamanca se trocaban en torrentes de vino tinto, y salían a recibirlas a la ribera del Tormes con gran júbilo, estrépito y alboroto. Ellos mismos se encargaban de cruzarlas en barca de una orilla a otra del río, y en medio de una gran algarabía llegaba el descontrol, el éxtasis etílico, el desenfreno y la carnalidad, acometiendo allí mismo lo que sus instintos reprimidos durante un mes y medio les pedían en ese momento.
De conducir a las meretrices y pupilas tanto a su exilio temporal como a su aclamado regreso se encargaba un pintoresco personaje. Un sacerdote picarón llamado Padre Lucas, y que por degeneración del término, era conocido por los estudiantes por el nombre de ‘Padre Putas’. El cual se encargaba de concertar el momento del advenimiento carnal de estudiantes y doctoras de la cátedra del placer.
La fiesta del Lunes de Aguas debió de ser prohibida, pero sin embargo, ha permanecido en el calendario festivo salmantino con otras connotaciones no tan desenfadadas. La memoria colectiva del pueblo ha ido conservando tal fecha, como un poso o un remanente de aquella en que afloraba el fervor pagano. En la actualidad, el Lunes de Aguas se celebra en familia o en compañía de las amistades, que se reúnen para ir a merendar al campo o pasar una jornada campestre, con un clima de ociosidad, esparcimiento y diversión. Y que hasta hace no mucho, servía también como desahogo de los estrictos ritos de la Semana Santa, época de recogimiento y hastío.
Hasta que hemos llegado a nuestros días, donde el Lunes de Aguas se ha convertido en una macrofiesta, o "macrobotellón" en la opinión de otros, en el que miles y miles de jóvenes, universitarios y de los otros, se echan a las orillas del Tormes, junto al Puente Romano, Salas Bajas y la ermita de Santiago, para ponerse bien de música, comida, la bebida de Baco y, si surge, de lo otro. Pero se mire como se mire, esta es una tradición que se ha convertido en una de las más identificativas de Salamanca, conocida en todo el orbe jaranero.
Y, para degustar el Lunes de Aguas, el hornazo
Es costumbre durante el Lunes de Aguas degustar el hornazo, una empanada hecha a fuerza de chorizo, lomo, panceta…, y en ocasiones también huevo duro. Alimento que amasan y cuecen en las tahonas las mujeres en los días precedentes a tal fecha, sobre todo en el medio rural, aunque también se ha industrializado su elaboración, y es posible adquirirlo en cualquier establecimiento dedicado a la repostería.
Y así, cada año, las tradiciones populares continúan siendo el hilo conductor que une a generaciones pasadas, presentes y futuras. En medio de la algarabía de la fiesta, el sonido de la música tradicional y la estridencia de ahora, y el aroma de las comidas típicas, las personas se reencuentran con sus raíces y se fortalecen los lazos de comunidad a las orillas del Tormes. Y es en estos momentos de compartir, risas y alegría donde se encuentra la verdadera riqueza de nuestras tradiciones populares, recordándonos que, a pesar de los cambios y desafíos del mundo moderno, siempre habrá un lugar para la magia y la belleza de nuestras costumbres más arraigadas.
Al ocaso me acercaré a la ribera del Tormes, donde dicen que anduvo a la vera del río el Lazarillo y el ciego. Que me esperen, que llevo cargado el morral con hornazo y pinta de vino. Cortesanas, meretrices, rameras, 'pilinguis', prostitutas y barraganas, las de débito carnal y lujuria de vellón, esperen a que llegue. ¡Que viva la tradición y que perdure por siempre en nuestros corazones!